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​​​​​​​*—Callum:

Aún no podía creer lo que había pasado, pero el cuerpo adolorido, sin fuerzas, el dolor sordo y pulsante entre sus piernas, y la mordida ardiente en su cuello… todo era prueba suficiente. No había sido un sueño. Había ocurrido. Todo.

Callum se aferró al volante con los nudillos blancos y afinaba la vista mientras conducía hacia… casa. O lo que antes consideraba su hogar. Después de todo, ¿cómo podía seguir llamándolo así? Jules lo había traicionado, lo había destrozado, y ahora esto. Esto lo había terminado de quebrar.

Se detuvo en una luz roja, y sus manos cayeron sobre su regazo. Un temblor sacudió su cuerpo, como si recién ahora su alma intentara reaccionar ante la magnitud de lo que había sucedido. No quería aceptarlo.

¿Qué había hecho?

¿Cómo pudo dejarse llevar así?

¿Y con un maldito alfa?

Las lágrimas nublaron su visión una vez más, calientes y rabiosas, escurriendo por sus mejillas con una mezcla de vergüenza y desamparo.

Sabía lo que implicaba un encuentro como ese. Sabía lo peligrosas que podían ser las consecuencias para un beta. No era ignorante. Lo había leído, escuchado historias. Un alfa dominante podía mutar a un beta en un omega si se daban ciertas condiciones. Sexo intenso. Un baño de feromonas. Anudamientos repetidos. Y la mordida final. Cada uno de esos pasos... se había cumplido.

Tres días.

Tres malditos días desde que lo despidieron. 

Tres malditos días desde que descubrió que Jules se acostaba con su jefe. Y después, como un idiota, fue a un bar a beber su dolor. Y conoció al alfa.

Callum apretó la mandíbula.

Había pasado casi tres días completos en una habitación de hotel, siendo tomado una y otra vez por ese desconocido, como si su cuerpo le perteneciera. Su mente se apagaba y regresaba en espasmos de lucidez mientras era empujado, anudado, marcado. Su voluntad se había diluido en el calor, en el placer, en el descontrol… y el remordimiento ahora le desgarraba el pecho.

Se llevó la mano temblorosa a la nuca, tocando con suavidad el parche que cubría la herida aún sensible. El simple contacto le hizo jadear de dolor. Se aferró al volante y comenzó a llorar otra vez, en silencio.

Cuando por fin recuperó la conciencia del todo, entendió por qué el alfa lo había dejado ir. Estaba dormido, profundamente. Había caído en su Rut, ese estado salvaje y febril que afectaba a los alfas cada cierto tiempo, esa necesidad primitiva de apareamiento que podía durar días… o semanas.

Y ese maldito lo había pasado con él.

Como beta, Callum no tenía forma de detectar que el Rut estaba cerca. Solo un omega o un alfa podía percibirlo. ¿Quién iba a imaginar que ese desconocido estaba al borde de ese abismo… y él, un simple beta, fue quien lo acompañó al fondo?

Callum se limpió las lágrimas con el dorso de la mano justo cuando la luz del semáforo cambiaba a verde. Aceleró con torpeza, su mente sumida en una bruma pesada.

Un alfa dominante no debía y no podía pasar su Rut con un beta. Era antinatural. Los betas no despertaban ese deseo salvaje. No podían calmar esa hambre, pero el deseo estuvo ahí. La química. El instinto. ¿Por qué?

No lo entendía.

Lo único que sabía con certeza era que su vida cambiaría. Tal vez ya lo había hecho.

Era probable que lo que ocurrió durante esos tres días desatara una mutación en él. Todo estaba hecho. Todos los pasos se habían cumplido. Y si su cuerpo respondía… si mutaba… ya no sería quien solía ser.

Y no estaba seguro de poder vivir con eso.

El recuerdo lo hacía estremecer. Cuando notó que el alfa dormía profundamente, exhausto, casi inconsciente, supo que tenía que huir. Como pudo, con el cuerpo todavía temblando, recogió lo poco que quedaba de su ropa, rasgada y hecha trizas. Al menos encontró su billetera, las llaves, pero su teléfono y sus gafas… quién sabe dónde se habían quedado. Tal vez en el baño del bar. Tal vez en el camino al hotel. Da igual.

Tuvo que vestirse como pudo y escapar del hotel con un maldito albornoz. El bochorno lo marcó más que cualquier mordida. Cruzó el vestíbulo cabizbajo, escondiendo la marca bajo papel higiénico. Llegó al bar. Recogió su coche. Y condujo hasta la farmacia más cercana. Lo único que pudo hacer fue comprar analgésicos y parches para cubrir la herida.

Sí, necesitaba ver a un médico, pero no pudo. La vergüenza lo consumía. El miedo a que confirmaran su mutación lo paralizaba. Aún guardaba la esperanza, una ridícula y diminuta esperanza, de que nada cambiara. Que todo desapareciera. Que la marca sanara. Que volviera a ser el mismo.

No obstante, con su suerte… sabía que esto era apenas el comienzo.

Callum se mordió los labios y volvió a llorar, atrapado entre el dolor y la vergüenza. ¿Cómo iba a mirar a la cara a sus amigos? ¿A sus padres? ¿A Jules?

¿Qué dirían cuando lo vieran así?

¿Qué pensarían cuando notaran el temblor en su voz, su mirada apagada, la marca escondida en su cuello?

La sociedad ya era cruel con los betas, pero un beta que se metía con un alfa era considerado poco menos que basura.

Y peor aún… un beta mutado.

Apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Las lágrimas seguían cayendo, silenciosas, calientes, y él no las detenía. No podía. Lo habían educado para mantenerse en su lugar. Los alfas con omegas. Los betas con betas. Ese era el orden natural. Los betas no debían aspirar a más. Porque si un alfa o un omega conocían a su pareja destinada… esa unión era sagrada. No había amor, ni relación, ni promesa capaz de competir con ese lazo. 

Y un beta como él nunca sería suficiente, pero lo suyo no era solo vergüenza social.

Era peor.

Un beta mutado era un paria. Una aberración. Un error que ni los alfas ni los omegas querían aceptar. Porque eso significaba que se había dejado marcar, anudar, llenar, quebrar hasta lo más profundo. Significaba que su cuerpo había cedido.

Se obligó a alzar la cabeza, aún con la garganta cerrada y el pecho oprimido.

Tenía que resistir.

Tenía que recomponerse, aunque por dentro estuviera hecho pedazos.

Había perdido su trabajo. Había sido traicionado por el hombre al que amaba. Y ahora… ahora tenía esta cicatriz maldita escondida bajo un parche en la nuca, pero debía terminar con todo. Con Jules. Con esta farsa.

Cuando llegara al apartamento, lo confrontaría. Le diría que lo sabía todo. Que sabía lo de su jefe. Que no lo perdonaría. Jules gritaría, sí, intentaría voltearlo todo, pero cuando él hablara… cuando Callum dejara en claro que ya no era el mismo, nada volvería a ser igual.

Suspiró hondo cuando llegó a su edificio. Era un condominio de edificios residenciales tranquilos, como su vida había sido hasta hace tres días. Estacionó el auto en su plaza.

Se quedó dentro, con las manos temblorosas sobre el volante, luchando por respirar. El analgésico ya comenzaba a hacer efecto, y el dolor físico mermaba, pero lo que se avecinaba dolería más que cualquier mordida.

Con la frente en alto, se obligó a salir del coche.

Sus piernas estaban débiles, su cuerpo pesado, pero tenía que enfrentar a Jules. Tenía que cerrar este capítulo, aunque le arrancara el alma.

Entró al edificio y subió al ascensor. Presionó el botón del sexto piso y apoyó la espalda contra la pared metálica. Cerró los ojos.

Y entonces lo sintió.

Un sonido húmedo lo sacudió. Instintivamente apretó las piernas, pero fue inútil. Un flujo cálido descendió entre sus muslos, deslizándose por sus piernas hasta humedecer las pantuflas del hotel que aún llevaba puestas.

Se tapó la boca para no gemir de vergüenza.

Se había limpiado tantas veces. Se había metido los dedos, se había duchado, había usado papel, toallas, lo que tuviera a mano, pero ese alfa lo había llenado como si su interior le perteneciera.

Como si lo hubiera reclamado.

Callum apretó los ojos con fuerza. Recordaba la primera vez que se acostó con un alfa. Había sido impulsivo, una noche de copas. No hubo mordida. No hubo nudo. No hubo repetidas veces. Solo una noche de pasión que había enterrado en lo más profundo de su ser. Un maldito error, pero aquello… aquello había sido diferente. 

Esto… Esto fue todo.

Y lo peor de todo era que lo merecía.

Por idiota.

Por débil.

Por haber caído tan bajo.

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