Selene Luna Maris lo perdió todo. Su clan aniquilado, su familia destruida, su cuerpo marcado por cicatrices que solo la luna conoce. En una Argentina donde las antiguas leyendas de licántropos todavía respiran en las sombras, Selene intenta sobrevivir… hasta que la tragedia la encuentra de nuevo. Una noche de luna roja, los suyos caen en una emboscada. Ella apenas logra escapar, y quien la salva es su peor enemigo: Florencio Lombardi, un político alfa, cruel y decidido a exterminar a todos los licántropos del país… sin saber que está deseando a una loba. Mientras el deseo y la traición tejen sus hilos, Selene se debate entre la venganza que juró cumplir y el hambre de piel que despierta ese hombre que podría matarla sin dudar. ¿Puede una loba enamorarse de su verdugo? ¿Puede la venganza sobrevivir al deseo? Una novela cargada de erotismo, violencia ritual, alianzas impensadas y pasiones que desangran. Si alguna vez te sentiste atraída por lo prohibido, esta historia es para vos.
Leer másLa luna no era blanca.
Estaba roja. Sucia. Como si la hubiesen arrastrado por el barro de una historia prohibida y ahora colgara sobre el cielo de Mar del Plata como una amenaza personal. Mordía la oscuridad con su filo plateado, turbio, y bajo su luz enferma todo se movía distinto. El viento olía a sal, a madera vieja y a cosas que preferían no ser nombradas. Las olas rompían contra los acantilados como advertencias que solo algunos sabían escuchar. Selene Maris no necesitaba mirar al cielo para sentirlo. La luna le raspaba la sangre, le mordía los huesos. Le hablaba en un idioma antiguo que entendía con el cuerpo entero. Se arrodilló junto a la fogata enclenque que resistía las ráfagas del mar. El resplandor anaranjado le dibujaba destellos sobre la piel pálida, sobre su cabello tan negro que a veces parecía azul. Detrás de ella, Maia y Abril se reían entre vino barato y chismes de ciudad, despreocupadas. Solo Mar D’Argenti no se reía. Estaba apartada, con una botella en la mano y el pelo castaño enredado por el viento. Y la miraba. Como se mira lo que no se puede tocar. Selene evitó sostenerle la mirada. Ya había notado en los últimos meses un deseo espeso, sucio, que crecía en los ojos de su mejor amiga. Lo había sentido en las manos de Mar cuando se emborrachaba y se le acercaba demasiado. En las miradas largas cuando se bañaban en la laguna. En las bromas que no eran tan bromas. Pero esa noche había otra cosa. Algo pesado en el aire. Como un rumor viejo. Y los aullidos. Hacía rato que los escuchaban. —Che… ¿escuchan eso? —susurró Maia, encendiendo un cigarrillo. Un aullido largo, grave, rompió la noche. Selene se paró sin pensarlo. Mar dejó caer la botella.Selene caminó descalza hacia la orilla del campamento. La tierra húmeda se le metía entre los dedos. El frío le endurecía los pezones debajo de una camisa fina, sin corpiño, pero no le importó. El cabello azabache, con reflejos plateados bajo esa luna impura, le caía desordenado sobre los hombros. En la médula, algo sabía lo que venía.
🌑 🌊 🐾
Los aullidos se multiplicaron.
Seis. Tal vez siete. Demasiado cerca. —¿Selene? —la voz de Mar quebró la oscuridad. No respondió. Caminó hasta los arbustos. El mar estaba negro, inmóvil. No susurraba. Amenazaba.Volvió al campamento sin decir una palabra. Tomó la mochila.
—Nos vamos. —Dale, boluda… estamos re lejos del bosque —intentó bromear Maia, pero su voz ya no sonaba como una broma. Cuatro chicas. Cuatro carpas. Una fogata mal hecha, cerveza tibia y un parlante descompuesto. Jugaban a escaparse de sus vidas. A ignorar que marzo les había traído una luna llena que no sabían leer. Pero Selene no jugaba. Desde que pisó esa tierra, algo la llamaba desde abajo. Desde el barro. Desde las raíces. Desde la memoria de los huesos. No era una noche común. Y entonces lo sintió en el aire. En los latidos ásperos en la garganta. En la piel erizada.Era tarde. Demasiado tarde.Una sombra cruzó el bosque.
El crujido de unas ramas. Nada. Después un aullido seco, corto. No animal. No humano. Y luego, un grito en el bosque. —¡Ayudaaa! La voz de Abril. Quebrada. Aguda. De esas que no querés escuchar nunca. Maia corrió hacia los arbustos. Mar tropezó y cayó. —Corré, Mar. ¡Corré, carajo! —gritó Selene, pero Mar se quedó paralizada. Selene la tomó del brazo y tiró de ella. Corrían como si se les fuera la vida. La linterna se perdió en algún lado. Los aullidos llenaron la costa. El viento ya traía olor a sangre. El campamento había cambiado. Ya no había noche. Había espera. Otro grito. Más desgarrado. Luego, ese silencio espeso. El que pesa como un tajo que no sangra.Selene soltó a Mar y corrió hacia los árboles.
El bosque se abrió como un cuerpo. Ramas que arañaban, viento que tiraba del pelo. La luna la empujaba desde adentro, encendiéndose bajo la piel. La tierra olía a hierro. Y el aire… ya olía a muerte.🌑 🌊 🐾
Cuando llegó al claro, todo era rojo.
El cuerpo de Abril abierto como una flor rota. El vientre reventado sobre la tierra. Intestinos desparramados bajo la luna. Los ojos fijos en el cielo, como si todavía suplicaran. Selene no lloró. Sintió el calor subiéndole por la piel, el rugido en las vértebras, la memoria de su cuerpo activándose. Corrió sin pensar. Tropezó en una raíz, cayó, rodó por una pendiente. Y el mar la recibió. Oscuro. Frío. La luna sucia brillando sobre la playa rota. Luego, el sonido de patas acercándose. Lo vio. Un lobo enorme. Pelaje gris ceniza. Ojos amarillos. Un olor conocido. Desagradable. Rival. La bestia emergió entre los árboles, su respiración era vapor en el aire helado. No era un animal común. Selene lo supo.Era uno de ellos. Y había otros. Se desnudó despacio, como si cada prenda fuera una confesión. El frío le mordió los pezones. Se bajó el pantalón. No era deseo. Era rito. El vello se erizó. Los músculos vibraron. La garganta se le llenó de gruñidos. Se dejó caer de rodillas. —Hacelo —susurró.Y el cambio inició.Fue un latigazo desde la columna. Sangre, huesos, piel. El cuerpo queriendo rearmarse. Distinta. Completa.
Selene gritó. Pero no fue humano. Fue otra cosa. La piel hervía desde adentro. Las uñas se alargaron. La mandíbula crujió. El vello estalló sobre la carne. Sus ojos azules se volvieron plateados. Sintió el poder romperle las costillas. El aire en los pulmones era otro. El mundo olía distinto. Por un segundo, supo que nadie podría tocarla. La loba dentro suyo abrió los ojos.🌑 🌊 🐾
Y entonces… ¡BANG!
Un disparo. Preciso. Frío. La transformación se quebró justo cuando la bestia asomaba. Selene se desplomó de costado. La bala le quemó el abdomen, bajo la última costilla. Había esperado ese dolor desde antes de nacer.Plata. Lo supo por cómo ardía. Por cómo su cuerpo la rechazaba. No con sangre. Con ceniza. El proceso retrocedió. Las garras a medio formar. Los ojos partidos. Patas en la arena. El sonido del mar rompiendo a lo lejos. El filo sucio de la luna. Y nada más. Todo se cerró como la boca de un lobo.El ascensor era de madera oscura, con espejos en tres de sus paredes. Selene evitó mirarse. No quería ver la forma en que su reflejo temblaba. No era miedo. Era otra cosa. Una incomodidad animal que no encajaba con tanto lujo.Florencio metió la llave magnética sin decir palabra.Piso 27.La puerta se abrió con un clic suave. El departamento era inmenso. Frío. Silencioso. Techos altos, mármol, ventanales que iban del suelo al cielo. Y ese olor tan suyo: madera encerada, cuero caro, y algo más… ¿metal? ¿sangre seca?—Podés ducharte si querés —dijo, dejando las llaves sobre una bandeja de plata.Selene se quedó en la entrada, sin avanzar.—¿Tenés miedo?—No —respondió—. Estoy eligiendo si me voy a dejar oler por tus paredes.Florencio se giró. Apoyó una mano en la cintura. El saco colgaba abierto. La camisa, aún arrugada desde el viaje.—Esta no es una trampa.—Toda casa es una trampa.—No para mí.—Claro. Porque vos siempre sos el que encierra.Él no respondió.Selene caminó por el liv
Cata cayó entre ramas espinosas.El cuerpo ya no le dolía como antes. Había algo en ella que amortiguaba el dolor. O que lo transformaba en energía.Se arrastró. Gruñó. No gritó.Los sonidos que salían de su garganta ya no eran palabras.Eran otra cosa.Llegó a un claro. El pecho subía y bajaba con violencia. El corazón golpeaba como un tambor de guerra.Detrás de ella, las luces.Faroles. Lásers. Redes. Gritos.La cacería había comenzado.Los humanos sabían. La buscaban.Y ella aún no era lo suficientemente loba para defenderse. Pero ya no era humana como para esconderse.Estaba en ese limbo maldito. Deforme. Salvaje. Peligroso.El suelo bajo sus manos se volvió arcilla. Los dedos se aferraron. El cuerpo empezó a cambiar. Otra vez.Pero era inestable.Su espalda se curvó. Las piernas se contrajeron. Los dientes crujieron.Y un aullido se ahogó en su garganta.Un haz de luz la alcanzó.—¡Ahí está!Cata se giró.Saltó. Instinto puro.Atravesó el claro. Trepó una roca. Rasgó una remera
Cata caminaba a través del bosque con los pies desnudos. La corteza húmeda bajo las plantas le daba una punzada dolorosa, pero también la conectaba. La obligaba a estar despierta. Presente. Lúcida. Si es que tal cosa aún existía.Había pasado horas en la cueva. Despertando. Soñando. Sangrando. Olvidando.Ahora sabía que el mundo no era el mismo. Que su cuerpo era un umbral. Que su sombra se movía diferente al suelo que la pisaba.Tenía los ojos brillantes. El iris azul eléctrico con destellos que antes no estaban. Y lo sabía.Caminó siguiendo un rastro. No con la vista. Con el olfato.Un perfume salado. Agresivo. Femenino.Mar.El cuerpo de Cata se tensó. Cada músculo respondía como si supiera lo que vendría.No buscaba venganza. No buscaba justicia. Buscaba sobrevivir. Y entender.A lo lejos, en una zona de matorrales, vio movimiento. Una silueta agachada, con la cabeza cubierta.El corazón le saltó.—Mar… —susurró.La figura se levantó con lentitud.Pero no era Mar.Era un hombre.G
Cata despertó sobresaltada.La cueva estaba vacía. El cuerpo del lobo viejo ya no estaba. Pero las marcas en la piedra seguían allí.“SOREDA”.Lo había visto en sueños.Y también había escuchado un nombre.Selene.Pero no como un llamado. Como un grito. Un aullido desesperado, cortado a la mitad.Se incorporó como pudo. El cuerpo le dolía. La mitad aún era suya. La otra mitad… no sabía de quién era.Tenía hambre.Y sed.Y una necesidad animal de correr, aunque no supiera hacia dónde.Pero no corrió.Se arrastró fuera de la cueva.El sol estaba alto. La luz le quemaba la piel.Volvió a meterse bajo tierra. Gruñó.Y por primera vez, se dio cuenta:El cuerpo ya no era un lugar seguro.🌑 🌊 🐾Mar se preparaba para salir. Llevaba una mochila liviana, una daga en la cintura y una botella con un líquido que ella misma había preparado: mezcla de sal, sargazo, y una gota de sangre. Decía que la ayudaba a ver mejor. A oler más lejos.Estaba obsesionada. No con Cata.Con la idea de que el alma
Selene bajó las escaleras sin hacer ruido. Mar estaba en la cocina, de espaldas, revolviendo algo en una olla. Como si nada. Como si no hubiera violado todos los umbrales de lo íntimo.—¿Dormiste en mi cama? —preguntó sin rodeos.Mar no se dio vuelta.—Olía a vos. No lo pude evitar.Selene se acercó hasta quedar a menos de un metro.—No te di permiso.—Nunca me diste permiso para nada, Sely. Y sin embargo… todo lo que soy ahora empezó con vos.Silencio.Selene olfateó el aire.Algo no estaba bien.—¿Qué cocinás?Mar le mostró la cuchara. Un guiso espeso. Oscuro.—Comida —dijo—. Para dos.—¿Dos?—Yo… y tu soledad.Selene cerró los puños. Sintió la faca contra el muslo. La deseó.—No soy tuya, Mar.Mar dejó la cuchara. Se dio vuelta.Tenía las manos manchadas. Los ojos brillosos. El rostro marcado de arañazos.—No… pero yo soy tuya, aunque no quieras. Aunque no te importe.—No me importa.Mar sonrió. Una sonrisa rota.—Entonces matame.Selene parpadeó.—¿Qué?—Matame. Ahora. Así te libe
Selene subió la escalera de la casa con la faca envuelta en un trapo. No quería que la tocara el aire. No todavía.Había regresado con la sal aún pegada a la piel. La boca aún con el sabor de Elio. Y el cuerpo latiendo como si su lobo interno quisiera salir a pelear con alguien. Con todos.Entró a su cuarto. Lo encontró en penumbras. Pero olía a algo nuevo. A presencia ajena.El colchón estaba revuelto. La almohada húmeda. El espejo del baño, destrozado.Mar.Selene cerró los ojos. Contó hasta tres.Uno. El dolor.Dos. La sospecha.Tres. El asco.—¿Qué estás haciendo conmigo, Mar? —susurró.No esperaba respuesta. Pero el eco la devolvió desde el fondo de la casa:—Lo mismo que vos hacés conmigo.🌑 🌊 🐾Cata se arrastró hasta la cueva entre los árboles. Temblaba.Las piernas ya no respondían como humanas. Las uñas arañaban la tierra. Las encías le sangraban.La transformación no era completa. Pero tampoco reversible.Tenía hambre. De comida. De tacto. De comprensión.Se recostó sobre
Último capítulo