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CAPÍTULO 3 – La llegada a la mansión

Cuando el vehículo se detuvo frente a las enormes rejas de hierro, un guardia se acercó.

—Buenos días… —dijo con voz grave.

Zeynep lo sostuvo con la mirada.

—Déjeme entrar —respondió con firmeza—. Soy la esposa del señor Kerim.

El guardia, sorprendido, ordenó abrir el portón, y el taxi avanzó lentamente. Zeynep apretó los puños, consciente de que lo más difícil estaba por comenzar.

El guardia llamó a la empleada Aicel, quien apareció en la entrada con asombro.

—Bienvenida, señora —dijo con una leve inclinación de cabeza.

En ese instante, los padres de Kerim bajaban las escaleras, desconcertados.

—¿Qué haces aquí, Zeynep? —preguntó Selin, con curiosidad.

Zeynep respiró hondo, se llenó de valor y dijo con una sonrisa forzada:

—Bueno… es que me sentía mal y no pude viajar. Además, olvidé mi pasaporte. Así que le dije a Kerim que fuera él primero, y que cuando yo me sintiera mejor, me reuniría con él.

Burak y Selin se miraron, incrédulos. Era impensable que su hijo hubiera dejado sola a su esposa en la noche de bodas.

—¿De verdad? —murmuró Selin.

Zeynep asintió suavemente.

—Sí, suegra… ahora, con su permiso, iré a descansar. De verdad me siento muy mal.

—Claro, hija, ve a descansar —respondió Selin con dulzura.

Zeynep subió lentamente las escaleras, dejando a sus suegros envueltos en la confusión.

Burak apretó los puños y miró a su esposa con rabia contenida.

—¿Cómo se atreve mi hijo a dejar sola a su esposa la misma noche de la boda? Esto es inaudito. ¡Pero me va a escuchar!

Selin lo miró en silencio. Burak se dejó caer pesadamente en un sillón. Selin caminó hacia la cocina. Mientras preparaba el café, su mente la arrastró hacia un recuerdo reciente. Un recuerdo que aún pesaba en su corazón como una losa.

Unos meses atrás

Kerim estaba en su habitación. La puerta se abrió y Selin entró.

—Me alegra tanto tenerte aquí de vuelta, hijo…

—Mamá —dijo Kerim con firmeza—, no pienses que me quedaré. Volveré a Alemania. Necesito terminar mi tesis y no quiero trabajar en la empresa.

Selin se acercó.

—Kerim, ¿acaso has olvidado lo más importante? Tu padre quiere casarte con esa muchacha por aquella vieja promesa.

Kerim bufó.

—¿Todavía sigue con esa idea? ¡Que lo olvide!

Selin tembló:

—Hijo, he intentado que desista, pero se niega. La última vez se alteró tanto que creí que sufriría un infarto. No te equivoques, tu padre usa tu matrimonio como condición para que vuelvas a la empresa y heredes la fortuna.

Kerim sintió una furia glacial.

—¡No puede obligarme!

—Su padre ha rechazado otras propuestas porque aún guarda la promesa. "Su salud es frágil, Kerim, no lo enfrentes", suplicó Selin.

Pero la ira de Kerim era imparable. Salió de la habitación y se dirigió al despacho de su padre.

—Papá, tenemos que hablar —dijo Kerim al entrar.

Burak levantó los ojos. Emir, el hermano menor, sonrió desde un sillón.

—¿Cómo es posible que ya tengas planes para mi matrimonio sin siquiera consultarme? —replicó Kerim.

Burak se levantó, imponente.

—Eso ya está decidido. Mañana iremos a visitar a la familia. Ahora salgamos; la cena nos espera.

Burak salió sin darle réplica. Kerim quedó inmóvil, los puños cerrados.

Emir se acercó a su hermano.

—Ya lo decidió. Si no hubieras venido, papá te habría quitado todo el apoyo. Él quiere que te cases, formes una familia y tomes el control de la empresa.

Las palabras de Emir resonaron como cadenas en la mente de Kerim.

Fin del flashback.

Zeynep despertó lentamente. La realidad la golpeó al ver su vestido de novia arrugado. Se levantó con firmeza y caminó hasta el espejo.

—Sé que estás herida, querida —susurró con voz temblorosa, pero cargada de decisión—. Pero escúchame bien… ahora eres la esposa de Kerim Seller. No voy a dejar que me vean como la burla de esta familia.

—Bajaré, me arreglaré y me sentaré con ellos como si nada hubiera pasado. No les daré el placer de verme derrotada. —Pero te juro, Kerim… —Su voz se volvió amarga, y una sonrisa helada se dibujó en sus labios. Esto me las vas a pagar. Voy a hacer que te arrepientas de lo que hiciste, y voy a lograr que te enamores de mí… cueste lo que cueste.

Con determinación, tomó sus cosméticos y comenzó a maquillarse. Cada trazo era un escudo, una armadura para cubrir su tristeza, para ocultar las lágrimas que había derramado. Frente al espejo, ya no estaba la novia ingenua que había soñado con un matrimonio feliz. Ahora, emergía una mujer dispuesta a luchar por su lugar y a enfrentar al destino con la frente en alto.

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