009. Hecho Número Cinco: Desearte
El fuego era lo único que respiraba en la cabaña.
Florencio lo había encendido con una eficiencia metódica, apilando los leños secos que guardaba junto a la chimenea. Las llamas ascendieron con un rugido voraz, devorando la madera y proyectando sombras danzantes sobre las paredes, espectros alargados que se movían como criaturas vivas. El calor comenzó a combatir la humedad salobre, pero no la tensión, que seguía siendo un frío anclado en el aire.
Selene no se había movido. Permanecía sobre el colchón, envuelta en la manta, los ojos cerrados, sumida en un duermevela febril. La limpieza de la herida, por brutal que hubiera sido, parecía haberla drenado de las últimas fuerzas. Su respiración era superficial, entrecortada a veces por un temblor que le sacudía el cuerpo entero.
Florencio se sirvió un whisky. Puro, sin hielo. El líquido ámbar le quemó la garganta, pero no lo suficiente como para apagar el ruido en su cabeza. Se sentó en la única silla de madera que había en la sala, una