—Regla número uno: nada de molestarme ni interferir con mi trabajo.
—¿Y si quiero invitarte a almorzar?
—Pues te aguantas hasta que termine.
Kevin suspiró, resignado. Rodé los ojos y continué.
—Regla número dos: nada de pasar la noche juntos. Ni en tu departamento, ni en mi suite.
Él apoyó un codo en la mesa y alzó las cejas, sorprendido. Su sonrisita socarrona apareció de nuevo.
—¿Y piensas que voy a renunciar a tu cuerpo, bonita?
—Yo nunca dije eso.
Una pausa. El avellana de su mirada refulgió igual que brasas ardientes.
—Entonces… —Su voz se agravó un poco—. ¿Qué sí puedo hacer con él?
—Lo que te atrevas… pero con la condición de que a medianoche estés fuera de mi cama.
—¿Acaso te conviertes en calabaza, Rapunzel?
—La del carruaje de calabazas es Cenicienta, pendejo.
Su carcajada fue épica. Esa naturalidad… ¡Maldita sea!, definitivamente me hacía bajar la guardia.
—Quienquiera que sea —añadió sonriente—. No sabes en qué te metes… te haré rogar que no me vaya.
Me incliné lo justo pa