005. La que acecha

El campamento estaba desierto. La fogata apagada. Los restos de comida arrastrados por el viento. El olor a humo y sangre impregnando la tierra. Todo lo demás… borrado. Las risas. Las canciones de fogón. Abril bailando descalza. Selene con la boca sucia de cerveza, desafiando a la luna.

Mar D’Argenti caminó despacio entre las carpas destrozadas. El suelo húmedo, pegajoso, marcaba huellas que la bruma intentaba devorar. Los cuerpos no estaban. Solo manchas. Rastros de arrastre. Aullidos pegados a los árboles.

Y el olor. Un hedor antiguo. A carne rota, a pólvora, a luna enferma.

El bosque tenía ese silencio de cementerio maldito, donde los sonidos se tragan a sí mismos. Todo parecía disolverse a su paso: las sombras, las formas, incluso el propio tiempo.

Mar había aprendido a leer los vacíos. La ausencia de sonidos decía más que cualquier grito.

Se agachó junto a una mancha oscura. Tocó la tierra. Sangre seca. Se la llevó a la nariz.

El olor era viejo. Pero no del todo.

No debería estar ahí. No sola. No de noche.

Pero no podía irse.

Porque entre todo ese caos había algo que seguía latiendo. Algo que no había muerto.

Selene.

La imagen de su amiga —desnuda, desbordada, con el pelo pegado a la piel y los ojos más afilados que la luna— la había perseguido desde que huyó. Desde el primer aullido. Desde que la vio sacarse la ropa como si nada. Desde que supo, sin saber cómo, que Selene no era como ellas. Que nunca lo había sido.

Y ahora… el deseo ardía. No era miedo. No solo. Era rabia, fascinación y algo más sucio que no se atrevía a nombrar.

Mar mordió el labio. Selene. Su nombre era un anzuelo en la garganta.

Se deslizó entre las carpas derrumbadas. Las lonas rotas, la tierra pisoteada. Huellas humanas. Y otras.

El viento traía cenizas y algo peor. Un perfume de muerte tibia.

🌑 🌊 🐾

La luna bajaba despacio sobre los árboles.

El incendio que había espantado a los lobos había consumido casi todo lo demás. Solo el pozo de agua resistía, como un ojo turbio en medio de la tierra quemada.

Mar se inclinó sobre él.

Su reflejo, fragmentado por las ondas sucias, le devolvió una imagen descompuesta: mandíbula tensa, labios partidos, ojos celestes con un brillo febril. Mechones de pelo mojados, pegados a la frente.

Se quedó ahí, respirando.

Y recordó.

Un campamento en el mismo lugar. Seis años atrás.

Otra noche de luna llena. Otra masacre. El olor de esa noche seguía fresco.

Las caras desgarradas de sus padres. Los aullidos. La sangre como un charco tibio.

Y Selene.

Recordó a Selene encontrándola en ese viejo Parque Acuático cercano al acantilado, cubierta de barro y sangre. Esa misma Selene que ahora parecía haberse evaporado en el bosque.

Ese recuerdo la quemó.

El viento trajo otro olor. Fuerte. Crudo.

Mar tragó saliva. Le ardía la garganta. Pero no lloró.

Ese recuerdo era viejo. Era suyo.

Y ahora se mezclaba con la imagen reciente de su amiga.

Desnuda. Entre lobos. Transformándose.

Lo había visto. Aunque lo negara. Lo había sentido en la piel.

Ese momento sucio, salvaje, hermoso.

Y su propio cuerpo lo recordaba.

Una corriente caliente le bajó desde la nuca hasta el vientre. Se llevó una mano a la entrepierna, por encima del pantalón sucio. Solo un roce. Solo para calmar ese ardor espeso que no nacía de la fiebre.

Se mordió el labio. Sintió la humedad bajo la tela.

El viento susurró entre los árboles. Como si el bosque supiera. Como si la luna la mirara.

Mar siguió.

🌑 🌊 🐾

El campamento parecía una postal de guerra. Carpas abiertas como vientres degollados. Botellas volcadas. Restos de lo que había sido una fiesta.

Se agachó junto a unas ramas partidas. La tierra revuelta. Huellas.

No humanas. No del todo. Patas. Zarpazos marcados en la tierra húmeda. Garfios. Rastrilladas. Como si alguien hubiera corrido a cuatro patas.

Y entonces, entre las piedras húmedas, algo sobresalía. Una tela oscura. Rasgada. Empapada de ese olor espeso, a carne erizada y fuga desesperada.

La levantó.

Era su ropa interior.

Todavía tibia. Todavía húmeda.

No era una prueba. Era un vínculo.

Sin pensarlo, o queriéndolo demasiado, la acercó a la nariz.

El olor era bosque. Era lobo. Pero también algo más. A Selene.

Mar cerró los ojos.

El estómago le tironeó. Las piernas le temblaron.

Se la guardó en el bolsillo del buzo con la delicadeza de quien guarda una reliquia prohibida. Como un trofeo. Como un talismán sucio.

Su cuerpo sabía antes que su cabeza.

Selene estaba viva.

Y ella la iba a encontrar.

No importaba qué hubiera entre medio.

🌑 🌊 🐾

Mar dejó que el bosque la tragara de nuevo. Los médanos se abrían como un manto de niebla sucia.

Avanzó entre ramas que le cortaban la cara. El viento trayendo olor a cuero caro y pólvora. Y lobo. Siempre a lobo.

La linterna parpadeó.

Ella la apagó.

No necesitaba ver.

Podía olerla. Podía sentirla. El calor de su amiga, de su loba, de su dueña, a través de la tela húmeda.

Y si estaba viva… si se había entregado a otro…

Mar pensó en abrirle la piel y meterse adentro. Ser ella. Ser parte de eso.

La búsqueda de Selene ya no era búsqueda. Era cacería.

Y no iba a parar.

No esa noche.

No nunca.

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