Fuego contra fuego

«¡Buenos días, calabacita! Tu sol te saluda».

Leí el mensaje de Kevin en la pantalla mientras me maquillaba para otro día de trabajo. Arrugué el rostro.

—¿Mi sol?, ¿quién se cree?

Hice el celular a un lado, no le contesté, ni siquiera abrí el WhatsApp. Tenía que reunirme con el señor Murano porque, el día anterior, cuando su hijo decidió interrumpir mi jornada, resultó que él apareció en el proyecto, e Iván tuvo que manipular la situación. Deseé matar a Kevin en cuanto lo supe.

Por eso no estaba de ánimo para seguirle el jueguito esa mañana. Quizás para él su trabajo era un pasatiempo de niño mimado; después de todo, nació en cuna de oro y ni siquiera lo necesitaba.

No era mi caso.

Durante años luché para conseguir lo que tengo y labrarme una excelente reputación a nivel nacional. Lo último en mi lista sería quedar como una irresponsable ante un socio del calibre de Murano, todo gracias a los jueguitos y caprichos de su adorado hijito. Liberé aire con pesadez.

El celular sonó otra vez
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