Callum Avery pensó que su vida como beta sería tranquila, pero en una sola noche lo perdió todo: su empleo, a su esposa… y el control sobre su cuerpo. Una aventura con un alfa dominante lo cambió para siempre. Porque lo que debía ser solo una noche, terminó despertando algo que Callum no sabía que llevaba dentro: su mutación a omega. Decidido a empezar de nuevo, acepta un trabajo en una firma de inversiones de alto nivel. Lo que no esperaba era reencontrarse con él: Dominick Delacroix, su nuevo jefe… y el alfa que lo marcó. Ahora, unidos por un vínculo imposible de romper, Dominick lucha por contener sus impulsos mientras Callum intenta negar el deseo que lo consume. Sin embargo, algunas mordidas no se olvidan y hay alfas que no sueltan a quienes han marcado. . . Serie Lazos Del Destino: 0.5. XXX 1. El Alfa Que Me Marcó 2. XXX 3. XXXX
Leer más*—Callum:
No podía creer que esto estuviera ocurriendo en su vida.
Su mirada bajó hacia el vaso de whisky con hielo que yacía frente a él, casi vacío.
¿Cuál vaso era este? ¿El quinto? ¿El sexto?
Una carcajada seca escapó de sus labios mientras negaba con la cabeza.
Callum Avery no tenía idea de por cuál copa iba aquella noche, pero lo que sí sabía era que la vida que había conocido… había terminado.
Horas atrás, había estado trabajando. Feliz.
Amaba su rutina de nueve a seis, de lunes a viernes. Trabajaba como asistente personal de un reconocido empresario del mundo financiero. Ganaba un buen salario y era respetado. Nunca imaginó que su jefe, Philip Duvall, se atrevería a cruzar la línea.
Llevaba seis años en ese puesto, desde que se graduó de la universidad. Conseguir ese empleo había sido un golpe de suerte… porque los betas como él no solían obtener cargos tan importantes. Mucho menos al lado de un alfa dominante como Philip.
Solo que Philip nunca lo vio como un beta. Más bien… parecía empeñado en convertirlo en un omega.
Callum rió otra vez, aunque no había humor en su expresión.
El mundo se dividía en tres subgéneros secundarios: alfa, beta y omega.
Los alfas eran los líderes. Dominantes por naturaleza, ambiciosos, poderosos. Regían en la política, la economía y todo lo que valiera la pena controlar.
Los omegas, por el contrario, eran sumisos, sensibles y fértiles. Socialmente, se les veía como un bien preciado… o como un recurso para usar. Su valor dependía de su belleza, su docilidad o su habilidad para emparejarse.
Y los betas… bueno, los betas eran comunes y corrientes. No tenían los impulsos salvajes de los alfas ni la sensibilidad especial de los omegas. Eran neutros, invisibles. Nunca los suficientemente importantes como para destacar, pero siempre necesarios para hacer que el sistema siguiera funcionando.
Callum apuró su vaso de whisky de un solo trago y dejó el cristal sobre la barra con fuerza.
Ah, los betas no eran la gran cosa. Eran los olvidados. La clase media en un mundo que solo valoraba extremos.
Este mundo era un asco, gobernado por una jerarquía biológica donde los alfas lo tenían todo, los omegas eran vistos como propiedad, y los betas… Los betas quedaban atrapados en el fondo de la pirámide, sin voz, sin elección. Sin siquiera derecho a quejarse.
Y ahora, ni siquiera podía considerarse uno de ellos porque su jefe había estado empeñado en cambiarlo.
Su jefe se lo había dicho sin rodeos: lo deseaba. Y como alfa dominante, esa variación genética más peligrosa dentro de los subgéneros Alfa y Omega, podía hacerlo mutar si así lo quería.
Callum nunca imaginó que Philip lo estuviera observando con esos ojos… y mucho menos con ese fin, pero, como siempre, los alfas dominantes daban de qué hablar. Poderosos, impunes, capaces de hacer lo que les viniera en gana solo porque el sistema los favorecía.
Callum se negó rotundamente, pero no esperaba que su jefe lo amenazara.
—O te acuestas conmigo o te despido, Callum —le había dicho Philip esa misma tarde—. Si te soy sincero, la mejor opción es la primera. Puedes tenerlo todo, y… no te preocupes por tu pareja. Si me lo permites, puedo tenerlos a ambos. Seríamos felices los tres.
La idea era descabellada, repulsiva, como salida de una pesadilla. Callum, por supuesto, se negó. Y eso le costó el trabajo, pero ese no fue el único golpe que el día le tenía preparado.
Como si el universo estuviera empeñado en destruirlo por completo, justo después vino la traición. De su esposo.
Callum alzó su teléfono, como un masoquista incurable. Sabía lo que iba a ver, pero aun así abrió el correo electrónico.
Allí estaban.
Las fotos.
Jules, su Jules, colgado del cuello de un Alfa Dominante, tan acaramelados como si no existiera el mundo alrededor. En algunas imágenes… pasaban claramente de lo permitido.
Callum tragó en seco. El estómago le dio un vuelco.
Traicionado. Humillado. Roto.
Callum alzó la mano hacia el bartender y pidió otro vaso. Cuando lo tuvo frente a él, no lo pensó dos veces antes de apurarlo hasta el fondo, sintiendo el ardor del whisky desgarrarle la garganta. Sabía que, si seguía bebiendo, terminaría completamente borracho. Había intentado dejar ese maldito hábito, pero lo que había vivido ese día ameritaba perderse, aunque fuera por unas horas.
No quería recordar nada, porque lo peor del despido y del engaño… era que ambos venían de la misma fuente: una sola persona.
Su jefe, Philip Duvall.
Callum volvió a mirar el correo en su teléfono. Buscó la imagen donde se veía claramente la cara del alfa con el que su esposo lo había traicionado. La sonrisa maliciosa de Philip Duvall lo hizo apretar el aparato con tanta fuerza que pensó en estrellarlo contra la pared más cercana, pero no, no le daría el maldito gusto. Aún debía ese teléfono.
Suspiró profundamente.
Debió imaginar que el camino iba directo al desastre. Su esposo, Jules, era un omega recesivo, una variante menos fértil y con feromonas más suaves, indistinguible de un beta, pero para un alfa salvo en situaciones muy específicas. Tenía menor necesidad de emparejamiento y su instinto de nido no era tan fuerte como el de los omegas dominantes. Cuando empezaron a salir, Jules jamás se preocupó por su condición de beta. Decía que odiaba a los alfas porque le hacían pensar de formas incoherentes y peligrosas… y Callum le creyó, pero se equivocó.
Ahora entendía por qué Jules insistía tanto en que aceptara los “favores” de Philip. Claro. Tenían una maldita relación secreta. Y como Callum se negó a dejarse dominar por su jefe, Philip decidió destruirlo por completo.
Estaba destrozado.
¿Qué le quedaba en la vida?
Todo lo que conocía se había hecho agua entre los dedos.
Callum no sabía qué hacer. No quería regresar a casa ni enfrentar a Jules, sabiendo que su relación estaba acabada. Y todo… por un maldito alfa.
—Malditos alfas —masculló con odio.
Sí, los odiaba. Ellos lo tenían todo: poder, riqueza, respeto… incluso impunidad. La ley rara vez los tocaba. Mientras tanto, el peso de la culpa, las humillaciones y las injusticias siempre caía sobre los hombros de los betas como él.
La escalera social estaba podrida desde su base, pero así era la vida. Y lamentablemente, tenía que aceptarla.
Un pinchazo en la vejiga lo obligó a levantarse.
Esos vasos de whisky necesitaban salir de su sistema.
Se bajó del taburete y enseguida sintió el mareo golpearle la cabeza. Se sostuvo de la barra como pudo. El bartender le preguntó si estaba bien, mientras los demás clientes lo observaban con sonrisas burlonas. Eran alfas, por supuesto. ¿Qué otra cosa podría esperarse en un bar como ese? Lleno de ego, testosterona y dominio.
Le hizo un gesto al bartender asegurando que estaba bien y se encaminó hacia los baños, siguiendo el letrero iluminado.
*—Callum:Dominick se inclinó sobre él, sujetándolo con firmeza por las caderas, y rozó su erección gruesa y pesada contra la entrada húmeda y palpitante que se contrajo al instante, como si lo reconociera. El contacto fue un relámpago directo al centro del cuerpo de Callum, que alzó las caderas, desesperado, necesitado, tembloroso.—Por favor, Dominick… —suplicó con un hilo de voz, la garganta seca y los ojos vidriosos—. No me hagas esperar más…Dominick gruñó, una mezcla de deseo y ternura vibrando en su pecho, y bajó la cabeza hasta sus labios para devorarlo en un beso abrasador. Su lengua invadió su boca como preludio de lo que vendría después, mientras sus caderas empujaban con lentitud, pero sin tregua. Callum gimió contra sus labios, y luego soltó un grito cuando sintió el glande abrirse paso, presionando su entrada con firmeza, reclamándolo desde el primer centímetro.Su cuerpo se arqueó de inmediato. El ardor dulce del estiramiento le robó el aire, lo hizo temblar desde las p
*—Callum:Dominick se lanzó sobre él como una bestia hambrienta, dominado por un deseo primitivo que no admitía demora. Cuando sus cuerpos se encontraron, fue como si la habitación entera vibrara con la fuerza de su conexión. Dominick se inclinó sobre él y atrapó sus labios con una vehemencia casi salvaje, como si ese beso fuera su única salvación. No hubo contención. No hubo espacio para el temor o la duda. Fue un choque de bocas cargado de urgencia y fuego, una promesa sellada con lengua y aliento, una rendición absoluta del uno al otro.Callum jadeó contra su boca, sintiéndolo recorrerlo como una descarga eléctrica que encendía cada nervio de su cuerpo. El beso era húmedo, profundo, sucio, abrasador. Sus lenguas se entrelazaban como si pelearan por el control y al mismo tiempo se buscaran con desesperación. Se arqueó bajo su alfa, sus manos aferradas a sus hombros como anclas, mientras empujaba sus caderas hacia arriba con movimientos cortos y temblorosos, frotando su entrada hinch
*—Callum:Dominick lo tomó por la cintura, lo alzó sin esfuerzo, y Callum rodeó sus caderas con las piernas, encajando su cuerpo contra el del alfa. La erección firme y palpitante de Dominick rozó su entrada, haciéndolo gemir contra su cuello. Se frotó con desesperación, con ansias, como si el roce fuera lo único que pudiera aliviar la necesidad punzante que le quemaba por dentro.Se aferró a su cuello, jadeante, buscando su boca con urgencia.Sus labios se estrellaron en un beso brutal, hambriento, lleno de dientes y lenguas que se rozaban con desesperación. Se devoraban como si el aire entre ellos fuera innecesario, como si solo pudieran respirar a través del otro.Callum gimió cuando sintió las manos de Dominick recorrerle la espalda, aferrándolo con fuerza, sosteniéndolo como si fuera lo más valioso que hubiera tenido entre los brazos. Nunca había sentido algo así con nadie. Su cuerpo vibraba, receptivo, mojado de deseo. Su entrada palpitaba, goteando, lista para recibirlo. Era co
*—Callum:Entró a trompicones a la habitación del hotel que había logrado conseguir y, en cuanto cerró la puerta, Callum se desplomó contra ella. Su cuerpo ardía, temblaba de necesidad, con la piel erizada y los sentidos alterados por el celo que lo consumía desde dentro.Se había corrido dos veces en el taxi, mojando el asiento y empapando sus pantalones, y la vergüenza lo había hecho pagar extra para evitar preguntas o miradas incómodas. Apenas pudo, se arrastró hasta la recepción y pidió una habitación. La recepcionista lo miró con una mezcla de desconcierto y comprensión; cualquiera podía notar que estaba atravesando un celo brutal. Por suerte, los guardias eran betas y no había ningún alfa cerca. Buscó su teléfono con dedos torpes, sudorosos. Vio varias llamadas recientes y pérdidas de Dominick. Lo había intentado contactar en el taxi, pero no había recibido respuesta. Desesperado, le pidió al conductor que lo dejara en el primer hotel disponible, pues no podía llegar a casa y m
*—Callum:Cuando quedó a solas con el médico, se giró hacia él con urgencia.—¿Qué tan mal estoy? —exigió, sin rodeos. Necesitaba saber a qué se enfrentaba. Si iba a jugar sus cartas, debía tener claro el terreno.Ya había tomado una decisión. No iba a seguir trabajando para los Delacroix. En cuanto pudiera, renunciaría. Y también investigaría sobre la anulación de la marca. Había leído que era posible, aunque ilegal, pero lo haría. Rompería ese vínculo maldito. El doctor Tate suspiró, visiblemente incómodo.—Estás a punto de entrar en celo, Callum —admitió—. Tus niveles hormonales están completamente descontrolados. El doctor Giovanni pasó por aquí y hablamos al respecto…Callum sintió un escalofrío. No quería oír lo que seguía.—Pensamos que mutarías a un omega recesivo, que sería leve, pero… tus niveles de hoy no mienten. Estás mutando a un omega dominante —continuó el médico con seriedad—. Un beta mutando a omega dominante necesita más feromonas, más contacto… y eso solo puede da
*—Callum:Cuando volvió a recobrar el sentido, lo primero que notó fue que el techo sobre su cabeza no era el de la oficina de Micah. Era blanco, estéril, con luces fluorescentes zumbando levemente en el silencio… Era un techo de hospital.Parpadeó varias veces, tratando de aclarar la vista mientras un dolor sordo le palpitaba en las sienes. Al girar la cabeza, su mirada no pudo enfocar y solo veía borrosamente tres figuras que hablaban en voz baja al pie de la cama. Callum se aclaró la garganta y entonces, alguien le tendió sus gafas. Cuando Callum se las coloco, reconoció de inmediato a Micah y a Nicole Delacroix, pero fue la tercera persona la que hizo que se le secara la boca.—¿Doctor Tate? —preguntó, con la voz rasposa y débil.Los tres se giraron hacia él, y el médico, un hombre de cabello canoso, rostro amable y expresión serena, le sonrió como si fuera un viejo amigo.—Hey, Callum. Es bueno verte despierto —dijo el doctor con calidez.Callum frunció el ceño, desorientado. Se
Último capítulo