En el comedor de la mansión reinaba una calma extraña. La mesa, larga y pulida, estaba servida con esmero: vajilla fina, pan recién horneado, frutas frescas y el aroma del café que impregnaba el ambiente.Selin, aún con un aire pensativo, se encontraba sentada en la cabecera, con la elegancia que siempre la caracterizaba. Frente a ella estaba su nuera, Azra, con una sonrisa dulce mientras ayudaba a su hija de siete años a comer.—Buen provecho, mi niña hermosa —dijo Azra, acariciando con ternura la mejilla de la pequeña.—Gracias, abuela —respondió la niña con inocencia, mirando a Selin, que no pudo evitar esbozar una sonrisa cálida ante su nieta.El murmullo de los cubiertos fue interrumpido por la entrada de una de las empleadas, quien con paso ágil colocó una jarra de jugo fresco en la mesa. Mientras servía, murmuró con cierta preocupación:—La señora Zeynep no ha bajado desde que llegó… pobre chica.Azra levantó la vista hacia la empleada, arqueando una ceja con desdén.—Pobre chi
Leer más