—Bonita, ¿te dormiste? —murmuró Kevin. Apenas respondí con un pequeño quejido. Él rio bajo—. No creas que quiero separarme de ti, pero mis piernas se entumieron.
La calma y el alivio se habían mezclado de tal forma dentro de mí que perdí la noción del tiempo, el espacio o el lugar. Seguíamos en la alfombra, yo a horcajadas sobre él, que reposaba sentado sobre sus talones. Reí bajo al darme cuenta de la situación, pero igual contraataqué.
—¿Dices que estoy gorda?
—¿Qué? ¡No! Solo que estoy doblado y tú muy cómoda. ¿Qué dices si nos levantamos y vamos a la cama?
Hice un puchero que le provocó una risita.
—Quiero seguir pegada a ti un ratito más.
—Sabía que ibas a suplicar por mí.
—Tonto.
Besó mi frente. Acomodé mis piernas en torno a su cintura.
—Bueno, yo me encargo.
Kevin apretó mis caderas y se puso de pie. Un grito demasiado tonto se me escapó cuando, tras un par de pasos, las piernas le temblaron y, de puro milagro, aterricé en la cama con él encima de mí.
—Lo siento —susurró.
Yo r