Niki no pensaba dejar que un desconocido cruzara la puerta de su casa, pero la urgencia de encontrar una niñera para Anne, la obligó a aceptar. Daniel Leroux apareció con referencias impecables y una sonrisa capaz de desarmar cualquier desconfianza. Lo que Niki no sabía era que, detrás de su encanto y de la ternura con la que cuidaba a la pequeña él escondía un secreto capaz de cambiarlo todo… incluso lo que empezaba a surgir entre ambos.
Ler maisCarajo, carajo, carajo.
Hacía apenas una hora estaba en la gala benéfica del bufete, con mi vestido rojo de diseñador, brindando con jueces y empresarios importantes, sonriendo a las cámaras y luchando por mi lugar bajo las luces. Yo, Nikita Sandman, la hija menor del segundo matrimonio de mi padre, siempre a la sombra de los gemelos perfectos: Nathan, el doctor estrella, y Norman, el corredor de bolsa prodigio. Ellos eran la medida del éxito, y yo apenas intentaba alcanzarlos.
Y ahora estaba en un pasillo de hospital que olía a desinfectante y miedo, con Anne, de nueve meses, acurrucada contra mi pecho. El rímel me ardía en los ojos, pero no podía soltarla. Ella lloraba bajito, como si supiera que el mundo había cambiado repentinamente.
La llamada había llegado en mitad de la música elegante. “Nikita, hubo un accidente…”. La voz quebrada, el golpe en el estómago. Todo se borró.
Recordé otra sala, nueve meses atrás. Judy, mi mejor amiga desde la universidad, agotada pero radiante, me tendió la mano mientras sostenía a su hija recién nacida.
—Prométemelo, Niki. Si algún día me pasa algo, prométeme que la cuidarás.
—Deja de decir tonterías —me reí, con lágrimas en los ojos—. Vivirás mil años. Y yo seré la madrina fiestera, no la mamá sustituta.
—Prométemelo igual.
Y lo hice. Con un nudo en la garganta. Y ahora esa promesa me quemaba como hierro al rojo vivo, como brasas ardiendo por dentro.
Anne se movió y me aferró con sus deditos diminutos. Sus ojos oscuros, tan parecidos a los de Judy, me miraron como si esperaran una respuesta.
Las puertas de urgencias se abrieron. Un médico avanzó hacia mí. Su bata blanca estaba manchada de sangre. Sentí que el aire se iba de la sala.
Apreté a Anne con fuerza. El médico me sostuvo la mirada y lo supe antes de que hablara.
—Lo siento, señorita Sandman —dijo con voz firme, cargada de gravedad—. No pudimos salvarles la vida. El daño fue masivo en ambos.
El mundo se quebró. Judy. David. Mis amigos. La primera noche que salían solos después de tener a Anne. Me lo habían contado con ilusión: “Es nuestra primera salida sin la bebé”. Y un accidente estúpido me los había arrebatado para siempre.
Judy había sido huérfana. David tenía un hermano con el que no hablaba desde hacía años. No había nadie más. Solo yo.
El médico volvió a hablar, pero no lo escuché. Anne gimió contra mi hombro y la abracé con más fuerza. Sentí que debía mantenerme en pie aunque las piernas me temblaban.
Entonces vi a mi madre avanzar por el pasillo, impecable como siempre, con su traje caro y ese aire de control absoluto que parecía acompañarla siempre. Se detuvo frente a mí, miró a la bebé y luego me clavó sus ojos serios.
—Nikita… ¿qué pasó?
La pregunta me atravesó. No pude responder. Se me quedó mirando, esperando. El médico le dijo brevemente y de reojo la vi asentir con la cabeza. Luego se acercó.
—Lo siento mucho cariño ¿Qué harás ahora? —dijo, con esa calma suya que siempre sentía que escondía juicios y sentencias.
Anne se estremeció en mis brazos. Yo la mecí, perdida entre miedo, rabia y culpa. No estaba preparada. No sabía cómo hacerlo. Y aun así no podía soltarla.
—No sé… —susurré al fin.
Mi madre suspiró, como si esa respuesta confirmara todo lo que siempre había pensado de mí.
—Esto es terrible —continuó—. Ellos eran tan jóvenes, y tú estás en el mejor momento de tu carrera… No podrás hacerlo sola. Y yo ahora estoy ocupada con la Fundación, no puedo ayudarte, creo que debería dejar que se ocupen los servicios sociales, es lo mejor…
La miré como si le hubieran crecido dos cuernos y cola, y quizá si había sucedido.
—Mamá, eso es completamente espantoso…
—Espantoso es no poder dormir porque llora un bebé y no saber lo que quiere, no estás preparada aún para esto, que servicios sociales se ocupe será lo mejor, que encuentren algún familiar no sé…
—No, no lo haré, le prometí a Judy y cumpliré con mi palabra, no puedo creer que en un momento como este estés siquiera sugiriendo algo como esto.
—Se llama pragmatismo y realismo hija.
—Pues prefiero ser sentimental antes que una persona fría y sin corazón.
Mi corazón golpeaba fuerte contra mis costillas y vi como mi madre empalidecía un poco.
—Voy a dejar pasar esto por alto porque sé que estás pasando un momento complicado pero si de verdad estás considerando quedarte a la bebé más vale que te consigas una niñera, y una muy buena…
Cuando llegué a casa, el corazón todavía me golpeaba en las costillas como si quisiera salir corriendo antes que yo. Cerré la puerta con más fuerza de la necesaria y me quedé unos segundos apoyada contra la madera, tratando de recuperar la respiración.Dan levantó la vista desde el sofá, con Anne dormida en brazos. Su ceja se arqueó al verme. —¿Todo bien? —preguntó de inmediato, con esa mezcla de calma y alerta que lo hacía parecer preparado para cualquier cosa.Me pasé la mano por el cabello, que seguramente estaba hecho un desastre. —Si…no… no sé. —Titubeé. —¿Por qué, qué sucedió?— Hoy me llamaron al despacho, desde un número desconocido. Una voz… un hombre. Me dijo que tuviera cuidado.El gesto de Dan cambió al instante. Ya no era el niñero improvisado ni el chico con sonrisa fácil: era puro instinto protector. —Eso es una amenaza, Nikita. Deberíamos llamar a la policía.Negué con la cabeza, demasiado rápido, como si con el movimiento pudiera borrar la inquietud que me consum
El murmullo constante de las impresoras y el tecleo de fondo me envolvían mientras pasaba la vista una vez más sobre los contratos de Clackson. Sentía que las letras empezaban a moverse en círculos, amenazando con transformarse en un borrón ilegible. Había pasado tanto tiempo subrayando cláusulas, verificando fechas, buscando inconsistencias, que me dolía la cabeza solo de pensar que aún faltaban los contratos del 2023.Me incliné hacia atrás en la silla, estirando el cuello para aliviar la tensión. Fue entonces que escuché un golpe suave en la puerta.—¿Sí? —pregunté, con la voz más firme de lo que me sentía.La puerta se abrió y una figura familiar apareció en el marco. Sasha, la esposa del mejor amigo de mi hermano y ex clienta, con un vestido holgado que dejaba en evidencia su embarazo avanzado, sonreía mientras entraba.—Hola —dijo en voz baja, casi con timidez—. No quiero interrumpirte, justo pasaba por aquí y pensé en saludarte.Me levanté enseguida, aliviada de tener un respir
La tormenta de la noche anterior había dejado la casa envuelta en un silencio extraño, roto solo por el golpeteo del agua que seguía escurriendo de los techos. Abrí los ojos lentamente, con la sensación de un peso tibio sobre mí. Tardé un segundo en darme cuenta de que no estaba sola.Dan.El brazo fuerte de Dan rodeaba mi cintura, y lo peor, lo que me hizo contener la respiración de golpe, fue descubrir que Anne estaba también entre nosotros, durmiendo plácidamente. La pequeña tenía la manito cerrada en un puño sobre el pecho de él, y Dan roncaba apenas, con el rostro relajado a centímetros de mi cuello.Un ataque de incomodidad me recorrió de arriba abajo. ¿Cómo habíamos terminado así? ¡Él, yo y la bebé, todos en la misma cama! Tragué saliva con fuerza, intentando no moverme demasiado. Si me escabullía con cuidado tal vez él no se daría cuenta.Me incorporé un poco, con movimientos torpes, pero el brazo de Dan se apretó más contra mí, como si de manera inconsciente intentara retener
El trueno estalló con una violencia que hizo vibrar los ventanales. Anne se removió en mis brazos, asustada, y un segundo después un rayo iluminó todo el frente de la casa. Por un instante vi con claridad la silueta de Dan frente a mí, y luego la oscuridad volvió a engullirlo. El resplandor había caído cerca, muy cerca… demasiado. El olor metálico del ozono entró por la ventana como un recordatorio brutal.Me tensé. —Cayó en la esquina —dije, más para mí que para él.—Sí —confirmó Dan con la voz grave, serena. Esa calma suya me tranquilizó y me irritó al mismo tiempo. ¿Cómo podía estar tan imperturbable mientras yo sentía que el corazón me latía en la garganta?Anne empezó a llorar, su llanto mezclándose con el estrépito de la tormenta. La apreté contra mí, desesperada por transmitirle seguridad que yo misma no tenía. Dan se acercó, y en esa oscuridad su presencia era tan tangible que sentí el calor de su cuerpo antes de que me hablara.—Dame a la pequeña.No dudé. Se la entregué, y
Dan no se apartó de mí hasta que el agua helada calmó un poco el ardor en mis dedos. Luego, sin decir palabra, me soltó despacio y fue directo al pequeño botiquín que había en la alacena sobre la heladera. Se movía con seguridad, como si llevara años entrando y saliendo de esa cocina, y eso me produjo una sensación extraña: parte alivio, parte… vulnerabilidad.—A ver —dijo al volver, abriendo un tubo de crema—. Esto te va a ayudar.Tomó mi mano entre las suyas y con una delicadeza que no me esperaba, aplicó la crema sobre la zona enrojecida. Sus dedos recorrían mi piel con firmeza, pero también con cuidado, como si temiera lastimarme. Yo lo miraba en silencio, consciente de cada roce, de cada respiración compartida. Después sacó una venda y la aseguró con un gesto preciso.—Listo —murmuró, sin levantar la vista.Me quedé observándolo, con una gratitud que me incomodaba porque rozaba otro territorio. Quise agradecerle, pero mi voz salió apenas como un murmullo: —Gracias.Él solo asint
Me cambié rápido, algo simple, un vestido ligero y un abrigo fino, lo justo para salir de mi habitación sin parecer demasiado desarreglada. Tenía que despedirme de él; lo correcto era agradecerle antes de que se fuera.Al abrir la puerta, lo encontré de pie en el pasillo, con Anne en brazos. Ella lo miraba fascinada, como si él fuera su centro de gravedad. Me sonrió apenas, y luego me extendió a la niña con la naturalidad de alguien que llevaba toda la vida haciendo eso.En cuanto la tuve contra mi pecho, un estruendo retumbó en la ventana del pasillo. Me giré a tiempo para ver cómo la lluvia se desataba en segundos, un aguacero torrencial golpeando el vidrio.—Carajo… —murmuró Dan, pasándose la mano por el cabello—. Vine con la moto.Recordé que la había visto estacionada afuera cuando llegué la noche anterior. Negra, elegante, de aspecto antiguo. Aunque yo no sabía nada de motos, había tenido esa impresión.—No vas a salir en eso con este clima —le dije de inmediato, como si pudiera
Último capítulo