El Alfa Que Me Marcó (Lazos Del Destino #1)

El Alfa Que Me Marcó (Lazos Del Destino #1)ES

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Última actualización: 2025-06-02
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Resumen
Índice

Callum Avery pensó que su vida como beta sería tranquila, pero en una sola noche lo perdió todo: su empleo, a su esposa… y el control sobre su cuerpo. Una aventura con un alfa dominante lo cambió para siempre. Porque lo que debía ser solo una noche, terminó despertando algo que Callum no sabía que llevaba dentro: su mutación a omega. Decidido a empezar de nuevo, acepta un trabajo en una firma de inversiones de alto nivel. Lo que no esperaba era reencontrarse con él: Dominick Delacroix, su nuevo jefe… y el alfa que lo marcó. Ahora, unidos por un vínculo imposible de romper, Dominick lucha por contener sus impulsos mientras Callum intenta negar el deseo que lo consume. Sin embargo, algunas mordidas no se olvidan y hay alfas que no sueltan a quienes han marcado. . . Serie Lazos Del Destino: 0.5. XXX 1. El Alfa Que Me Marcó 2. XXX 3. XXXX

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Capítulo 1

1

​​​​​​​*—Callum:

No podía creer que esto estuviera ocurriendo en su vida.

Su mirada bajó hacia el vaso de whisky con hielo que yacía frente a él, casi vacío. 

¿Cuál vaso era este? ¿El quinto? ¿El sexto?

Una carcajada seca escapó de sus labios mientras negaba con la cabeza.

Callum Avery no tenía idea de por cuál copa iba aquella noche, pero lo que sí sabía era que la vida que había conocido… había terminado.

Horas atrás, había estado trabajando. Feliz.

Amaba su rutina de nueve a seis, de lunes a viernes. Trabajaba como asistente personal de un reconocido empresario del mundo financiero. Ganaba un buen salario y era respetado. Nunca imaginó que su jefe, Philip Duvall, se atrevería a cruzar la línea.

Llevaba seis años en ese puesto, desde que se graduó de la universidad. Conseguir ese empleo había sido un golpe de suerte… porque los betas como él no solían obtener cargos tan importantes. Mucho menos al lado de un alfa dominante como Philip.

Solo que Philip nunca lo vio como un beta. Más bien… parecía empeñado en convertirlo en un omega.

Callum rió otra vez, aunque no había humor en su expresión.

El mundo se dividía en tres subgéneros secundarios: alfa, beta y omega.

Los alfas eran los líderes. Dominantes por naturaleza, ambiciosos, poderosos. Regían en la política, la economía y todo lo que valiera la pena controlar.

Los omegas, por el contrario, eran sumisos, sensibles y fértiles. Socialmente, se les veía como un bien preciado… o como un recurso para usar. Su valor dependía de su belleza, su docilidad o su habilidad para emparejarse.

Y los betas… bueno, los betas eran comunes y corrientes. No tenían los impulsos salvajes de los alfas ni la sensibilidad especial de los omegas. Eran neutros, invisibles. Nunca los suficientemente importantes como para destacar, pero siempre necesarios para hacer que el sistema siguiera funcionando.

Callum apuró su vaso de whisky de un solo trago y dejó el cristal sobre la barra con fuerza.

Ah, los betas no eran la gran cosa. Eran los olvidados. La clase media en un mundo que solo valoraba extremos.

Este mundo era un asco, gobernado por una jerarquía biológica donde los alfas lo tenían todo, los omegas eran vistos como propiedad, y los betas… Los betas quedaban atrapados en el fondo de la pirámide, sin voz, sin elección. Sin siquiera derecho a quejarse.

Y ahora, ni siquiera podía considerarse uno de ellos porque su jefe había estado empeñado en cambiarlo. 

Su jefe se lo había dicho sin rodeos: lo deseaba. Y como alfa dominante, esa variación genética más peligrosa dentro de los subgéneros Alfa y Omega, podía hacerlo mutar si así lo quería.

Callum nunca imaginó que Philip lo estuviera observando con esos ojos… y mucho menos con ese fin, pero, como siempre, los alfas dominantes daban de qué hablar. Poderosos, impunes, capaces de hacer lo que les viniera en gana solo porque el sistema los favorecía.

Callum se negó rotundamente, pero no esperaba que su jefe lo amenazara.

—O te acuestas conmigo o te despido, Callum —le había dicho Philip esa misma tarde—. Si te soy sincero, la mejor opción es la primera. Puedes tenerlo todo, y… no te preocupes por tu pareja. Si me lo permites, puedo tenerlos a ambos. Seríamos felices los tres.

La idea era descabellada, repulsiva, como salida de una pesadilla. Callum, por supuesto, se negó.  Y eso le costó el trabajo, pero ese no fue el único golpe que el día le tenía preparado.

Como si el universo estuviera empeñado en destruirlo por completo, justo después vino la traición. De su esposo.

Callum alzó su teléfono, como un masoquista incurable. Sabía lo que iba a ver, pero aun así abrió el correo electrónico.

Allí estaban.

Las fotos.

Jules, su Jules, colgado del cuello de un Alfa Dominante, tan acaramelados como si no existiera el mundo alrededor. En algunas imágenes… pasaban claramente de lo permitido.

Callum tragó en seco. El estómago le dio un vuelco.

Traicionado. Humillado. Roto.

Callum alzó la mano hacia el bartender y pidió otro vaso. Cuando lo tuvo frente a él, no lo pensó dos veces antes de apurarlo hasta el fondo, sintiendo el ardor del whisky desgarrarle la garganta. Sabía que, si seguía bebiendo, terminaría completamente borracho. Había intentado dejar ese maldito hábito, pero lo que había vivido ese día ameritaba perderse, aunque fuera por unas horas.

No quería recordar nada, porque lo peor del despido y del engaño… era que ambos venían de la misma fuente: una sola persona.

Su jefe, Philip Duvall.

Callum volvió a mirar el correo en su teléfono. Buscó la imagen donde se veía claramente la cara del alfa con el que su esposo lo había traicionado. La sonrisa maliciosa de Philip Duvall lo hizo apretar el aparato con tanta fuerza que pensó en estrellarlo contra la pared más cercana, pero no, no le daría el maldito gusto. Aún debía ese teléfono.

Suspiró profundamente.

Debió imaginar que el camino iba directo al desastre. Su esposo, Jules, era un omega recesivo, una variante menos fértil y con feromonas más suaves, indistinguible de un beta, pero para un alfa salvo en situaciones muy específicas. Tenía menor necesidad de emparejamiento y su instinto de nido no era tan fuerte como el de los omegas dominantes. Cuando empezaron a salir, Jules jamás se preocupó por su condición de beta. Decía que odiaba a los alfas porque le hacían pensar de formas incoherentes y peligrosas… y Callum le creyó, pero se equivocó.

Ahora entendía por qué Jules insistía tanto en que aceptara los “favores” de Philip. Claro. Tenían una maldita relación secreta. Y como Callum se negó a dejarse dominar por su jefe, Philip decidió destruirlo por completo.

Estaba destrozado.

¿Qué le quedaba en la vida?

Todo lo que conocía se había hecho agua entre los dedos.

Callum no sabía qué hacer. No quería regresar a casa ni enfrentar a Jules, sabiendo que su relación estaba acabada. Y todo… por un maldito alfa.

—Malditos alfas —masculló con odio.

Sí, los odiaba. Ellos lo tenían todo: poder, riqueza, respeto… incluso impunidad. La ley rara vez los tocaba. Mientras tanto, el peso de la culpa, las humillaciones y las injusticias siempre caía sobre los hombros de los betas como él.

La escalera social estaba podrida desde su base, pero así era la vida. Y lamentablemente, tenía que aceptarla.

Un pinchazo en la vejiga lo obligó a levantarse.

Esos vasos de whisky necesitaban salir de su sistema.

Se bajó del taburete y enseguida sintió el mareo golpearle la cabeza. Se sostuvo de la barra como pudo. El bartender le preguntó si estaba bien, mientras los demás clientes lo observaban con sonrisas burlonas. Eran alfas, por supuesto. ¿Qué otra cosa podría esperarse en un bar como ese? Lleno de ego, testosterona y dominio.

Le hizo un gesto al bartender asegurando que estaba bien y se encaminó hacia los baños, siguiendo el letrero iluminado.

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