El despacho del Jeque Hassan había sido por mucho tiempo el centro gravitacional del poder en Oriente Medio.
La tensión entre Tariq y Eleanor estaba a punto de romperse, la frase del Patriarca, « se trata del destino, hijos míos, » resonó en el silencio, aniquilando cualquier alegría residual de su victoria corporativa, ¿Y ahora que iría a decirles?
Hassan no se movió, pero sus ojos penetrantes, ahora claros y sin el velo de la enfermedad, se centraron en Eleanor, no con una mirada de reproche, sino de escrutinio absoluto.
— La ambición de un Al-Farsi debe ser contenida — empezó — Si se desboca, destruye familias y naciones, eso es lo que ha hecho nuestra sangre por mucho tiempo, Tariq. Y lo que Omar, con su sacrificio, intentó prevenir.
Eleanor sintió un escalofrío, el patriarca citaba el mismo pasaje que Omar había susurrado alguna vez.
— Ustedes han visto el infierno, y han vuelto, han luchado por el poder, pero más importante, han luchado por la verdad. La sangre corrompida, como