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ENTRE EL AMOR Y LA TRAICION
ENTRE EL AMOR Y LA TRAICION
Por: Lander
Capítulo 1 – La boda de un sueño

 

El murmullo de los invitados se apagó lentamente mientras las campanas de la iglesia resonaban con solemnidad. El aroma de incienso impregnaba el aire, mezclándose con el perfume de las flores blancas que adornaban el altar.

Zeynep estaba allí, de pie frente al sacerdote, con las manos entrelazadas y el corazón latiéndole con fuerza. Su vestido, aunque no era el más lujoso que hubiera soñado en las noches de niña, brillaba con la pureza de su ilusión. El velo caía suavemente sobre sus hombros y, a través de la tela ligera, se escapaban destellos de una sonrisa radiante.

Estaba feliz. Había llegado el día en que cumplía la promesa que alguna vez le hizo a su madre: “Algún día me casaré con un hombre rico y sacaré a mi familia de la pobreza”.

A su lado, Kerim se mantenía erguido. Su porte era impecable, con un traje que resaltaba la elegancia y sobriedad de su carácter. Sin embargo, su mirada no se desviaba del sacerdote; era como si quisiera cumplir con aquel ritual sin permitir que ninguna emoción lo envolviera. Su rostro permanecía serio, ajeno a la alegría que brillaba en los ojos de su esposa.

Zeynep, a pesar de notar esa frialdad, lo observaba de reojo cada tanto, intentando leer más allá de aquella coraza. Su corazón ingenuo no se desanimaba; al contrario, la retaba. Si él no la amaba ahora, lo haría después. Estaba decidida a conquistarlo.

—Prometes amarla, respetarla, cuidarla en la salud y en la enfermedad… —entonó el sacerdote con solemnidad.

El silencio se apoderó de la iglesia.

—Sí, lo prometo —respondió Kerim, con voz grave y firme, aunque carente de emoción.

El corazón de Zeynep dio un salto, como si esas palabras fueran una promesa personal y no un simple ritual.

—¿Prometes amarlo, respetarlo, cuidarlo en la salud y en la enfermedad…? —continuó el sacerdote, esta vez dirigiéndose hacia ella.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Su voz tembló un poco, pero no por miedo, sino por la intensidad de la felicidad.

—Sí, lo prometo.

El sacerdote cerró el libro, sonrió y levantó las manos en señal de bendición.

—Yo los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Puede besar a la novia.

Zeynep lo miró con ilusión, esperando ese instante soñado. Kerim se inclinó apenas y depositó un beso breve, casi protocolario, en sus labios. Luego, volvió la vista al frente como si nada hubiese ocurrido.

El contraste entre la ilusión de ella y la frialdad de él era evidente, pero Zeynep no se dejó vencer. Ese era solo el primer paso de su conquista.

La celebración

Las campanas repicaron con fuerza cuando los recién casados salieron de la iglesia. Los invitados aplaudían, las mujeres lanzaban pétalos de rosas blancas y los fotógrafos capturaban cada instante. Zeynep sonreía con timidez y orgullo, tomada del brazo de su esposo.

La limusina los esperaba a las afueras, y Kerim, con un gesto cortés, le abrió la puerta. Ella subió emocionada, y mientras el vehículo se alejaba, no pudo evitar mirarlo con la esperanza de encontrar en sus ojos algún indicio de ternura.

—Ha sido un día hermoso, ¿no lo crees? —preguntó ella con voz suave, intentando acercarse.

—Es un día importante —respondió él con neutralidad, sin devolverle la sonrisa.

Zeynep bajó la mirada, pero no dejó que la tristeza se apoderara de ella. Él ya aprendería a verla de otra manera.

Al llegar al hotel, la fachada iluminada parecía un palacio. El salón de recepciones estaba decorado con lámparas de cristal, flores blancas y doradas, y mesas con copas de cristal relucientes. Cada detalle reflejaba la riqueza de la familia de Kerim.

Durante el brindis, Burak, el padre del novio, pronunció unas palabras breves pero cargadas de autoridad, agradeciendo la unión de ambas familias. Selin, la madre de Kerim, sonrió con elegancia, aunque sus ojos analizaban con severidad cada gesto de Zeynep.

Cuando llegó el turno de los recién casados, Kerim alzó la copa y se limitó a agradecer a los presentes. Zeynep, en cambio, habló con dulzura, agradeciendo a sus padres y expresando la esperanza de construir un futuro junto a su esposo. Sus palabras fueron sencillas, pero llenas de ternura.

El vals comenzó, y los novios se unieron en la pista. Kerim bailaba con precisión, moviéndose con seguridad. Sus ojos, sin embargo, no buscaban los de ella. Zeynep, en cambio, disfrutaba cada paso, cada giro, convencida de que estaba viviendo un sueño.

La noche de bodas

La fiesta fue apagándose poco a poco, los invitados comenzaron a despedirse y, finalmente, llegó el momento de retirarse a la suite nupcial.

Kerim tomó la mano de Zeynep con firmeza y la condujo por los pasillos del hotel. Ella sentía mariposas en el estómago, no solo por la expectativa de la noche, sino por la emoción de caminar junto al hombre con el que había prometido compartir su vida.

Al llegar frente a la puerta de la suite, él se detuvo y la miró fijamente.

—Adelántate tú —dijo con voz grave—. Entraré en un momento.

Zeynep parpadeó sorprendida, pero su sonrisa permaneció intacta. No quiso darle demasiada importancia.

—Está bien —respondió con dulzura.

Giró la llave, abrió la puerta y entró.

Lo primero que la envolvió fue un resplandor cálido. La suite estaba decorada con pétalos de rosas sobre la cama, velas encendidas en los rincones y una botella de champán preparada. Todo parecía sacado de un sueño.

Zeynep sonrió con ternura, llevando una mano a su pecho para contener la emoción. Caminó lentamente por la habitación, acariciando las cortinas de seda, los cojines bordados, la mesa de cristal.

Finalmente, se acercó a la ventana. Corrió las cortinas y se encontró con la ciudad iluminada extendiéndose ante sus ojos. Las luces brillaban como estrellas en la tierra, y en ese instante pensó que el mundo entero celebraba su boda.

Apoyó la frente contra el cristal, suspirando profundamente, mientras en su mente resonaba un solo pensamiento:

“Hoy comienza mi vida junto a mi querido esposo Kerim.”

Pero, en lo más profundo de su corazón, sabía que su matrimonio con Kerim no provenía de un amor puro, sino de una promesa que Burak le hizo a su padre antes de morir.

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