Selene Luna Maris lo perdió todo. Su clan aniquilado, su familia destruida, su cuerpo marcado por cicatrices que solo la luna conoce. En una Argentina donde las antiguas leyendas de licántropos todavía respiran en las sombras, Selene intenta sobrevivir… hasta que la tragedia la encuentra de nuevo. Una noche de luna roja, los suyos caen en una emboscada. Ella apenas logra escapar, y quien la salva es su peor enemigo: Florencio Lombardi, un político alfa, cruel y decidido a exterminar a todos los licántropos del país… sin saber que está deseando a una loba. Mientras el deseo y la traición tejen sus hilos, Selene se debate entre la venganza que juró cumplir y el hambre de piel que despierta ese hombre que podría matarla sin dudar. ¿Puede una loba enamorarse de su verdugo? ¿Puede la venganza sobrevivir al deseo? Una novela cargada de erotismo, violencia ritual, alianzas impensadas y pasiones que desangran. Si alguna vez te sentiste atraída por lo prohibido, esta historia es para vos.
Leer másSelene salió del baño vestida con una bata que había encontrado colgada detrás de la puerta. Se la ajustó apenas. No tenía ropa interior. No tenía nada debajo. Pero se sentía segura. Se sentía despierta.Y hambrienta.Bajó las escaleras y lo vio en el comedor.Florencio estaba de pie, con el libro en la mano. La miró como si hubiera leído su cuerpo entero en esas páginas.—Tenemos que hablar —dijo él.—¿De qué?—De vos.—¿Estás seguro de querer saber?—No. Pero necesito.Selene se acercó. Se apoyó contra la mesa. La bata se abrió apenas. Un muslo quedó expuesto.Florencio la miró. Después, la apartó con la mirada. Intentó ser correcto. No pudo.—No sos normal.—¿Y vos sí?—Tenés algo…—¿Algo como qué?—Algo que me hace desearte aunque todo mi instinto me dice que debería matarte.Silencio.Ella se acercó más. Apoyó las manos sobre el libro. Lo cerró.—¿Y si te dijera que ese instinto no está equivocado?—¿Estás confesando algo?—Estoy seduciéndote.Florencio tragó saliva.—¿Por qué?—
Mar estaba afuera.Oculta detrás de los arbustos que crecían junto a la cabaña, apenas protegida por la sombra de una parra descuidada. Había estado allí desde que vio entrar a Selene con una toalla. Supo lo que iba a pasar. Lo necesitaba.La ventana del baño tenía una cortina. Pero estaba corrida. No del todo. Justo lo suficiente.Mar se quedó quieta, casi sin respirar.Y cuando la vio, su cuerpo reaccionó como si algo le hubiera lamido el alma.Selene estaba de espaldas, el cabello empapado pegado a la nuca, el agua resbalándole por los muslos. Se acariciaba. No para lavarse. Para recordar que tenía cuerpo. Un cuerpo que era suyo. Un cuerpo que dolía. Un cuerpo que deseaba.Mar se llevó la mano al pantalón, pero esta vez no se bajó la ropa. Se limitó a presionar. A sentir. A mirar.Las piernas de Selene. Su espalda. El temblor mínimo de la cadera cuando se pasaba los dedos por el vientre.Y luego la vio apoyarse contra la pared. Los dedos bajaron. Ella los guió entre las piernas. El
A la mañana siguiente, el mar estaba calmo, pero el cielo seguía plomizo. Florencio despertó con el cuerpo tenso y la mente agitada.Soñó con Selene. Soñó que se transformaba. Que lo montaba como una loba. Que le arrancaba el pecho con las uñas.Y aún así, él acababa dentro de ella. Gritando su nombre. Gozando el peligro.🌑 🌊 🐾Selene estaba ya vestida cuando él salió al comedor.Leía un libro. No parecía haber dormido.—Voy a salir —dijo ella.—¿A dónde?—A buscar lo que perdí.—¿Qué?—Parte de mí.—¿Querés que te acompañe?—No.Florencio se acercó.—¿Y si no volvés?—Entonces vas a tener que cazarme.Ella salió. Cerró la puerta con un empujón suave.Florencio quedó inmóvil, con el deseo colgándole del cuerpo como una pregunta sin responder.🌑 🌊 🐾Mar la siguió.A distancia.Como una sombra. Como una perra fiel. Como una mujer enamorada hasta lo enfermo.La observó caminar por la playa, meterse entre las piedras, agacharse y tocar la tierra. La vio llorar en silencio. La vio sa
La noche en la cabaña se espesaba como alquitrán. No era un silencio quieto. Era un silencio expectante, cargado, casi animal. Selene no lograba dormir.Estaba tendida en una cama que no le pertenecía, con sábanas ásperas que olían a hombre y madera vieja. Afuera, el crujido ocasional de las ramas se mezclaba con el siseo lejano del mar. La chimenea crepitaba en la sala contigua. Sabía que Florencio estaba despierto también. Lo sentía. Como un calor al otro lado del muro. Como si su aliento fuera suficiente para encenderla incluso sin tocarla.Se revolvió entre las sábanas. La camisa blanca que él le había prestado se le pegaba al cuerpo. No llevaba ropa interior. La tela le rozaba los pezones endurecidos. Cada roce era un estímulo involuntario, inevitable. Su cuerpo estaba en alerta, pero no por miedo.Era algo más primitivo.Deseo contenido. Furia convertida en tensión. Un llamado que nacía desde adentro y que ni siquiera la luna podía explicar.Se levantó, descalza, y caminó hasta
Esa noche, Mar se agazapó tras unos arbustos. Se coló entre los médanos.Y entonces, entre las sombras, la vio.Una cabaña baja. De madera gris, al borde del terreno olvidado por el Estado. Una casa rota por el tiempo y por las cosas que había visto.Vio la camioneta.Y en la galería… colgada como una bandera íntima, una camisa blanca de hombre.🌑 🌊 🐾El galpón apenas iluminado desde dentro. Las rendijas dejaban escapar franjas de luz amarilla. El sonido de una taza golpeando madera. Voces bajas.Vio la camisa de Selene colgada en el porche.Y supo que estaba ahí.Su amiga estaba viva.Pero no sola.Mar no se acercó. No tocó. No llamó.Se quedó mirando desde la oscuridad. El cuerpo tenso. La mano acariciando la bombacha guardada en el bolsillo.El instinto se le agarró al pecho como un animal rabioso. No hizo falta que se acercara. Desde la sombra, invisible, vio a Selene cruzar la cocina. Cabello oscuro suelto, camisa de hombre, piernas desnudas. Ese cuerpo que había mirado de re
La linterna se había quedado sin pilas. Mar D’Argenti avanzaba en la oscuridad como un animal herido, guiada solo por el olor. A sangre. A pólvora. A bosque húmedo. La arena mojada se le metía entre los dedos. El viento le pegaba mechones de pelo suelto a la cara. Tenía las manos arañadas de tanto apartar ramas y espinas. La boca seca. Y en el corazón golpeando como una cosa rabiosa. El mismo desde que había visto aquel charco de sangre junto a la fogata arrasada. No había gritado. No había buscado ayuda. La búsqueda de Selene era suya. De nadie más. Había caminado durante horas buscando rastros, entre carpas arrasadas, gritos a medio tragar, y cuerpos que ya no estaban. Se agachó y tocó la tierra, como una reverencia casi absurda. Vio un rastro. Sintió un olor. Siguió caminando. Encontró más huellas. Dos tipos de marcas: unas descalzas, pequeñas, de mujer. Otras de borcegos. Un rastro que contaba una historia muda. Selene no estaba sola. Y no había muerto. Mar tragó
La linterna temblaba en la mano de Mar D’Argenti, agotada, con las pilas agotándose y el viento de la costa mojándole el rostro. Cada paso sobre la arena húmeda era un eco de lo que ya no estaba. La niebla de la madrugada apenas le permitía ver a unos metros, y el aire olía a madera quemada, a sal… y a algo más. Un olor terroso, metálico, que se le adhería a la garganta. La playa, donde horas antes había risas, cervezas y música baja de parlante, ahora era un cementerio invisible. La fogata se había extinguido hacía rato. Las carpas estaban desgarradas, los objetos desperdigados como si un animal furioso hubiera pasado devorando historias. Mar no llamó. No gritó. El cuerpo sabía antes que la cabeza. Sabía que la noche se había llevado todo. Agachada, entre ramas partidas, descubrió rastros. Marcas profundas en la tierra húmeda. Zarpazos en la corteza de un árbol. Y entre las piedras, la prenda. Una bombacha negra. Rasgada. Húmeda. Olor a Selene. La alzó. Se la llevó al rostro. La
Cuando Selene abrió la puerta, encontró a Florencio de pie, apoyado contra la pared del galpón, mirando hacia el mar.—¿Dónde estamos?—Zona de médanos, al sur. Galpón pesquero abandonado. Lo usé más de una vez.—¿Para esconder cuerpos?—Para salvar vidas —respondió él, sin inmutarse.Silencio.Florencio dio un paso hacia ella. Selene se tensó. Él lo notó.—Podés relajarte. No voy a tocarte.—Ya lo hiciste.—Solo lo justo.—A veces, lo justo también deja marcas.Florencio sonrió, apenas. Levemente.—Tenés frases peligrosas para estar herida.—Y vos, ojos suaves para ser un asesino.Él la miró, sin perder la calma. Pero algo en su mandíbula se tensó.—¿Sabés lo que eran esas cosas anoche?Selene no bajó la guardia.—¿Y vos?Florencio suspiró.—Lobos —dijo él—. Pero no comunes. Luisones, los llaman quienes creen en eso. Hombres-lobo. Bestias híbridas. Criaturas malditas. Para mí… solo eran lobos. Pero muy grandes.Selene lo observó con una mezcla de sorpresa y alarma. Disimuló el temblo
Florencio dio un paso.—Tenés fiebre —sacó un frasco de vidrio oscuro de un bolso y se acercó a ella—. Esto va a ayudarte. Antiséptico natural. También analgésico. La herida…Selene lo alejó de un empujón.—Sé cómo curarme sola.—Entonces hacelo. Pero primero vestite.Le tendió la bolsa de tela. Selene se la arrancó de las manos con una brusquedad innecesaria. La abrió. Un pantalón viejo de algodón. Una remera gris masculina. Nada más.—No es mucho. Algo mío. Lo más limpio que encontré.Ropa de hombre. Ropa que olía a él.—¿Dónde está mi ropa?El olor de las prendas era inconfundible. Cuero, madera, pólvora, sal… y algo más.Él.—Quemada. Tenía sangre, barro. Olor a bosque, lobos.Selene soltó un bufido.—Gracias —dijo, sin tono.No lo miró.Florencio sonrió, apenas. No por amabilidad. Sino porque reconocía a su propia especie. No a una mujer, sino a alguien como él. Alguien con colmillos guardados.—No sé qué carajo hiciste anoche —murmuró él—. Pero no sos como las otras.Selene se g