Mundo ficciónIniciar sesiónFelicia Torres lo tiene todo bajo control: una empresa exitosa y un corazón impenetrable. Nada parecía capaz de sacudir su mundo… hasta que Kevin Murano apareció. Joven, irresistible y demasiado cercano a su nuevo proyecto, Kevin guarda un secreto que puede destruirlo todo. Lo que empieza como una amenaza, pronto se convierte en un duelo de pasiones y poder, donde cada movimiento podría volverse en su contra. Pero cuando el pasado regresa con peligros y obsesiones, Felicia descubrirá que la mayor amenaza… también podría ser su única salvación.
Leer másEl salón de juntas olía a café caro y madera recién pulida.
Tenía las diapositivas abiertas en mi laptop y las repasaba una y otra vez, más por costumbre que por nervios. Había presentado infinidad de proyectos a lo largo de mi carrera, pero aquel… ese podía convertirse en mi obra maestra. El circuito mágico de las aguas sería un parque único, capaz de robar el aliento a cualquiera.
El murmullo de los ingenieros y ejecutivos llenaba el aire. El señor Murano, presidente de la constructora aliada, atendía una llamada al otro extremo de la mesa. Todo estaba bajo control, como siempre me gustaba.
Observé el modelo tridimensional en la pantalla: Jardines exuberantes, senderos iluminados, fuentes interactivas… no había nada que no me llenara de orgullo.
Entonces, la puerta se abrió de golpe.
El silencio fue inmediato, como si alguien hubiera apagado el mundo.
Levanté la vista y noté al responsable.
El uniforme blanco se ceñía a un pecho amplio y fuerte. Su sonrisa segura parecía hecha para desarmar, y sus ojos… Dios, esos ojos. La mirada me atravesó como una descarga.
No puede ser él…
Mi memoria fue sacudida por una imagen fugaz.
La sala de emergencias. El olor a desinfectante. El frío del metal contra mi piel. Los pitidos de los monitores. Voces técnicas hablando de tratamientos. Y, entre todas, la suya a mi lado: firme, tranquila, reconfortante.
—Quieta, bonita… yo me encargo.
Tragué saliva, intentando regresar al presente. No quería recordar. No ese momento.
—Uy, perdón por la interrupción… —dijo él con una sonrisa serena y pasó la vista entre los presentes. Se desplazó por la sala hacia el otro lado, aunque sus ojos se centraron en mí—. Solo busco a mi padre…
¿Padre? ¿El presidente?
No escuché el resto. Su andar era lento, medido, como si disfrutara cada pisada. Pasó tan cerca que pude percibir su aroma: limpio, masculino, con un matiz que no supe identificar, pero que me estremeció hasta los huesos.
Llegó hasta el señor Murano, lo abrazó con fuerza y le estampó un beso sonoro en la mejilla que provocó la risa general. Yo, en cambio, sentía el corazón martillar contra mis costillas.
No podía ser su hijo… ¡No podía ser él!
La secretaria del presidente asomó la cabeza a través de la puerta, visiblemente incómoda.
—Disculpe, señor Murano, le dije que no podía pasar, pero…
—Descuida, Anne —él la interrumpió con calma. Ella asintió y se retiró de inmediato.
Padre e hijo se acercaron a mí. Me obligué a mantener la compostura, aunque sentía como si tragara piedra caliente.
—Señorita Torres, él es mi hijo, Kevin —dijo el presidente.
Uuf, es como el vino… No lo recordaba así de guapo.
Su rostro lampiño parecía tallado por ángeles, la piel ligeramente bronceada… Sus ojos avellana me estudiaban de pies a cabeza.
—Un placer conocerla, señorita Torres —dijo con un acento español que ni siquiera le había escuchado al entrar.
Me tomó la mano con delicadeza y la llevó a sus labios. Besó mis nudillos como un caballero antiguo.
—El placer es mío, Kevin. —Alcancé a responder, mi mano tembló sobre la suya y enseguida la retiré.
Me obsequió una sonrisa ladeada. No estaba segura de si me había reconocido, pero ese destello en su mirada… ese brillo incómodo… decía mucho.
Cuando se retiró, me guiñó un ojo desde la puerta, con la complicidad de quien conoce tu secreto más oscuro.
—Perdón por eso, señorita Torres, él es así de coqueto —bromeó el señor Murano.
Forcé una sonrisa y luego cada quien retornó a su lugar. El presidente presionó un botón; al instante las luces se opacaron y el ventanal se oscureció. Inicié la presentación. Las primeras diapositivas salieron mecánicamente, pero poco a poco el trabajo me absorbió. Respondí preguntas de los inversionistas, aclaré dudas, defendí cada punto del diseño. Al terminar, recibí felicitaciones y apretones de manos. Me dije a mí misma que aquel pequeño encuentro quedaría ahí.
No hay nada de qué preocuparse.
Salí de la sala más tranquila, conversando con algunos ejecutivos. Me despedí de Anne, que esperaba al señor Murano para continuar con la agenda. Caminé hasta el elevador y lo abordé, mientras sacaba el teléfono para avisarle a Iván, mi asistente y mejor amigo, que podía pasar por mí.
El ascensor se detuvo antes de llegar a la planta baja.
Las puertas se abrieron y mi corazón volvió a detenerse.
Era él.
Solo él.
Nadie más.
Entró y sonrió. Se ubicó en la esquina opuesta. Su sola presencia me tensó hasta el último músculo, pero no dijo nada. Agradecí a Dios por eso.
El viaje se hizo demasiado largo, a pesar de no detenernos en ningún otro piso. Me costaba creer que, en un edificio tan grande y con tantas personas, ni una sola decidiera abordar ese ascensor.
Cuando llegamos abajo, intentamos salir del elevador al mismo tiempo y tropezamos. Justo antes de que pudiera apartarme, inclinó la cabeza hacia mí y susurró, con una sonrisa que no era del todo amable:
—Tu secreto está a salvo conmigo, bonita… Bueno, quizás. Depende de ti.
El estómago se me revolvió. Me quedé helada, incapaz de moverme, a medio camino entre el elevador y el lobby, mientras él se alejaba con paso seguro y la calma de quien no acababa de lanzar una bomba.
Los días siguieron su curso con un ritmo agotador, pero la cercanía de la inauguración del circuito me daba un extraño alivio. A nivel estructural, todo estaba casi listo. Seguíamos trabajando en la iluminación, el sonido y, por supuesto, el paisajismo en todo su esplendor: mi especialidad. Sin embargo, también significaba pasar mucho tiempo en contacto con Botánica Global, es decir, junto a Andrés Cuevas. Eso me mantenía ocupada y enfocada, aunque la mente no dejaba de divagar.La confesión de Kevin seguía pesándome. A eso se sumaba la paranoia constante por la posible conexión entre Alonso y Andrés.Afortunadamente, Iván no me dejaba a solas con él. Permanecía a mi lado, revisando cada plan y paso a dar, como el genial asistente y amigo que era. Su presencia me aportaba seguridad.Aun así, con el correr de la semana, la dinámica con Andrés comenzó a cambiar poco a poco. Cada día me demostraba su profesionalismo y pasión por el trabajo. Se notaba desde que llegaba el primer camión de
—Bonita, ¿te dormiste? —murmuró Kevin. Apenas respondí con un pequeño quejido. Él rio bajo—. No creas que quiero separarme de ti, pero mis piernas se entumieron.La calma y el alivio se habían mezclado de tal forma dentro de mí que perdí la noción del tiempo, el espacio o el lugar. Seguíamos en la alfombra, yo a horcajadas sobre él, que reposaba sentado sobre sus talones. Reí bajo al darme cuenta de la situación, pero igual contraataqué.—¿Dices que estoy gorda?—¿Qué? ¡No! Solo que estoy doblado y tú muy cómoda. ¿Qué dices si nos levantamos y vamos a la cama?Hice un puchero que le provocó una risita.—Quiero seguir pegada a ti un ratito más.—Sabía que ibas a suplicar por mí.—Tonto.Besó mi frente. Acomodé mis piernas en torno a su cintura.—Bueno, yo me encargo.Kevin apretó mis caderas y se puso de pie. Un grito demasiado tonto se me escapó cuando, tras un par de pasos, las piernas le temblaron y, de puro milagro, aterricé en la cama con él encima de mí.—Lo siento —susurró.Yo r
Pasamos la noche juntos, aunque apenas cruzamos palabras. Reposé mi cabeza en su pecho y los latidos de su corazón acabaron por serenarme hasta dormirnos.Despertar junto a él, luego de todo lo que pasó el día anterior, se sintió extraño, pero no de mala forma. Su brazo aún envolvía mi espalda baja con firmeza. Lo contemplé un rato en silencio, estudiando sus facciones tan atractivas y simétricas que parecían talladas por ángeles. Era un maldito engreído, pero tenía todo en su lugar para serlo. Aunque también me había demostrado más de una vez esa dulzura y nobleza ocultas que empezaban a derribar mis muros.Se me escapó un suspiro doloroso. Cada nuevo día era un paso más hacia la inauguración del Circuito Mágico… y con ello, hacia mi inevitable partida.¿Qué estoy haciendo?—Nunca debí permitirte llegar hasta aquí —murmuré y rocé sus labios con los míos.Kevin despertó e intentó responder al beso por un segundo, pero pronto se detuvo. Volvió a quedarse quieto, mirándome en silencio.—
No supe cuánto tiempo pasé encerrada, pero solo reaccioné cuando el agua de la bañera rebasó el límite y mojó mis pies. Me levanté del suelo a cerrar la llave. Un segundo después escuché el golpe seco que realizó la puerta de la suite al cerrarse.Las lágrimas volvieron a brotar por sí solas. ¿Por qué, cuando todo en mi vida parecía normal y bueno, Alonso tenía que regresar a joderme? ¿Con qué cara podría mirar a Kevin después de lo que pasó?La marea de recuerdos se agitaba en mi mente con un oleaje feroz, arrastrando al frente las imágenes que tanto me esforzaba por enterrar. Me ardían los ojos de tanto llorar, y el pecho me dolía como si un bloque de concreto me aplastara.Me cubrí con una bata y salí a buscar mi celular. Pensé llamar a mamá, pero no quería preocuparla, así que opté por Iván. Sin embargo, bastó cruzar la puerta de la habitación unos pasos para quedarme petrificada, incapaz de alcanzar mi bolso en el sofá.Kevin se apoyaba de espalda contra la puerta con los brazos c
Abrí los ojos y un aroma amaderado me hizo entender que no estaba en mi suite. Recorrí el lugar: los ángeles tallados en madera, el imponente ventanal al fondo y, finalmente, el rostro preocupado de Iván.Mi mejor amigo permanecía de cuclillas junto al sofá de cuero mullido donde yo reposaba.—¡Dios, Fel! ¿Qué te pasó, nena? —susurró.Con cierta dificultad me incorporé. Una vez sentada, él tomó asiento a mi lado. Era la oficina del señor Murano. Entonces recordé lo ocurrido en el salón de juntas… y al hombre con el tatuaje de Cattleya. Un escalofrío me recorrió.—Es Alonso —murmuré apenas.Iván ladeó la cabeza, confundido.—Sé que suena a locura, pero estoy segura, Iv. Andrés Cuevas es Alonso.Él pasó su brazo por detrás de mi espalda y apoyó mi cabeza en su hombro.—Nena, ¿te das cuenta de que eso es imposible?—Yo lo vi, Iván. Tenía su tatuaje en el cuello.Iván suspiró.—Fel, ¿qué empresa de renombre contrataría a un exconvicto como su representante de marca?—Pero Iv…—Has estado b
Bajé al estacionamiento donde Iván me esperaba y me forcé a sonreír, intentando aparentar que no había recibido un extraño mensaje de un número inexistente. Esa mañana él hablaba hasta por los codos, y su anécdota con el chico de la noche anterior fue suficiente para distraerme un poco durante el trayecto a la constructora. Sin embargo, mi celular vibró dentro del bolso y salté en el asiento. Iván desvió la vista hacia mí, confundido; negué con la cabeza y, aunque una sensación amarga se alojó en el estómago, me atreví a revisar.—¿Todo bien, Fel? —indagó.Reí bajito, nerviosa, intentando sonar ligera.—Sí, es Kevin con sus buenos días y stickers de cachorritos.Por fortuna, era él.—Ah, ya… —murmuró sin mirarme—. ¿Y antes de eso? ¿Crees que no he visto tu cara de preocupación?Guardé el celular y sonreí de forma forzada.—Eso… nada. Alguien consiguió mi número —respondí, agitando la mano como si espantara un mosquito.Iván me lanzó una mirada rápida, sin apartar la vista de la carret





Último capítulo