Eleanor, envuelta en un sencillo vestido blanco de préstamo que se sentía más a mortaja que ha vestido de novia, tenía los nudillos blancos de apretar el pequeño bolso que Samantha le había insistido en llevar.
Cada segundo era una tortura.
Frente a ella, Tariq Al-Farsi permanecía inalterable con la mirada vacía. Su traje impecable, parecía una armadura impenetrable.
Una sensación de fatalidad que no logró comprender lo envolvió quemándole el pecho. Cerró los ojos un instante, y la imagen de Eleanor, tan frágil y herida, se le grabó a fuego en la mente.
La funcionaria carraspeó rompiendo el silencio. Sus palabras resonaron huecas, desprovistas de cualquier significado de unión o amor.
— Señor Tariq Al-Farsi, ¿Acepta a la señorita Eleanor Vance como su legítima esposa?
Tariq pareció quedarse sin palabras por espacio de un segundo, como si su mente necesitara reconectarse con su lengua. Al fin contestó. La voz de Tariq fue un murmullo grave, casi inaudible.
— Sí, acepto. — La afirmación, desprovista de emoción, se clavó en Eleanor como un puñal.
Era un contrato, una transacción. Su razón lo sabía, pero su corazón se partía por lo que pudo ser y no fue, mientras que en algún lugar de su mente deseaba que fuera la voz de Dylan, y no la de aquel desconocido.
Dylan, ¡Por el amor de todo lo sagrado! Si Samantha pudiera leerle la mente, ya la habría insultado.
— Señorita Eleanor Vance, ¿Acepta al señor Tariq Al-Farsi como su legítimo esposo?
La respiración se le atoró en la garganta.
La voz de Dylan, su ex novio y peor pesadilla, prometiéndole un futuro juntos y una boda de ensueño, resonó en su mente burlándose de la realidad y de sus anhelos más profundos.
Esta era la antítesis de todo. Era la humillación final.
Levantó la vista y sus ojos azules, anegados de tristeza, se encontraron con los fríos y calculadores ojos de Tariq. Y, por un instante, solo un instante, juró creer ver un destello de algo, un remolino de dolor o de culpa, antes de que su rostro volviera a ser una máscara de hielo.
— Sí — murmuró, la voz apenas fue un susurro que se rompió al final —. Acepto.
Y con esa frase, Eleanor renunció totalmente a cualquier cosa que hubiera soñado desde que era una niña, esas cosas con las que sueña toda mujer.
Esta boda, su boda, era una tortura de principio a fin, como una ejecución silenciosa.
La funcionaria les indicó que intercambiaran los anillos. Samantha, que había insistido en estar presente, se adelantó, ofreciendo dos sencillas bandas de oro blanco, compradas a toda prisa, y desprovistas de cualquier significado emocional.
— Ahora repita conmigo: — Mirando al novio — Con este anillo…
— Con este anillo — Repitió él con voz ronca.
Eleanor extendió una mano temblorosa. El oro frío en la palma de Tariq parecía absorber la poca calidez que quedaba en la estancia. Él tomó su mano, su tacto fue gélido, apenas un roce.
— Yo, Tariq Al Farsi, te desposo…
— Yo, Tariq Al Farsi, te desposo… — repitió, y esa voz profunda se le coló a Eleanor hasta los huesos causándole un estremecimiento helado, y trayendo a su mente el nombre que habría querido escuchar en una ocasión como esta: Dylan. El maldito Dylan Hunter.
— Uniendo mi vida contigo…
— Uniendo mi vida… — Algo se le atoró al árabe en la garganta, y Eleanor ladeó la cabeza entrecerrando los ojos.
«¡No lo puedo creer, ya estamos aquí y todavía este idiota tiene dudas, cuando debería ser yo la que quiera salir corriendo!»
Tariq carraspeó para aclararse la garganta y adoptó una postura estoica.
— Uniendo mi vida contigo — Al fin soltó.
— Para amarte y respetarte, todos los días de mi vida.
— Para… respetarte… — Dijo saltándose la parte de “amarte” — Todos los días… — Eludiendo otro par de cosas en sus votos.
El anillo se deslizó por su dedo, tan helado como la sombra que le oprimía el pecho. Eleanor sintió un escalofrío de profunda desolación. Era una marca de posesión en un contrato sin alma ni emociones.
— Muy bien, ahora usted señorita — La funcionaria la miró con una media sonrisa condescendiente que a la rubia le supo amarga.
— Con este anillo…
— Con este anillo — Dejó escapar con un silbido bajo, mientras la mano le temblaba al ponerle el estúpido anillo en el dedo a Tariq.
Hizo un par de intentos, pero la mano le tambaleaba mucho como para llevarlo hasta su dedo, parecía que no iba a ponérselo nuca, así que él, tomó la mano de la chica y la dirigió directo a su dedo anular prácticamente poniéndose el anillo él mismo.
La rubia buscó sus ojos avergonzada, pero él ni siquiera se dignó a mirarla.
— Yo, Eleanor Vance, te desposo…
El resto de sus votos los dijo en automático y casi sin escuchar su propia voz, cuando la ceremonia término, apenas si se dio cuenta de que ya estaban firmando.
Tariq observó el anillo en el dedo de Eleanor. Su mente, calculadora, ya había pasado al siguiente punto de la agenda marcando los pendientes logrados en una lista mental:
El matrimonio: estaba sellado.
Los documentos: se procesarían.
Su estatus en Estados Unidos: asegurado.
La presión de Hassan estaba mitigada por el momento. Por ahora, hasta que el viejo supiera lo que había hecho, y se convirtiera en una fiera por haber elegido a alguien como Eleanor, una norteamericana sin linaje y seguramente sin honra, una mujer que, para nada se podría comparar con el tipo de mujer que Hassan quería como nuera.
Pero bajo la superficie, una punzada de incomodidad asaltó al heredero. Cerró los ojos con fuerza, intentando alejar la premonición.
«¡Basta, Tariq, ya no eres un niño para estar creyendo en cuentos de viejas, eres un hombre y estás haciendo uno de los mejores negocios de tu vida!
El que te abrirá las puertas de este país para hacer todo lo que tengas que hacer, y fortalecer toda la fortuna familiar» se dijo mentalmente a modo de calmar la ansiedad creciente que asaltaba su pecho, pero su rostro por fuera se mostró imparcial e inalterable.
— Ahora los declaro: ¡marido y mujer! — declaró la funcionaria.
El teléfono sonó en las manos de Samantha que salió apresurada, despidiéndose de la sombría ceremonia y dejando a su amiga sola de pie junto a ese total desconocido.
La funcionaria les pidió que se pusieran de pie para la foto.
Una fotografía rápida, sin sonrisas, sin alegría. Para la evidencia de la transacción.
Sus cuerpos estaban juntos, pero sus almas gritaban en direcciones opuestas. La lente de la cámara capturó la frialdad en la mirada de Tariq y la desolación en los ojos de Eleanor.
Con las firmas estampadas y la foto tomada, la ceremonia terminó con la misma brusquedad con la que había empezado.
Tariq se giró hacia Eleanor con rostro inexpresivo.
— Samantha se encargará de los detalles de su mudanza. La espero en el penthouse esta noche. — Su voz fue un témpano, un eco de la autoridad aprendida de su padre, Hassan.
Se dio media vuelta y caminó hacia la salida sin mirar atrás.
Un chófer, discreto y eficiente, lo esperaba en la acera en un sedán de lujo. El coche se deslizó silenciosamente por la calle, llevándose consigo la última pizca de control de Eleanor.
Eleanor se quedó sola en la acera junto a la calle. El anillo frío en su dedo se sentía pesado como un grillete.
La humillación era tan profunda que le costaba respirar, y el déjà vu de una traición aún más antigua la golpeó, en una visión fugaz de un desierto ardiente y una rosa marchita.
Se apretó las sienes para despejar su cabeza, los nervios la estaban sobrepasando.
Miró el punto donde el coche de Tariq había desaparecido y se sintió aún más pequeña e insignificante.
El teléfono en su mano vibró. Era Samantha.
— Eli, querida, tuve que irme, pero el chófer de Tariq está en camino para llevarte a tu nuevo hogar. ¿Estás lista?
Eleanor miró el anillo en su dedo, la banda de oro brillando sin vida bajo el sol de la mañana. No era el final de sus sueños; era el final de ella misma. Y el comienzo de una pesadilla aún mayor, atada a un hombre que la miraba con indiferencia.
Tragó grueso e inspiró hondo antes de contestar con calma, si él podía ser indiferente, ella también podía serlo.
—Sí. Estoy lista — Levantando la barbilla.