008.

Cuando Selene abrió la puerta, encontró a Florencio de pie, apoyado contra la pared del galpón, mirando hacia el mar.

—¿Dónde estamos?

—Zona de médanos, al sur. Galpón pesquero abandonado. Lo usé más de una vez.

—¿Para esconder cuerpos?

—Para salvar vidas —respondió él, sin inmutarse.

Silencio.

Florencio dio un paso hacia ella. Selene se tensó. Él lo notó.

—Podés relajarte. No voy a tocarte.

—Ya lo hiciste.

—Solo lo justo.

—A veces, lo justo también deja marcas.

Florencio sonrió, apenas. Levemente.

—Tenés frases peligrosas para estar herida.

—Y vos, ojos suaves para ser un asesino.

Él la miró, sin perder la calma. Pero algo en su mandíbula se tensó.

—¿Sabés lo que eran esas cosas anoche?

Selene no bajó la guardia.

—¿Y vos?

Florencio suspiró.

—Lobos —dijo él—. Pero no comunes. Luisones, los llaman quienes creen en eso. Hombres-lobo. Bestias híbridas. Criaturas malditas. Para mí… solo eran lobos. Pero muy grandes.

Selene lo observó con una mezcla de sorpresa y alarma. Disimuló el temblo
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