*—Callum:
Estaba completamente perdido en el placer.
Cada embestida era un golpe certero que retumbaba en la habitación del hotel, un sonido húmedo y sucio que se mezclaba con sus gemidos ahogados. El eco del contacto de sus cuerpos llenaba el aire, marcando un ritmo que parecía arrancado del mismo infierno… o del cielo, ya ni sabía.
Sus dedos se aferraban a las sábanas arrugadas mientras su espalda se arqueaba, entregada sin resistencia. Su cuerpo lo traicionaba sin piedad, estremeciéndose con cada movimiento, buscando más. Siempre más.
Había jurado no volver a caer. No volver a rendirse. Solo se había permitido esto una vez en su vida: perderse completamente, ser tomado, ser reclamado, pero ahora… ahora lo estaba repitiendo.
El destino caprichoso y cruel parecía empeñado en arrastrarlo de vuelta a esa maldita sensación. A ese abismo delicioso en el que dejaba de ser beta, dejaba de ser fuerte, dejaba de fingir que no necesitaba ser deseado de esa forma.
Y lo peor era que lo sentía todo con una claridad devastadora. Cada caricia, cada jadeo, cada embestida… se le tatuaban bajo la piel.
—Mierda… —susurró entre dientes, con la respiración cortada.
Porque era eso lo que más lo jodía: no saber cómo había terminado así, otra vez, con un alfa dentro de él, devorándolo desde dentro, marcando cada rincón de su cuerpo como si le perteneciera.
Y lo que más le dolía, lo que lo confundía hasta hacerlo gemir de frustración, era que una parte de él lo deseaba. Con hambre. Con urgencia. Como si su cuerpo reconociera algo que su mente aún se negaba a aceptar.
Callum gritó una vez más… ¿la enésima? Ya había perdido la cuenta. ¿Era aún de noche o el amanecer comenzaba a asomar? Poco importaba. Lo único real era el placer que lo atravesaba en oleadas cada vez más intensas, incendiándolo desde dentro.
El alfa no mostraba señales de agotamiento, como si fuera una bestia incansable, alimentándose de cada gemido que arrancaba de su garganta, de cada espasmo de su cuerpo. Callum iba y venía entre la conciencia y la completa rendición, atrapado en un torbellino que no le daba tregua.
Ese cuerpo detrás de él… tan grande, tan firme, tan profundamente hundido dentro de él, lo llenaba hasta hacerlo temblar. Lo sentía presionando cada nervio, cada músculo. Casi podía jurar que lo sentía en el estómago. Y entonces, el alfa lo alzó con una facilidad pasmosa, lo sentó sobre su regazo y lo arrastró consigo en el movimiento.
Callum soltó un grito ronco, deshaciéndose otra vez.
Hilos perlados de su simiente, ya aguada por la cantidad de veces que se había corrido, cayeron sobre las sábanas arrugadas, marcando la cama como un campo de batalla después del éxtasis. Era un desastre. Él era un desastre.
—Estás tan estrecho… —susurró el alfa en su oído, mordisqueando suavemente su lóbulo mientras seguía embistiéndolo desde abajo, sin descanso, sin piedad.
Callum echó la cabeza hacia atrás, apoyándola sobre el hombro del alfa. Sus ojos se revolvieron en blanco, los labios entreabiertos, jadeantes.
—Sí… sí… —gimió, sin control, completamente perdido.
—Apriétame más… —ordenó el alfa, su voz ronca, sucia, oscura.
Y Callum obedeció, sin saber cómo, solo sintiendo. Su cuerpo reaccionó como si hubiera nacido para esto, para ser tomado así, para ser llenado de esa forma.
Ya no sabía dónde estaba.
Ya no sabía quién era.
Solo sabía que estaba siendo poseído por un alfa que no lo soltaba, que lo reclamaba con cada empuje… y que, en el fondo de todo ese caos, algo dentro de él, algo profundo y enterrado, le susurraba que no era la primera vez.
En un suspiro entrecortado, el alfa volvió a empujarlo contra el colchón, cubriéndolo por completo con su cuerpo. La presión de su pecho contra la espalda de Callum lo dejó sin aliento, y entonces lo sintió ese empuje profundo, definitivo cuando el grueso pene del alfa se hundió aún más dentro de él, arrancándole un grito que se perdió entre el dolor punzante y el placer desbordado.
Callum jadeó, los músculos de sus piernas temblando, los dedos aferrados a las sábanas revueltas. Pudo sentirlo, latente y pulsante, desbordándose dentro de él.
Y cuando creyó que al fin lo dejaría ir, un nuevo ardor lo invadió. Una presión distinta, intensa, lo hizo gemir entre dientes.
—No… no… —lloriqueó, con la voz rota, mientras el nudo del alfa comenzaba a hincharse dentro de él, trabándose en su entrada, encerrándolo, sellándolo.
—Ugh… —gruñó el alfa, enterrando más su peso sobre su cuerpo, como si también estuviera luchando contra el clímax.
—¡Duele! —gritó Callum, forcejeando bajo él, su cuerpo intentando inútilmente liberarse—. ¡Sácalo! ¡Sácalo, por favor!
El alfa soltó una risa grave, casi animal, mientras tomaba sus muñecas y las inmovilizaba contra el colchón. Luego se inclinó lentamente, tan cerca que Callum pudo sentir el calor de su aliento acariciándole la piel húmeda de sudor en la nuca.
—Shh… tranquilo, cariño —murmuró, rozando apenas su piel con los labios—. Esto es lo que pasa cuando haces que un alfa pierda el control…
Callum apenas tuvo tiempo de reaccionar.
El mordisco llegó como un rayo: feroz, certero, directo al punto donde el cuello se unía con el hombro. Un grito desgarrado escapó de sus labios, mezclado con un nuevo estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo como una descarga. No era solo dolor. Era posesión. Era algo mucho más profundo, algo que su instinto reconoció antes que su mente pudiera procesarlo.
—Mío —gruñó el alfa, la voz vibrándole en la garganta mientras su nudo palpitaba dentro de él.
Y entonces Callum supo que no había vuelta atrás.