Ella no es solo una forastera en el pueblo de las montañas. Es una loba. La última descendiente viva del antiguo clan lunar que habitó esas tierras… hasta que el padre del actual Alfa, los masacró para apoderarse de su territorio. Su madre logró huir aquella noche, escondiéndola entre los brazos de una humana, quien la crió lejos del mundo salvaje, sin contarle jamás la verdad… hasta el lecho de muerte. Confundida, herida y hambrienta de respuestas, Isela regresa a las montañas siguiendo un instinto que no comprende. Los recuerdos fragmentados de la noche en que vio morir a su padre y a su madre huyendo entre los árboles la persiguen. Kael, el alfa que, carga con los pecados de su linaje… se convierte en el hombre que despierta en ella un deseo indomable. Pero Kael no está solo. Su luna destinada, hermosa y cruel, pronto descubrirá la presencia de la forastera … y estará dispuesta a todo por defender lo que cree suyo. El pasado llama. El deseo arde. Y bajo la luna salvaje, la venganza y el amor no pueden coexistir sin sangre.
Leer másUn grito, un golpe seco y luego nada más que absoluta oscuridad. Escucho un corazón latiendo con fuerza, casi a punto de estallar; está cerca, lo siento en mi pecho, pero no es el mío. Las ramas me arañan piel y una ola de cabello, negro y espeso se enreda en mi rostro. Me llevan en brazos. Corremos, no puedo ver con claridad, pero sé que nos siguen. Alguien o algo. Otro grito, un gruñido, una luz y despierto otra vez en mi cama. Empapada en sudor, agitada y temblorosa. He tenido el mismo sueño por quince años, ahora ya sé lo que significa.
Me compongo frente al espejo y miro el reloj. Ya son las ocho. El bar abrirá pronto y hoy es mi primer día.
No me hace ilusión trabajar entre esta gente, en un pueblo extraño a kilómetros de mi hogar, o lo que creía mi hogar, empañado ahora con el recuerdo de las mentiras de mi infancia. Aquellos no eran mis padres, ni esa mi casa, ni yo una niña normal como tanto se esforzaron en hacerme creer.
Si trabajar en este sitio, soportando a borrachos escandalosos era lo que necesitaba para aprender de mis padres bilógicos, de su historia, y de mí, de lo que era; no iba a dejar que nada se interpusiera en mi camino, no siquiera mis propios miedos.
La noche llegó y enseguida descubrí que estaba en lo cierto; pasar horas entre el hedor de aquelllos hombres peludos, navegando entre sus halagos babosos me dejaba escuchar conversaciones, normalmente inútiles, con la esperanza de encontrar algo, un nombre, una historia, que me diera un punto de partida, un lugar donde comenzar.
— !Otra cerveza, mamita! — el golpe estremeció la barra y la espuma rancia que quedaba en la jarra se derramó por la madera.
— En un minuto—. Contesté poniendo una botella de whisky sobre la bandeja.
— ¡Ahora mismo perra! — Pretendí no oírlo y seguí mi camino hacia la mesa con la bandeja llena de vasos y el whisky — Oye, ¿ eres sorda o acaso no sabes quien soy yo?
El tacto de su mano callosa en mi hombro me hizo estremecer. Intenté desprenderme pero me zarandeó con fuerza haciéndome soltar la bandeja, el vasos se volvieron trozos afilados en el suelo y todo el bar se volvió silencioso.
— ¡Qué perra tan torpe! Necesitas aprender como son las cosas aquí.
— Sueltáme —. Intenté zafarme en vano.
Su risa estruendosa rebotó a mi alrededor.
— Tienes agallas, me gustas. Ven, hablemos a solas.
No me averguenza decir que sentí el terror más profundo cuando comenzó a halarme hacia el cuarto de servicios y busqué, desesperada, cualquier ayuda entre los presentes. Cada uno de ellos bajó la vista al suelo, evitando mi mirada. Supe que estaba sola y que solo podía contar conmigo misma. Entonces lo escuché a mis espaldas. Primero fue un susurro.
— Lucian — Luego un grito — ¡Lucian! — La bestia me soltó de golpe , y se dio la vuelta. Su expresión había cambiado por completo. Estaba pálido, podría jurar que era miedo lo que veía en su mirada.
— Kael...
— ¿ Qué crees que haces Lucian? — La voz venía de una esquina oscura en el fondo del bar.
— Es solo una humana, pequeña e insignicante.
— Oh, mi querido y estúpido Lucian.
La bestia tragó en seco, retrocedí intentando recuperar el aliento, y entonces lo vi. Los demás se hacían a un lado para abrirle paso.
Alto, imponente, con hombros anchos y cuerpo esculpido a base de fuerza y disciplina, su sola presencia emanaba poder. Su piel era ligeramente bronceada, curtida por el sol y la vida salvaje, y sus músculos se marcaban bajo la camiseta negra y la chaqueta de cuero gastada.
El cabello oscuro, negro como la noche sin luna, caía en mechones desordenados sobre su frente, dándole un aire rebelde y peligrosamente atractivo. Pero eran sus ojos lo que más intimidaba y fascinaba a la vez: grises, fríos como la tormenta, cargados de secretos, ferocidad y una culpa que parecía tatuada en su mirada.
Su mandíbula definida y la barba de varios días acentuaban su masculinidad, mientras que líneas de tatuajes asomaban desde su cuello y se perdían bajo la ropa, símbolos antiguos que susurraban sobre su herencia y su rol. Kael caminaba como un depredador en su territorio, cada movimiento calculado, elegante, y cargado de la amenaza latente de alguien que podría destrozarte… o protegerte… con la misma intensidad.
Se detuvo frente a él, Lucian bajó la mirada.
— Creo que es hora de que te vayas a dormir.
Lucian gruñó y salió del bar azotando la puerta.
Kael ladeó la cabeza, olfateando sutilmente el aire. Su expresión se tensó.
—Eres nueva —dijo con voz grave.
—Trabajo aquí —respondí y me apresuré hacia la barra.
Kael se acercó sus movimientos fluidos, peligrosos, como un lobo acechando a su presa.
—Tu olor… —sus ojos brillaron con un destello salvaje—. Eres mucho más que una simple humana. ¿ Cómo te llamas?
Mi corazón se detuvo un segundo.
—Isela y no sé de qué hablas.
Kael apoyó las manos grandes y fuertes sobre la barra, acercándose. El calor de su cuerpo la envolvía, intoxicante.
—Sabes perfectamente de qué hablo... loba.
Mi pecho se apretó con sus palabras. Por un momento nos quedamos en silencio, el uno perdido en los ojos del otro. Todo a nuestro alrededor parecía desaparecer, hasta que la puerta del bar se abrió de golpe.
— Kael...
Una voz dulce se escuchó y Kael se apartó de la barra.
— Lyana — El aura indomable de Kael parecía doblegarse de alguna forma ante la presencia de aquella mujer de ojos dorados y cabello negro.
Ella se acercó, puso la mano en su pecho y le susurró algo al oído, luego se giró hacia mi.
— y tú... ¿quién eres?
— Ise...
— Nadie, no es nadie. — Kael me interrumpió tomándola por la cintura.
Lyana sonrió sin separar sus ojos de mi.
— Tienes razón, mi amor. No es nadie.
— Muy bien…— ¿Fue todo lo que esperabas?Las lágrimas aún humedecían mi rostro, resbalando por mis mejillas como si quisieran grabar en mi piel la desesperación que me consumía.— No sé lo que esperaba. Esto no fue una buena idea… — confesé con la voz quebrada. — No es mi padre, nunca lo fue, no sé por qué pensé algo diferente. — Bueno, salgamos de aquí — murmuró él, sacudiéndose el cabello con impaciencia —. Se me está llenando de telarañas.El olor a humedad era penetrante, mezclado con ese polvo viejo que se incrustaba en la garganta. Me estremecí, apartando con brusquedad los restos de insectos que aún reptaban sobre mis piernas.— No sé por qué se te ocurrió traerme aquí — protesté con asco, intentando sacudirme la piel como si aún quedara algo pegado en ella.— No tenía muchas opciones — replicó encogiéndose de hombros, sus ojos brillando con un destello de ironía —. El lugar es más pequeño de lo que recordaba… ¿o será que yo soy más grande que cuando tenía siete años?Solté
— ¡Lo odio! ¡Voy a matarlo! — estallé, la voz rota entre rabia y desespero.— Shh, no hagas promesas que no puedes cumplir. — Antuan sonrió con esa calma exasperante que parecía diseñada solo para encender aún más mi furia.— ¿Hay algo de todo esto que te resulte divertido? — pregunté colérica, clavando mis uñas en la madera de la mesa.— Casi todo, la verdad. — se recostó hacia atrás en su silla, con la mirada chispeante de ironía. — El destino tiene sus maneras retorcidas de acomodar las cosas. ¿No te parece?— Antuan, no sé si lo has notado, pero esta noche ya ha sido un poco intensa y no tengo tiempo para juegos. — mi voz temblaba entre cansancio y enojo, sintiendo cómo las paredes del lugar se cerraban sobre mí.— Venga… míralo bien, piénsalo un segundo. — insistió, inclinándose sobre la mesa.— Antuan. — lo llamé con un suspiro cargado de advertencia.— ¿Qué? ¿Me vas a decir que quieres regresar a la cama a dormir plácidamente? — arqueó una ceja burlona. — Probablemente no pued
— ¿Qué haces aquí? — Abrí la puerta apenas entrecerrándola detrás de mí, como si temiera que alguien más pudiera escuchar. — Son las cuatro de la mañana.— Querías una prueba.— Kael, ¿estás borracho?— No.— Apestas a whisky.— Tengo lo que me pediste, ¿lo quieres o no?— Lyanna…— Lyanna está dormida. ¿Quieres ver a tu padre o no?La voz de Kael se endureció, grave, y en la penumbra del pasillo sus facciones parecían más afiladas, más duras, como esculpidas en sombra.Cerré la puerta con cuidado, el sonido del cerrojo resonó leve en la quietud de la madrugada, y lo seguí. La casa dormía en silencio, envuelta en una calma casi sepulcral. Solo se oían nuestros pasos apagados sobre la madera.Descendimos por las escaleras, donde el pasamanos crujía suavemente bajo mi mano, frío al tacto. Atravesamos la cocina principal, amplia, impecable, con el mármol de la encimera brillando bajo el débil resplandor de la luna que se colaba por las cortinas entreabiertas. Los cubiertos alineados y l
—¿Tú lo sabías? —pregunté, al escuchar cómo sus pasos se detenían detrás de mí.Estaba de pie frente a la caseta vacía. No había rastro de él en toda la casa… o, al menos, en los lugares que había logrado revisar. Maldito lugar, lleno de puertas cerradas, de secretos que se aferraban a las paredes y de maldiciones que parecían respirar en cada rincón.—No… hasta hace muy poco —contestó Kael en un susurro que apenas rompió el silencio.—¿Sabes dónde está?—No.—¿Sabes si está vivo?—No —repitió, con la misma voz grave y contenida.—¿Y a qué has venido?Kael dejó escapar una breve exhalación, como si buscara valor para responder.—Mi padre era, para mí, el ser más importante del mundo. Grande e invencible. Todopoderoso. De alguna forma, creo que todos sentimos eso por nuestros padres. Y cuando murió… el mundo se volvió más frío.—Él no es mi padre. Nunca antes lo vi, nunca hizo nada por mí… y el mundo ya es un lugar frío, con o sin él.—Entonces, ¿por qué quieres saber dónde está?—Por
La puerta de la caseta chirrió cuando la empujé para salir. El aire del atardecer estaba cargado de humedad, y el leve aroma a tierra mojada se mezcló con el penetrante olor a madera recién cortada. Kael estaba apoyado en el marco, esperándome con los brazos cruzados. Su silueta recortada contra la luz tenue proyectaba una sombra alargada que parecía envolverme.—Cada vez pasas más tiempo allá adentro —dijo, con la voz grave y un matiz de reproche.—¿Qué quieres? —contesté sin mirarlo, esquivando su presencia para seguir mi camino.—Quiero que hablemos…—No tengo nada que hablar contigo. Te lo he dicho ya. Déjame en paz.—¿Qué tengo que hacer para que me perdones?—Dejarme en paz es un buen comienzo.Su olor me golpeó de lleno, ese aroma inconfundible a madera, cuero y algo salvaje que me revolvía las entrañas. Mi cuerpo entero se tensó al tenerlo tan cerca. Y, aunque mi interior gritaba por arrojarme a sus brazos, por sentir cómo me levantaba y me llevaba a la cama, desnudándome con
Las luces parpadeaban inquietas, como si algo invisible las estrangulara y las soltara en un juego cruel. Un escalofrío reptó por mi espalda cuando los libros comenzaron a temblar en los estantes, emitiendo crujidos secos, como huesos que se resquebrajan. Las velas, alineadas a cada lado del cáliz, se encendieron de golpe con un chasquido, derramando un resplandor dorado que dibujó sombras retorcidas sobre las paredes. Un olor acre, a cera derretida y papel quemado, se mezcló con un aroma metálico que me recordó a la sangre.—¿Qué… qué es esto? —retrocedí, sintiendo que el aire se espesaba y me raspaba la garganta. Mis dedos tantearon la puerta a mis espaldas, pero el picaporte no cedió. El click que había escuchado antes resonó en mi memoria, clavándose como una confirmación de que estaba atrapada.Antuan estaba de pie detrás del escritorio, ajeno a mi desesperación. Sus manos permanecían alzadas, los dedos ligeramente curvados como si sostuvieran algo invisible; los ojos cerrados,
Último capítulo