8 ¿Celos, Tariq?

Al volver a la fiesta, vio a Tariq y Omar Haddad en un rincón discutiendo. La conversación entre ellos era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. La confrontación parecía inevitable.

— No sé qué es lo que te has propuesto, Omar, — dijo Tariq, — pero te advierto que no te acerques a mi esposa. No intentes nada con ella, porque si lo haces, me encargaré de que te arrepientas.

— Yo no estoy intentando nada, solo soy amable. Deberías ponerlo en práctica, — respondió Omar con una voz baja y calmada. — Eres tú. La estás ahogando, no puedes controlarla de esa forma, ella no es tu esclava.

La discusión entre ellos se estaba convirtiendo en un campo de batalla.

Eleanor, al verlos, se dio cuenta de que el verdadero conflicto no era entre ellos, sino en el corazón de Tariq. Él no sabía lo que quería, ni lo que sentía.

Él era un hombre que se aferraba a la lógica y la razón, un alma que se negaba a dejarse llevar por las emociones.

Mientras Tariq intentaba arrastrar a Eleanor, una sombra se acercó a ellos. El Senador Caldwell. Con una sonrisa pegajosa, de serpiente. Y unos ojos calculadores. Era un tiburón.

— Tariq, mi muchacho, — Caldwell dijo. — Qué placer encontrarte de nuevo.

Su mirada se deslizó hacia Eleanor. Luego a Omar. Una amenaza silenciosa.

— Los negocios. Sabes como son. No esperan. Las licitaciones tan poco… Tienes una esposa muy bonita por cierto. — Miró a Tariq a los ojos con burla.

— Hay ojos en todas partes, ¿si te lo había comentado…? — Tariq soltó a Eleanor y se giró hacia Caldwell. Su cara era una máscara de magnate intocable e inquebrantable.

— Senador — Tariq respondió. Su voz, ahora, pulida. Peligrosa.

— Mis acuerdos son transparentes — lo enfrentó — Mis negocios son intachables.

— Claro — Caldwell se rio. Una risa seca.

— Pero las apariencias y las percepciones... pueden ser engañosas. Un matrimonio. Un contrato. Una esposa... muy sociable y distraída. La prensa adora esas historias escandalosas. Especialmente cuando hay licitaciones de billones de dólares en juego. — El mensaje era claro.

¿Cómo? Esto era un golpe bajo.

Caldwell debía estar aliado con alguien que lo conocía bien, alguien de su círculo interno. Era la única manera de que este hombre conociera sus secretos.

Tariq sintió la amenaza. La presión. Su matrimonio era una farsa. Pero necesitaba esa fachada. Perfecta. Inmaculada. Su imperio dependía de ello y también su nombre.

Si inmigración se enteraba iban a deportarlo o peor aún, Eleanor y él mismo, irían presos por fraude.

Miró a Eleanor.

Estaba hablando de nuevo con Omar. Demasiado cerca. Riendo. Una furia fría se encendió en Tariq. Le recorrió el cuerpo. No solo por la amenaza de Caldwell. Había algo más. Una chispa. Un miedo que no quería reconocer. Su puño se cerró con rabia.

Su amigo Omar. Tendría que hablar con él en privado si estaba decidido a coquetear con su esposa. El muy cretino había tocado una fibra en ella. Algo que él, su marido, no podía tocar y ciertamente no sabía cómo.

Nunca le dedicaba demasiado tiempo en una misma persona, le parecía una inversión innecesaria. 

Pero la sensación de celos. Posesión. Miedo. Lo tomó por sorpresa.

Un miedo antiguo. El sacrificio. El Halcón. La Rosa. La leyenda. Todo se arremolinaba en su mente. Estaba cansado de las creencias familiares que le habían inculcado desde niño.

No sabía si había algo de cierto en esos cuentos de viejas, él era un hombre pragmático, no se le daba bien estar creyendo en fantasías. Pero su padre Hassan estaba convencido de que eran ciertas.

Claro, que tampoco sabía que explicación debía darle a los sueños extraños y recurrentes que estaba teniendo desde hacía algún tiempo.

Lo mejor sería agendar una cita con el psiquiatra, su subconsciente se había vuelto muy creativo.

En todo caso, el corazón de Tariq se aceleró confirmando sus pensamientos. Esa emoción. Era nueva. Salvaje. Peligrosa. No la quería. Pero ardía. Le vendría bien ponerlo en la lista de preguntas que le haría al terapeuta.

Más tarde, en el camino de regreso, el silencio en el coche era asfixiante. Pesaba. Eleanor miraba por la ventana. Nueva York, un borrón. Tariq, en el asiento de al lado, era una tormenta contenida.

— No trabajarás con ese hombre. — Tariq dijo de repente. Su voz, baja, pero con una autoridad inquebrantable. Eleanor se giró.

— Disculpa, ¿qué?

— Omar Haddad — Tariq explicó, sin mirarla.

— ¿Y por qué no? — Eleanor preguntó. La ira subía por su garganta. Su vida. Sus decisiones. Nadie las tomaba por ella. Menos él.

— Motivos de seguridad — Tariq respondió. La excusa barata.

—  ¿Seguridad? — Eleanor le dijo con sarcasmo.

— Tariq, soy tu esposa. No tu prisionera. Necesito hacer algo. Sentir que sirvo para algo. — Tariq finalmente la miró. Sus ojos. Más fríos que nunca.

— Tu servicio es ser mi esposa. Y mantener las apariencias. Nada más.

— ¡Y tú eres mi marido! ¿No tienes que fingir también? — Eleanor gritó. — Al menos trátame con decencia.

El chófer, en la parte delantera, parecía querer desaparecer. Tariq se inclinó hacia ella. Su voz, un susurro peligroso.

— Mis negocios son complejos, Eleanor. Y no quiero distracciones. Especialmente de hombres como Haddad. Entendido. — Eleanor lo miró.

La ira. La frustración. La humillación. Había un fuego en sus ojos que él no había visto antes. Un desafío.

— No. No lo entiendo — Eleanor dijo. Su voz, temblorosa, pero firme. — No soy tu juguete. Ni tu prisionera. Soy una persona por si no te has dado cuenta.

— No tienes por qué entenderlo. Solo estoy protegiendo nuestros intereses. Y tú eres uno de ellos.

— Te recuerdo que eres mi esposa — dijo él. — Y como mi esposa, tienes que acatar mis decisiones. Y mi decisión es que no te verás con Omar, ya te lo he dicho.

— ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo que lo vea?

— Deja de cuestionar mis órdenes y mis decisiones. No sabes quién es él en realidad. No sabes lo que quiere. No sabes nada de él.

— Sé que es una persona amable y sincera — dijo ella. — Y que no es tan frío y calculador como tú. — Tariq la miró, sus ojos verdes brillando con una luz oscura.

— No quiero que llames la atención.

— ¿Llamar la atención? ¿Por trabajar en una fundación? — Eleanor se rio. Una risa que le rasgaba la garganta. — ¿Y tus negocios con Caldwell? ¿Eso es discreto?

— No te incumbe — dijo él, con una voz fría. — Mi vida privada es mía. — Su voz amenazante.

— No te atrevas a desafiarme, Eleanor. Hay cosas que no entiendes. Cosas peligrosas. Este matrimonio es una farsa. Pero debe parecer real. Y tú no lo vas a arruinar. — Eleanor lo miró. Desafío. Puro. Crudo.

— No me vas a controlar, Tariq. No soy tu marioneta. — Eleanor se giró dándole la espalda. Esta conversación no los llevaría a ningún lado.

Al llegar al penthouse, Tariq bajó primero. Eleanor lo siguió. La tensión zumbando entre ellos. En el ascensor, Tariq no la miró. Solo se escuchaba el rumor de la máquina. Eleanor rompió el silencio.

— No me vas a detener, Tariq. — Tariq la miró. Sus ojos, fieros.

— Inténtalo, Eleanor.

Las puertas del ascensor se abrieron. El vasto salón. El lujo silencioso. Pero esta vez, no había vacío. Esto era la guerra.

El teléfono de Eleanor sonó justo en ese momento. Era una llamada de Omar Haddad.

— Hola, Eleanor. ¿Te gustaría que nos viéramos mañana? Podríamos ir a Central Park. Sería un placer para mí y quizás allí te cuente mis más profundos secretos — bromeó. Su voz suave. Su sonrisa era una promesa.

Eleanor miró a Tariq desafiante. Una decisión. Una provocación.

— Me encantaría, Omar — dijo, respondiendo casi de inmediato. Su sonrisa. Genuina. Brillante.

Su corazón latió con fuerza. La idea de pasar tiempo con Omar la hacía sentir viva. La esperanza que había perdido se encendió de nuevo.

Tariq, observaba la escena. Vio la sonrisa en el rostro de Eleanor al recibir la llamada. Su sangre hirvió. No entendía la rabia que sentía. Cerró los ojos un instante. Su puño. Se apretó.

Eleanor se dirigió a su habitación mientras continuaba al teléfono. Él la siguió.

— ¿A dónde vas? — preguntó.

— A dormir — Eleanor respondió, sin mirarlo. — A soñar que soy libre, para que se me olvide que estoy secuestrada por el ogro.

Tariq se detuvo en el pasillo. La vio entrar a su suite. La puerta se cerró. Un golpe sordo. Su corazón latía rápido. Eleanor. Con Omar. El corazón le dolía. Un dolor nuevo. Violento.

Se quedó allí, solo. Mirando la puerta cerrada. La guerra había empezado. Y él no sabía cómo luchar contra un enemigo que vivía dentro de él, mezclado con profecías de viejas, que no sabía si debía creer.

Y, esa punzada de celos que se combinaba con la imagen de Eleanor riendo con Haddad.

Cerró los ojos. La vena en su sien palpitaba. La amenaza de Caldwell. Todo se fusionaba en su mente.

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