*—Callum:
El ascensor llegó al sexto piso y Callum salió de él sintiendo que cargaba un bloque de concreto sobre los hombros. Se acercó a la puerta de su apartamento, sacó las llaves con manos temblorosas, pero antes de siquiera intentar girarlas en la cerradura, la puerta se abrió de golpe.
—¿Dónde m****a estabas? —espetó Jules, con los ojos avellana enrojecidos por las lágrimas, el rostro descompuesto y el cabello alborotado—. ¿Sabes cuántos días llevas desaparecido? Pedazo de…—se detuvo de pronto. Su mirada recorrió el cuerpo de Callum: el albornoz del hotel, las pantuflas ajenas, el rostro demacrado, el cuerpo inclinado por el cansancio—. ¿Qué diablos? —preguntó, frunciendo el ceño.
Callum soltó una carcajada seca y sin alegría, y entró caminando como si nada, ignorando la tensión que llenaba el ambiente.
—Hola. ¿Qué tal todo? —soltó con ironía.
Jules se le fue encima y lo tomó del cuello del albornoz, empujándolo hasta que su espalda chocó contra la pared.
—¿Qué tal todo ni un coño? ¿Por qué estás vestido así? ¿Dónde carajo estabas, Callum?
Callum bajó la mirada, dejó escapar otra risa más amarga aún, y entonces Jules se detuvo. Su mirada se desvió hacia abajo. Se alejó bruscamente de él, con las manos temblando, horrorizado al ver los rastros de fluidos, ya secos en parte, manchando sus muslos y bajando por las pantuflas.
—¿Es eso... semen? —preguntó Jules, con el rostro descompuesto.
Callum levantó una pierna y observó la mancha sin ningún tipo de emoción.
—Sí, lo es —murmuró.
El silencio que siguió fue denso como el plomo. Jules dio un paso hacia él, más confundido que enojado ahora.
—Callum… ¿Quién te hizo esto? —preguntó Jules con la voz rota por la angustia, metiendo la mano temblorosa en el bolsillo de sus vaqueros para sacar el móvil—. Tenemos que llamar a la policía, y…
Callum negó con la cabeza y le apartó la mano. No solo se sentía asqueado por lo que le había hecho aquel alfa desconocido… También lo estaba por lo que tenía frente a él. Por Jules. El amor de su vida durante ocho años. Aquel omega recesivo que había conquistado su corazón con solo una sonrisa, que lo había hecho enfrentarse al mundo por estar a su lado. Aquel chico rubio de ojos avellana que una vez había sido su hogar, pero ahora…
Callum inspiró profundo, contuvo las lágrimas que ardían en sus ojos, y lo soltó de golpe:
—Dormí con un alfa.
Jules palideció.
—¿Qué…?
—Sí, dormí con un alfa. Porque quería saber cómo se sentía —dijo Callum con una sonrisa burlona, clavando sus ojos en los de Jules y viendo cómo se llenaban de horror.
Jules dio un paso atrás, escandalizado.
—¡¿Cómo pudiste?! ¿Estás loco? —le gritó, golpeándolo en el pecho—. ¿¡Qué demonios te pasa!? ¿¡Cómo pudiste dormir con un alfa!? Eres un…
—¿Infiel? —interrumpió Callum, sonriendo con amargura—. Tal vez, pero… ¿y tú?
Jules frunció el ceño, desconcertado.
—¿Qué estás insinuando?
Callum no respondió de inmediato. Se mordió los labios y se apoyó en el respaldo de un sofá, con el estómago revuelto. No sabía si era por el hambre, porque llevaba tres días sin comer, o por los nervios, o por ese momento con el alfa. Sentía una presión desagradable en el vientre.
Y entonces, ese sonido húmedo volvió a resonar. Sintió el líquido ajeno escurriendo de él.
Dios… aún seguía dentro.
Jules se cubrió la boca y lo golpeó en el brazo, más fuerte esta vez.
—¡¿Cómo pudiste?! —gritó, fuera de sí.
«¿Cómo pudo?», pensó Callum con rabia.
¿Cómo pudo él? ¿Cómo pudo acostarse con su jefe, arruinando así todo lo que habían construido juntos? ¿Cómo pudo traicionar una relación de la que siempre se habían enorgullecido?
—¿Cómo pudiste tú? —le devolvió Callum, clavándole la mirada—. Me estás reclamando, pero quizás… debería ser yo quien lo hiciera. ¿No crees?
Jules retrocedió, confuso.
—¿De qué hablas?
Callum rodó los ojos, se incorporó del sofá y lo enfrentó.
—Philip. Tu amante.
Jules se quedó helado. Sorprendido al principio… pero luego fingió inocencia.
—El señor Duvall no es mi amante, él…
—Tengo pruebas y sé que tú sabes que yo lo sé —lo cortó Callum con frialdad—. Me propuso que fuera su amante también. Dijo que nos cuidaría a ambos, pero cuando me negué…—Callum desvió la mirada, incapaz de continuar—. Creo que deberías estar al tanto. Después de todo, es tu amante, ¿verdad?
Jules abrió la boca y la cerró sin emitir sonido alguno. Finalmente, su expresión se transformó. Ya no había confusión. Ya no había culpa. Solo vacío. Solo frialdad.
—Así que lo sabes —murmuró con una sonrisa torcida.
Esa sonrisa fue como una puñalada directa al corazón de Callum. El amor de su vida, el hombre por quien había dado todo, por quien luchó cuando no debía… le sonreía con cinismo.
—Vaya… al fin dejaste de fingir, ¿eh? —dijo Callum con una risa amarga.
—¿Qué puedo decir? —susurró Jules, apartándose un mechón de cabello tras la oreja—. Es la ley de la vida, ¿no? Un alfa debe estar con un omega. Por mucho tiempo me negué a ello. No quería que ningún alfa me dominara… no quería estar babeando por uno. Pensé que tú y yo podíamos ser felices. Y lo fuimos, pero Philip…
Jules cerró los ojos. Callum sintió que los suyos se llenaban de lágrimas de nuevo, porque sabía exactamente en quién estaba pensando él.
—Cuando me tocó vi el cielo y me sentí completo.
Callum apretó los puños. No quería escuchar más. No necesitaba escuchar más, pero su voz salió igual:
—¿Cuándo sucedió? —preguntó Callum sintiendo las piernas como gelatina, tenía que sentarse para poder escuchar esta verdad, así que tomó asiento en el sofá en el que había estado apoyado antes.
Jules alzó una mano y acarició la cadenita de oro con un corazón que siempre dijo que era un regalo de su hermana pequeña, pero ahora, viendo la ternura con la que la tocaba… Callum supo la verdad.
—Cuando pasamos Navidad en España con él y su pareja de ese momento —reveló Jules.
Callum sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies mientras recordaba esa vacaciones navideñas con su jefe. Había estado tan feliz porque por fin Jules y él se habían dado el gusto de tener un viaje lejos de casa.
—Te habías emborrachado y me dejaste solo con él. Así que… sucedió —terminó diciendo su esposo y lo peor de todo, era que ese viaje había sucedido ya hace tiempo, ¿eso quería decir que…?
—¿Tres años siendo su amante? ¿A escondidas? —preguntó Callum, con la voz quebrada.
Jules se encogió de hombros con desdén.
—Eres un tonto por no darte cuenta. Siempre estabas ocupado resolviendo sus asuntos —murmuró Jules con un tono burlón—. Te mandaba al fin del mundo con tal de que no estuvieras en casa y yo pudiera estar con él.
La revelación le cayó como una bomba al pecho, quitándole el aliento y dejándole un sabor amargo en la garganta. Callum apenas pudo incorporarse del sofá antes de salir corriendo al baño de visitas. Se arrodilló frente al inodoro y vomitó, pero no salió nada más que bilis y ácido, porque llevaba días sin comer. El cuerpo le temblaba, y su estómago se contraía con cada arcada, como si intentara expulsar todo el dolor, la rabia, el asco... todo.
Cuando por fin terminó, se dejó caer de lado, apoyado contra la pared fría, jadeando, temblando, sintiendo que el mundo se le escapaba por entre los dedos.
Entonces, escuchó pasos. Jules.
—Mírate —soltó con desprecio desde el umbral—. Tantas veces dijiste que nunca te entregarías a un alfa. Tantas veces dijiste que podíamos ser felices así… ¿Y ahora? —se cruzó de brazos y dejó escapar una risa baja, venenosa—. Te revolcaste con uno como si nada.
Callum cerró los ojos con fuerza, avergonzado, humillado. No solo por lo que había hecho… sino por haber amado durante ocho años a alguien como Jules. A alguien que ahora le escupía en la cara su dolor.
—Dime, ¿fue Philip? —insistió Jules, con voz burlona—. Siempre te tuvo ganas y tú no eres precisamente difícil de desear.
Callum rió, una risa hueca, rota, que no tenía alegría alguna.
—Nunca le daría mi cuerpo a ese imbécil —dijo con voz ronca, cargada de odio y abriendo los ojos para verlo con pena.
Jules frunció el ceño, y la ira lo dominó de inmediato.
—¡Pues debiste hacerlo! —gritó, avanzando hacia él—. Si hubieras aceptado su propuesta, seríamos sus amantes, estaríamos viviendo como reyes. ¡Pero no! Eres un maldito beta orgulloso. ¡Un hombre patético que no sabe cuándo rendirse!
Las palabras le cayeron como cuchillas. Callum sintió cómo el nudo en su garganta lo ahogaba. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Trató de hablar, de defenderse, de gritarle que se callara, pero no pudo. Su voz estaba perdida, su espíritu aplastado.
No solo había perdido a su esposo.
Había perdido su trabajo.
Su estabilidad.
Su dignidad.
Y ese encuentro con el alfa... ese maldito encuentro iba a cambiar su vida para siempre.
Jules seguía hablando, lanzándole insultos, desprecios, como si quisiera romperle el alma a pedazos, pero Callum ya no lo escuchaba.
El mundo se volvía borroso, sus sentidos se desvanecían. Apenas sentía el frío de las baldosas bajo su piel, el zumbido en sus oídos, el temblor incontrolable en sus manos. Se llevó los brazos al vientre, que palpitaba con una incomodidad extraña… y entonces, todo se volvió negro.
Callum se desmayó.
Y el silencio que quedó tras su caída fue más aterrador que cualquier grito.