A los ojos del mundo, Alessandro Moretti es un hombre de negocios exitoso, elegante y respetado. Dueño de cadenas hoteleras, restaurantes exclusivos y concesionarios de lujo, su imperio parece impenetrable. Pero tras las puertas cerradas de sus oficinas y bajo la fachada de la legalidad, se esconde el verdadero rostro de su imperio: tráfico de armas, lavado de dinero y silencios comprados con sangre. Alessandro no cree en el amor. Su matrimonio con Isabella fue una alianza conveniente, pactada por intereses familiares. Sin embargo, cuando su hijo Matteo nace, algo cambia. Por él, Alessandro estaría dispuesto a arrasar el mundo. Su debilidad, su único punto vulnerable, apenas con cinco años. Pero cuando enemigos del pasado comienzan a acercarse a su familia y secretos enterrados amenazan con salir a la luz, Alessandro se ve forzado a tomar decisiones que podrían destruir todo lo que ha construido. Entre traiciones, alianzas forzadas y una pasión prohibida que crece en las sombras, el rey de la mafia descubrirá que ni todo el poder ni todo el dinero del mundo pueden protegerlo… de sí mismo. Libro 4: De la saga Dinastía Carbone. Orden de los libros. 1- Perversos Deseos. 2- Perversa Ambición. 3- Perversa Traición. 4 - Perversa Tentación.
Leer másEl reloj marcaba las nueve en punto cuando las puertas del despacho se cerraron tras el tercer candidato.
Alessandro Moretti no alzó la mirada de la carpeta de hojas perfectamente alineadas sobre su escritorio de caoba. Con dedos fríos y firmes, pasó la página con la misma precisión con la que ordenaba ejecuciones en la sombra. —Otro incompetente —masculló, con voz áspera, sin esperar réplica. —Era el mejor perfil de los recomendados por recursos humanos —respondió su jefe de seguridad, Piero, que lo acompañaba al fondo del despacho. Su corpulencia imponente apenas encajaba en la silla donde se había mantenido inmóvil las últimas dos horas. —No busco diplomas ni sonrisas programadas. Necesito alguien que sepa escuchar… obedecer… y guardar silencio —espetó Alessandro, clavando por primera vez la mirada en Piero—. ¿Cuántos más quedan? —Dos. —Que entre el próximo. Las puertas se abrieron sin estridencia. El siguiente candidato era un hombre de unos treinta años, traje bien planchado, sonrisa forzada, voz temblorosa. Duró siete minutos. Fue rechazado sin que Alessandro le dirigiera la palabra más allá del saludo inicial. —Último —ordenó sin levantar la voz. Y entonces entró él. No debía destacar. No con esa camisa que le quedaba un poco grande, ni con esa carpeta gastada que sostenía entre las manos. Pero lo hizo. Desde el primer paso, había algo en su postura: ni arrogante ni servil, algo difícil de describir. Ni sumisión ni desafío. Un punto intermedio que provocó que Alessandro alzara la vista. El silencio en la habitación fue tan denso como el humo que solía flotar allí en los días de tormenta. —Nombre —pidió Alessandro, con tono cortante. —Enzo. Enzo Rinaldi. —Edad. —Veinticuatro. Joven, demasiado joven. Pero sus ojos… esos malditos ojos color ceniza contenían una historia que no encajaba con la edad que decía tener. Alessandro lo observó por largos segundos. No solo lo observó, lo desnudó mentalmente: movimientos, respiración, cómo colocaba la carpeta sobre la mesa. Era un hombre acostumbrado a callar, pero no a obedecer ciegamente. Interesante. —Currículum —dijo Enzo, extendiendo la hoja. Su voz era firme, limpia, sin pretensiones. Alessandro tomó la hoja sin mirar. No le interesaban títulos ni recomendaciones. —¿Qué sabes de mí? Enzo lo miró a los ojos. Ni un temblor. Ni una vacilación. —Lo que cualquiera puede encontrar en internet, y lo que nadie dice en voz alta. Una ceja de Alessandro se alzó apenas. No por el atrevimiento, sino por la forma en que lo dijo. Sin miedo. Sin soberbia. —Dime lo que nadie dice en voz alta. —Que usted no confía en nadie, ni siquiera en los que lleva veinte años empleando. Que ha hecho desaparecer a más de un traidor con la misma calma con la que pide su café. Que su esposa es su socia, pero no su amante. Y que su hijo es la única razón por la que aún no ha volado por los aires esta ciudad. Piero tensó la mandíbula, listo para intervenir. Pero Alessandro levantó una mano. —Y con todo eso… ¿quieres trabajar conmigo? —No. Quiero servirle —corrigió Enzo. Ese verbo. "Servir". No era común. No sonaba como una mentira. Un silencio volvió a caer. Esta vez más largo. Más denso. Alessandro se levantó del sillón. Se acercó lentamente, rodeando el escritorio como un depredador que inspecciona a una posible presa. Se detuvo a escasos centímetros de Enzo. Estaba ligeramente más alto que él. Lo observó de cerca. El cuello sin perfume. El aliento sin alcohol. Las uñas limpias. La mirada intacta. —¿Tienes familia? —Muerta. —¿Amigos? —No los necesito. —¿Amores? —No tengo tiempo. Alessandro inspiró hondo, caminó hasta su bar personal y sirvió un whisky para sí mismo. No ofreció. —Estás contratado. —Gracias. —No he terminado. Enzo alzó la cabeza, expectante. —Durante los próximos seis meses, sabrás todo lo que ocurre en mi agenda, mis negocios y mi vida privada. Tendrás acceso a códigos, cuentas y reuniones que podrían costarte la vida si me fallas. Una vez que entres… no hay salida. ¿Lo entiendes? —Sí, señor. —Me perteneces, Rinaldi. Una sombra cruzó los ojos del joven, pero no dijo nada. —Desde ahora… no respirarás sin que yo lo autorice. Enzo asintió una sola vez. Ni una queja, ni un titubeo. Solo obediencia. Alessandro lo miró por última vez y giró hacia su escritorio. —Piero, que lo instalen hoy mismo. Habitación privada en la mansión. Quiero todo bajo vigilancia, sin que él lo sepa. —¿No lo sabe ya? —Si lo sabe, que no lo demuestre. Piero obedeció. Alessandro, en silencio, sirvió otra copa y esta vez la dejó sobre la mesa frente a Enzo. —Prueba. El joven bebió sin preguntar. Whisky escocés de 18 años. No hizo mueca alguna. Alessandro sonrió por primera vez en toda la mañana. Pequeña. Invisible. Letal. Había encontrado a su asistente. Y, sin saberlo, también al principio de su propia destrucción.El auto se detuvo frente a la majestuosa mansión Carbone. Las luces de la entrada principal brillaban cálidas en medio de la oscuridad de la noche, y los guardias custodiaban el portón con la rigidez de siempre. Matteo bajó del coche con paso decidido, aunque por dentro se sentía como una tormenta contenida. Tenía el corazón desbocado y las manos sudorosas. No sabía qué iba a decir. Solo sabía que tenía que verlo. Se acercó a uno de los guardias que custodiaban la entrada, un hombre alto, de mirada seria y mandíbula cuadrada. —Necesito ver a Jin. Es urgente. El guardia lo miró de arriba abajo. Su rostro aún tenía las marcas del golpe recibido, la herida en la ceja mal cerrada, el gesto crispado. Dudó por un segundo. —¿Le digo que lo espera aquí o…? —Si, y dile que es importante. Dile que necesito hablar con él ahora mismo. Que no puedo esperar. El guardia asintió en silencio y se perdió por los pasillos del jardín, dejando a Matteo solo, rodeado por la brisa fresca de la no
La mansión Moretti estaba sumida en un silencio elegante cuando Matteo cruzó la entrada principal. Las luces del vestíbulo iluminaban su rostro hinchado y con un pequeño corte en el labio. Caminaba con una mano sujetando el costado, aún resentido por el golpe, intentando pasar desapercibido. Pero no había forma de ocultarlo.Alessandro estaba allí. De pie, con los brazos cruzados, junto a la chimenea encendida del salón. El brillo del fuego danzaba sobre su rostro imponente y su postura rígida, como si hubiera estado esperando durante horas. A su lado, Enzo permanecía sentado en uno de los sillones, con el rostro tenso y la mirada fija en Matteo.—¿Dónde demonios estabas? —soltó Alessandro con voz grave y contenida, apenas viendo el rostro golpeado de su hijo—. ¡Me dijiste que estarías en la biblioteca!Matteo se detuvo en seco, suspiró y bajó la mirada un segundo, luego la alzó decidido.—Fui con Jin a una carrera de motos… pasó un incidente. Pero él me defendió.Alessandro dio un pa
Escena – Universidad, mañana siguiente.El sol de la mañana se filtraba entre los árboles del campus, pintando manchas doradas en los senderos. Los estudiantes iban y venían con mochilas a cuestas, tazas de café y auriculares colgando de las orejas. El murmullo habitual de la universidad flotaba en el aire: risas, pasos apurados, conversaciones cruzadas.Matteo estaba recostado contra la baranda de piedra frente al edificio de arquitectura, con dos cafés en la mano. Vestía su chaqueta negra favorita, la que siempre usaba en otoño, y ese casco colgaba de su mochila como si fuera una extensión de su personalidad. Movía el pie al ritmo de una canción en su cabeza mientras miraba el reloj.—Llegas tarde tres minutos —dijo con una sonrisa cuando vio a Jin acercarse por el camino central—. Te perdono porque sé que no dormiste.Jin sonrió, algo despeinado por el viento de la moto, con las gafas de sol todavía puestas y su carpeta bajo el brazo.—Tres minutos es mi récord de puntualidad, no t
La habitación de Jin estaba sumida en una penumbra suave. La luz de la luna apenas se colaba entre las cortinas pesadas, proyectando líneas plateadas sobre las paredes. Él daba vueltas entre las sábanas, incómodo, con la mente enredada en las palabras de Alessandro, en la tensión que se había instalado en el ambiente tras su repentina aparición.Miró el reloj digital sobre su mesa de noche: 12:03 a.m.Suspiró. Agarró su teléfono por inercia, desbloqueándolo sin esperar gran cosa. Pero entonces vio la notificación: 1 mensaje de Matteo.Lo abrió sin pensarlo.Matteo:Jin, ¿estás despierto?Lamento el comportamiento de mi papá.Jin lo leyó dos veces. Luego comenzó a escribir.Jin:No puedo dormir.Y no te preocupes por eso. Lo entiendo.Pasaron unos segundos. Tres puntitos indicaban que Matteo estaba escribiendo. Jin se quedó mirando la pantalla en la oscuridad, como si esas letras pudieran decirle más que las palabras.Matteo:Mi papá cree que tú y yo estamos juntos.Jin parpadeó. El pu
La tarde avanzaba con lentitud entre planos y papeles desordenados sobre la gran mesa del estudio. Jin dibujaba sobre una libreta a lápiz mientras Matteo tecleaba fórmulas en su laptop. El ambiente era ligero, casi doméstico, como si aquel estudio de arquitectura no estuviera dentro de una mansión vigilada por decenas de guardias armados, sino en el rincón de cualquier departamento de estudiantes.—No puedes en serio querer usar madera reciclada para una estructura costera —dijo Matteo, girando el portátil hacia Jin con una ceja alzada—. El salitre se la come viva.—Solo si es una madera mediocre, y tú deberías saber que yo no soy mediocre —replicó Jin con una sonrisa arrogante, empujando el lápiz contra el papel con énfasis—. Además, es un diseño conceptual. No estamos construyendo el Coliseo, Moretti.Matteo bufó y se echó hacia atrás en la silla.—El Coliseo al menos aún está de pie.—Sí, igual que tu ego.Ambos estallaron en carcajadas. Era una de esas risas fuertes, desinhibidas,
El motor de la motocicleta se detuvo con un ronco suspiro frente al estacionamiento de la Universidad Internacional de Palermo. Jin desmontó primero, quitándose el casco con un movimiento ágil, mientras su cabello azabache caía sobre la frente desordenadamente. Matteo le siguió, sacudiéndose la mochila como quien despierta de un sueño profundo.El campus estaba comenzando a llenarse de estudiantes, todos envueltos en conversaciones animadas, libros bajo el brazo, y el aroma persistente de café barato flotando en el aire.—¿Clase de diseño estructural o simulación primero? —preguntó Jin, lanzándole una mirada rápida a su horario.—Diseño —respondió Matteo sin pensarlo—. Simulación es a las diez. Ojalá no esté ese profesor pesado.—Te encanta cuando se pone pesado, no mientas —bromeó Jin con una sonrisa torcida.Matteo le lanzó una mirada seria y luego soltó una risa suave.—Lo único que me encanta en esa clase es cómo luchas por no dormirte.Caminaron juntos por el pasillo principal. E
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