A los ojos del mundo, Alessandro Moretti es un hombre de negocios exitoso, elegante y respetado. Dueño de cadenas hoteleras, restaurantes exclusivos y concesionarios de lujo, su imperio parece impenetrable. Pero tras las puertas cerradas de sus oficinas y bajo la fachada de la legalidad, se esconde el verdadero rostro de su imperio: tráfico de armas, lavado de dinero y silencios comprados con sangre. Alessandro no cree en el amor. Su matrimonio con Isabella fue una alianza conveniente, pactada por intereses familiares. Sin embargo, cuando su hijo Matteo nace, algo cambia. Por él, Alessandro estaría dispuesto a arrasar el mundo. Su debilidad, su único punto vulnerable, apenas con cinco años. Pero cuando enemigos del pasado comienzan a acercarse a su familia y secretos enterrados amenazan con salir a la luz, Alessandro se ve forzado a tomar decisiones que podrían destruir todo lo que ha construido. Entre traiciones, alianzas forzadas y una pasión prohibida que crece en las sombras, el rey de la mafia descubrirá que ni todo el poder ni todo el dinero del mundo pueden protegerlo… de sí mismo. Libro 4: De la saga Dinastía Carbone. Orden de los libros. 1- Perversos Deseos. 2- Perversa Ambición. 3- Perversa Traición. 4 - Perversa Tentación.
Leer másLa mansión estaba en completo silencio. La mayoría de los empleados dormía, y Matteo ya llevaba horas en su habitación, abrazado a su peluche favorito. Isabella, sin embargo, no conciliaba el sueño. Llevaba semanas con una sospecha creciente que se anidaba como una espina en el pecho. Alessandro estaba distante, esquivo, y Enzo… siempre rondaba cerca.Aquella noche, ya entrada la madrugada, Isabella salió de su habitación con paso sigiloso, envuelta en una bata de seda negra. Caminó por los pasillos oscuros, sus pies descalzos no hacían ruido sobre los pisos de mármol. El resplandor tenue bajo la puerta del despacho de Alessandro confirmó lo que su corazón ya temía.Se acercó.Contuvo el aliento.Y apoyó la oreja en la madera.Al principio no escuchó nada… pero luego, un jadeo. Un suspiro. Un gemido ahogado. Un crujido del sofá. Su sangre se heló. Cerró los ojos con fuerza. Quiso pensar que era una ilusión, pero algo dentro de ella la empujó a girar el pomo de la puerta lentamente.La
Las semanas pasaron como suspiros robados en medio del caos. Alessandro y Enzo se volvieron inseparables, aunque a los ojos del mundo todo parecía igual. Nadie sospechaba que el mafioso más temido de Italia y su guardaespaldas compartían más que una vida de peligro: compartían caricias furtivas, risas escondidas, miradas que decían todo sin pronunciar una sola palabra.Se volvieron novios ocultos, como dos adolescentes atrapados en cuerpos de hombres demasiado curtidos por la vida. El despacho de Alessandro se convirtió en su santuario. Las noches ya no eran frías, no cuando Enzo aparecía después de que todos dormían y se deslizaba por la mansión en silencio, directo a los brazos de su jefe… y ahora amante.En público, la distancia era profesional, medida, impecable. En privado, eran carne viva, deseo contenido, ternura áspera entre dos hombres que no sabían cómo amar, pero lo estaban aprendiendo.Enzo dormía muchas veces en la misma habitación que Alessandro, aunque al amanecer debía
La luz de la mañana se colaba por los ventanales de la mansión Moretti, bañando de oro los pasillos silenciosos. En la cocina, Enzo terminaba su desayuno con una taza de café aún humeante cuando la voz firme de Alessandro resonó desde el umbral:—Enzo, ven a mi oficina. Ahora.El tono no era de enfado, pero sí cargado de urgencia. Enzo alzó la vista, captando el brillo extraño en sus ojos. Dejó la taza con lentitud y caminó sin decir nada hasta el despacho.Apenas cruzó la puerta, Alessandro la cerró con seguro y lo atrapó entre sus brazos, besándolo con hambre, con necesidad. Sus bocas se encontraron como si la noche anterior no hubiese sido suficiente. Las manos de Alessandro exploraron su espalda, su nuca, aferrándolo como si no quisiera soltarlo nunca más.—No puedo dejar de tocarte… —murmuró contra sus labios—. Me cuesta incluso respirar cuando estás lejos de mí.Enzo sonrió, ligeramente burlón pero enternecido.—¿Y todo esto por un café frío? Qué intensidad.—No bromees. —Le aca
Pero esa forma de pensar poco a poco, según la rapidez con la que Alessandro metia y sacaba la punta, aumentando gradualmente la presión y fuerza, dilátandolo, fue esfumándose, hasta que de forma natural, no existió nada que no fuera la constante expectativa de cuándo sería el momento en que Alessandro decidiera meterlo todo una vez por todas.Aunque no pasó, por lo menos no tan rápido.Ya que, incluso si Alessandro moría de ganas, la visión hipnotizante que tenía al frente se lo impidió. Porque le gustaba: su pene contrayéndose mientras liberaba chorros y chorros de liquido preseminal, humedeciendo la entrada de Enzo mientras este, al sentir el líquido caliente y espeso se contraía también, llenándose de espasmos orgásmicos, provocando una imagen obscena, erótica difícil de ignorar.Pero estaba cerca del borde y a menos que quisiera empezar desde el inicio, tenía que apresurarse, apresurarse aún más de lo que había hecho hasta ese punto.No quería lastimar a Enzo, pero tampoco podía
Lo que verdaderamente hizo estallar a Enzo en pánico y suplicar de aquel modo, fue la imagen del otro hombre arrodillándose a la altura de su entrepierna, para sucesivamente enterrar el rostro ahí. Más que simple vergüenza por la evidente excitación aprisionada entre sus pantalones, Enzo no podía soportar la imagen de Alessandro mirándole sonriente desde abajo, con toda la perversión del universo tatuada en el rostro mientras rozaba tentativamente a los alrededores de su ingle, torturándolo a posta. No se requería de un alto grado de experiencia o inteligencia para suponer el rumbo de sus intenciones, bastaba verlo delinear con la punta de la nariz el penoso bulto existente entre sus piernas para adivinar lo que pretendía hacer.Siendo completamente honesto, una parte de él no lo creía capaz, es decir, Alessandro no parecía ser la clase de hombre que hiciera aquello por nadie, pero la sórdida sonrisa que este le dedicaba mientras creaba un camino de besos en el bulto de su erección ju
El sonido suave de la puerta al cerrarse fue como una detonación en el pecho de Enzo. No podía dejar que terminara así. No esta vez.Se levantó sin pensarlo demasiado y salió al pasillo, sus pasos firmes, decididos. Sabía exactamente a dónde ir. El despacho.Bajó las escaleras, cruzó el vestíbulo en penumbras y empujó la puerta de roble sin llamar. Alessandro estaba allí, de pie frente a la ventana, bebiendo un trago de whisky con la camisa arrugada y la mirada perdida en los jardines oscuros.—¿Ahora eres tú quien me invade? —preguntó sin volverse.—Necesitamos aclarar esto—respondió Enzo, cerrando la puerta tras de sí—. No te creo, Alessandro. No creo que quieras olvidarme.Alessandro rio sin humor, esa risa rota y amarga de quien está al borde del abismo.—Claro que no puedo. ¿Y sabes por qué? —Se giró, con la copa temblando apenas en su mano—. Porque te vi, Enzo. En Roma. Desnudo.Enzo parpadeó, confundido.—¿De qué hablas?—En el hotel —continuó Alessandro, su voz baja, cruda—. E
El aire fresco de la noche le acariciaba el rostro. Desde el balcón, Enzo contemplaba las luces de la ciudad como si en ellas pudiera encontrar respuestas a lo que acababa de escuchar. Tenía el pecho revuelto, no por el vino ni por el bullicio de la fiesta… sino por esa conversación con Sean Carbone, que no lograba sacarse de la cabeza.Cerró los ojos por un instante. El aire olía a jazmines y a peligro.—¿Qué tanto te dijo Sean Carbone? —preguntó de pronto una voz a su espalda, firme y baja.Enzo giró lentamente.Alessandro Moretti estaba allí, con las manos en los bolsillos, la mirada afilada como un cuchillo recién afilado. Se acercó apenas un paso, como si lo midiera, como si esperara que Enzo le mintiera.—¿Perdón? —dijo Enzo, fingiendo inocencia.—Lo vi hablándote como si fueran viejos amigos —continuó Alessandro, deteniéndose a un paso de él, su voz teñida de celos contenidos—. Te habló al oído. Te sonrió. ¿Desde cuándo los Carbone tienen tanta confianza con los empleados de la
La música se deslizaba por los salones de la Mansión Salvatore como seda, acompañando la elegante coreografía de saludos, copas levantadas, y sonrisas falsas entre hombres que en cualquier otro lugar se dispararían a matar.Alessandro permanecía cerca de la gran escalinata central, rodeado por un pequeño grupo de aliados, pero sin prestar verdadera atención a nadie. Su mirada no se movía del cuerpo que se deslizaba entre la multitud con una seguridad inocente: Enzo.Enzo se detuvo en la mesa de bocaditos, atraído por los dulces cuidadosamente dispuestos en pequeñas bandejas de plata. Tomó uno con los dedos y se lo llevó a la boca sin pensar. Luego, con gesto sutil, tomó un pequeño plato y comenzó a colocar algunos más con la clara intención de llevárselos a Matteo. Era un detalle sencillo, pero humano.—Me muero por conocerlos —murmuró Enzo por lo bajo, sin darse cuenta de que Donato estaba justo detrás de él.—¿A quién? —preguntó Donato con ceja alzada.—A los Carbone. Míralos… son t
Mansión Moretti – Habitación de Alessandro, minutos después.El silencio lo seguía como un espectro. Cerró la puerta de su habitación de un portazo y se apoyó contra ella, con la mandíbula tensa, los dedos crispados.Su corazón latía con violencia.Había algo en ese maldito muchacho… en Enzo… que lo desestabilizaba. Su descaro. Su seguridad. Sus malditos ojos negros que parecían leerlo como si supiera algo que él mismo no entendía.Alessandro caminó hasta el baño, furioso consigo mismo, como si con cada paso pudiera apagar el incendio que le ardía en el pecho… y más abajo.Se metió en la ducha de mármol sin pensarlo, sin desvestirse. Cerró la puerta de cristal y abrió el grifo con violencia.El agua cayó gélida sobre su cabeza. Mojó su camisa, sus pantalones, sus zapatos de cuero. No le importó. Dejó que la ropa se pegara a su piel como una segunda piel incómoda, como un castigo.Pero nada de eso apagaba lo que sentía.El frío no podía aplacar la imagen de Enzo desnudo en la ducha, en