Desnuda Ante La Venganza

Desnuda Ante La VenganzaES

Hombre lobo
Última actualización: 2025-06-20
Matías R Cisneros  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Selene Luna Maris lo perdió todo. Su clan aniquilado, su familia destruida, su cuerpo marcado por cicatrices que solo la luna conoce. En una Argentina donde las antiguas leyendas de licántropos todavía respiran en las sombras, Selene intenta sobrevivir… hasta que la tragedia la encuentra de nuevo. Una noche de luna roja, los suyos caen en una emboscada. Ella apenas logra escapar, y quien la salva es su peor enemigo: Florencio Lombardi, un político alfa, cruel y decidido a exterminar a todos los licántropos del país… sin saber que está deseando a una loba. Mientras el deseo y la traición tejen sus hilos, Selene se debate entre la venganza que juró cumplir y el hambre de piel que despierta ese hombre que podría matarla sin dudar. ¿Puede una loba enamorarse de su verdugo? ¿Puede la venganza sobrevivir al deseo? Una novela cargada de erotismo, violencia ritual, alianzas impensadas y pasiones que desangran. Si alguna vez te sentiste atraída por lo prohibido, esta historia es para vos.

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Capítulo 1

001. Luna de Sangre

La luna no era blanca.

Estaba roja. Sucia. Como si la hubiesen arrastrado por el barro de una historia prohibida y ahora colgara sobre el cielo de Mar del Plata como una amenaza personal. Mordía la oscuridad con su filo plateado, turbio, y bajo su luz enferma todo se movía distinto. El viento olía a sal, a madera vieja y a cosas que preferían no ser nombradas. Las olas rompían contra los acantilados como advertencias que solo algunos sabían escuchar.

Selene Maris no necesitaba mirar al cielo para sentirlo. La luna le raspaba la sangre, le mordía los huesos. Le hablaba en un idioma antiguo que entendía con el cuerpo entero.

Se arrodilló junto a la fogata enclenque que resistía las ráfagas del mar. El resplandor anaranjado le dibujaba destellos sobre la piel pálida, sobre su cabello tan negro que a veces parecía azul. Detrás de ella, Maia y Abril se reían entre vino barato y chismes de ciudad, despreocupadas. Solo Mar D’Argenti no se reía. Estaba apartada, con una botella en la mano y el pelo castaño enredado por el viento. Y la miraba.

Como se mira lo que no se puede tocar.

Selene evitó sostenerle la mirada. Ya había notado en los últimos meses un deseo espeso, sucio, que crecía en los ojos de su mejor amiga. Lo había sentido en las manos de Mar cuando se emborrachaba y se le acercaba demasiado. En las miradas largas cuando se bañaban en la laguna. En las bromas que no eran tan bromas.

Pero esa noche había otra cosa. Algo pesado en el aire. Como un rumor viejo. Y los aullidos.

Hacía rato que los escuchaban.

—Che… ¿escuchan eso? —susurró Maia, encendiendo un cigarrillo.

Un aullido largo, grave, rompió la noche. Selene se paró sin pensarlo. Mar dejó caer la botella.

Selene caminó descalza hacia la orilla del campamento. La tierra húmeda se le metía entre los dedos. El frío le endurecía los pezones debajo de una camisa fina, sin corpiño, pero no le importó. El cabello azabache, con reflejos plateados bajo esa luna impura, le caía desordenado sobre los hombros. En la médula, algo sabía lo que venía.

🌑 🌊 🐾

Los aullidos se multiplicaron.

Seis. Tal vez siete. Demasiado cerca.

—¿Selene? —la voz de Mar quebró la oscuridad.

No respondió. Caminó hasta los arbustos. El mar estaba negro, inmóvil. No susurraba. Amenazaba.

Volvió al campamento sin decir una palabra. Tomó la mochila.

—Nos vamos.

—Dale, boluda… estamos re lejos del bosque —intentó bromear Maia, pero su voz ya no sonaba como una broma.

Cuatro chicas. Cuatro carpas. Una fogata mal hecha, cerveza tibia y un parlante descompuesto. Jugaban a escaparse de sus vidas. A ignorar que marzo les había traído una luna llena que no sabían leer.

Pero Selene no jugaba.

Desde que pisó esa tierra, algo la llamaba desde abajo. Desde el barro. Desde las raíces. Desde la memoria de los huesos.

No era una noche común.

Y entonces lo sintió en el aire. En los latidos ásperos en la garganta. En la piel erizada.

Era tarde. Demasiado tarde.

Una sombra cruzó el bosque.

El crujido de unas ramas.

Nada.

Después un aullido seco, corto. No animal. No humano.

Y luego, un grito en el bosque.

—¡Ayudaaa!

La voz de Abril. Quebrada. Aguda. De esas que no querés escuchar nunca.

Maia corrió hacia los arbustos. Mar tropezó y cayó.

—Corré, Mar. ¡Corré, carajo! —gritó Selene, pero Mar se quedó paralizada.

Selene la tomó del brazo y tiró de ella. Corrían como si se les fuera la vida. La linterna se perdió en algún lado. Los aullidos llenaron la costa. El viento ya traía olor a sangre.

El campamento había cambiado. Ya no había noche. Había espera.

Otro grito. Más desgarrado.

Luego, ese silencio espeso. El que pesa como un tajo que no sangra.

Selene soltó a Mar y corrió hacia los árboles.

El bosque se abrió como un cuerpo. Ramas que arañaban, viento que tiraba del pelo. La luna la empujaba desde adentro, encendiéndose bajo la piel.

La tierra olía a hierro. Y el aire… ya olía a muerte.

🌑 🌊 🐾

Cuando llegó al claro, todo era rojo.

El cuerpo de Abril abierto como una flor rota. El vientre reventado sobre la tierra. Intestinos desparramados bajo la luna. Los ojos fijos en el cielo, como si todavía suplicaran.

Selene no lloró.

Sintió el calor subiéndole por la piel, el rugido en las vértebras, la memoria de su cuerpo activándose.

Corrió sin pensar. Tropezó en una raíz, cayó, rodó por una pendiente.

Y el mar la recibió.

Oscuro. Frío. La luna sucia brillando sobre la playa rota.

Luego, el sonido de patas acercándose.

Lo vio.

Un lobo enorme. Pelaje gris ceniza. Ojos amarillos.

Un olor conocido. Desagradable. Rival.

La bestia emergió entre los árboles, su respiración era vapor en el aire helado.

No era un animal común. Selene lo supo.

Era uno de ellos.

Y había otros.

Se desnudó despacio, como si cada prenda fuera una confesión. El frío le mordió los pezones. Se bajó el pantalón.

No era deseo.

Era rito.

El vello se erizó. Los músculos vibraron. La garganta se le llenó de gruñidos.

Se dejó caer de rodillas.

—Hacelo —susurró.

Y el cambio inició.

Fue un latigazo desde la columna. Sangre, huesos, piel. El cuerpo queriendo rearmarse. Distinta. Completa.

Selene gritó. Pero no fue humano. Fue otra cosa.

La piel hervía desde adentro. Las uñas se alargaron. La mandíbula crujió. El vello estalló sobre la carne. Sus ojos azules se volvieron plateados.

Sintió el poder romperle las costillas. El aire en los pulmones era otro. El mundo olía distinto.

Por un segundo, supo que nadie podría tocarla. La loba dentro suyo abrió los ojos.

🌑 🌊 🐾

Y entonces… ¡BANG!

Un disparo.

Preciso. Frío.

La transformación se quebró justo cuando la bestia asomaba.

Selene se desplomó de costado.

La bala le quemó el abdomen, bajo la última costilla.

Había esperado ese dolor desde antes de nacer.

Plata.

Lo supo por cómo ardía. Por cómo su cuerpo la rechazaba. No con sangre. Con ceniza.

El proceso retrocedió.

Las garras a medio formar. Los ojos partidos.

Patas en la arena.

El sonido del mar rompiendo a lo lejos.

El filo sucio de la luna.

Y nada más.

Todo se cerró como la boca de un lobo.

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001. Luna de Sangre
002. Bajo la piel
003. Lo que arde
004. Fiebre
005. La que acecha
006. Lo que queda
007. Piel, marcas y cosas que no se nombran
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