El sol se alzó sobre la costa con una indiferencia brutal, tiñendo el horizonte de un naranja pálido y enfermizo. Pero en el corazón de Mar D'Argenti, no había luz, solo una oscuridad densa, palpitante, el eco distorsionado de una manada rota y la ausencia de su Loba. El miedo no era una emoción desconocida para Mar, pero este, el que ahora le roía las entrañas, era diferente. Era un miedo que se mezclaba con la anticipación, con el hambre. El hambre de una hiena que ha perdido a su Alfa, pero que, en esa pérdida, empieza a sentir el despertar de un poder propio, salvaje y descontrolado.
Había vuelto a la casa de la costa, la que compartía con Selene, después de una noche de locura y de una huida que no recordaba del todo. El rastro de los lobos y los mercenarios en Los Acantilados, los cuerpos destrozados, el pánico en Punta Mogotes… todo era un borrón en su memoria, un eco lejano de una violencia que ella misma había desatado, pero que no comprendía. Su mente, fragmentada por esa conexión elemental que la había convertido en una criatura de agua y de furia, se negaba a procesar la magnitud de lo que había hecho. Solo sabía que Selene, su Loba, su Sol, no estaba. Y esa ausencia, ese vacío, era un abismo que la amenazaba con devorar. La casa estaba silenciosa. Demasiado silenciosa. El olor a salitre y a la colonia de Selene aún se aferraba a las cortinas, a las sábanas, a cada objeto, un fantasma de la normalidad que había sido. Mar caminó por el living, sus pies descalzos, sintiendo la frialdad de las baldosas bajo sus plantas. Sus ojos, rojos e hinchados por la falta de sueño y por un llanto que se negaba a derramar, escanearon cada rincón, cada sombra, como si esperara que Selene apareciera de la nada, con esa sonrisa salvaje y esos ojos que siempre la veían. Pero no estaba. Y ese silencio, esa ausencia de la Loba, era el combustible que encendía la hoguera de su obsesión. Sacó su teléfono, un modelo viejo y agrietado, de un bolsillo de su campera empapada. La pantalla se iluminó, revelando la larga lista de sus monólogos no correspondidos, un rosario de desesperación digital que había estado enviando al teléfono perdido de Selene. Cada mensaje era un eslabón en la cadena de su locura, una forma de mantenerla cerca, de creer que seguía conectada a ella, incluso a través de la distancia. Mar [Ayer 23:14]: Sely, contestame por favor. Estoy preocupada. Mar [Hoy 01:22]: ¿Estás bien? ¿Te hizo algo ese tipo? Decime dónde estás y voy a buscarte. Mar [Hoy 04:56]: Si no me contestás te juro que voy a empezar a buscarte por mi cuenta. Y no te va a gustar! Selene, dale contestá. Mar [Hoy 07:30]: ¿Por qué te fuiste con el cazador? Yo te entiendo pero me dejaste. Cada pulsación era un acto de fe, un intento desesperado de romper el muro de silencio que se había levantado entre ellas. El teléfono de Selene, lo sabía, estaba en alguna parte del campamento, quizás perdido en la arena, o requisado por los "uniformados" que habían llegado después de la masacre. Pero Mar no podía parar. No quería parar. Era su ancla, su forma de mantener a la Loba cerca, de negarse a aceptar la realidad de su ausencia. Mientras tanto, en un laboratorio improvisado en las entrañas de la policía de Mar del Plata, Giménez, el asesor de Florencio, revisaba los mensajes. Cada palabra, cada emoji, cada hora de envío, era una pieza en el rompecabezas de la masacre, una evidencia que apuntaba a Mar D'Argenti como un posible testigo clave… o como algo más oscuro. La investigación sobre Mar se intensificaba, alimentada por el voyeurismo digital de la propia Mar, que documentaba su realidad con su teléfono, sin saber que cada palabra, cada imagen, era monitoreada, interceptada, analizada. El ojo del Estado, frío y calculador, estaba sobre ella. Pero Mar, en su burbuja de obsesión y dolor, no lo sabía. Solo sentía la ausencia de Selene, la punzante necesidad de encontrarla, de entender qué había sucedido. Sus pensamientos se enredaron en un recuerdo, un túnel del tiempo que la arrastró de vuelta a un verano lejano, a la memoria de un trauma compartido, a la génesis de su obsesión. 🌑 🌊 🐾"El Parque Acuático y el Alma de la Loba de Mar".
El sol de febrero caía a plomo sobre el parque acuático, un laberinto de toboganes de colores chillones y piscinas turquesas que prometían una falsa alegría. Un recuerdo donde Mar tenía apenas diez años, y el mundo era un lugar de risas y helados. O eso creía.
Estaba con su hermana, un par de años mayor, y un grupo de amigos. La adrenalina la impulsaba a subir al tobogán más alto, "El Ciclón", una torre retorcida que prometía una caída vertiginosa y un chapuzón épico. Pero algo salió mal. Un cable suelto. Un fallo mecánico. El tobogán se detuvo en medio de la caída, atrapándolos a varios metros del suelo, suspendidos en una oscuridad húmeda y claustrofóbica. El pánico se apoderó de ellos. Los gritos resonaron en el tubo de fibra de vidrio. El agua empezó a subir, fría, asfixiante. Mar, pequeña y asustada, sintió que el mundo se encogía a su alrededor, que la oscuridad la devoraba. El miedo era una bestia con dientes afilados que le mordía el alma. Fue entonces cuando la vio. Una niña. Apenas un poco mayor que ella, quizás doce años. Estaba en el grupo de los atrapados, pero su calma era sobrenatural. Sus ojos, de un azul tan intenso que parecían absorber la oscuridad, brillaban con una luz extraña. Y en sus manos, aferrada a una pequeña mochila, había una muñeca de trapo, hecha a mano, con ojos de botón y pelo de lana. Una loba. Mientras los demás gritaban y pataleaban, la niña de los ojos azules comenzó a hablar. No con palabras, sino con un susurro, una melodía baja que parecía vibrar en el agua misma. Cantaba. Una canción extraña, de un idioma que Mar no conocía, pero que resonaba en su pecho como un latido antiguo. La canción parecía calmar el agua, hacerla retroceder, crear un pequeño espacio de aire donde todos podían respirar. Fue entonces cuando los socorristas llegaron, abriendo el tobogán con herramientas ruidosas. La luz los cegó por un instante, y el pánico volvió a estallar. Pero Mar solo tenía ojos para la niña. Para la Loba. La vio cómo sacaba la muñeca de trapo, la loba, y le susurraba algo al oído, como si le contara un secreto. Luego, con una decisión que la asombró, la lanzó al agua. La muñeca se hundió, llevándose consigo una parte de la oscuridad, una parte del miedo. Y Mar, en ese instante, sintió una conexión. Una atracción inexplicable hacia esa niña que parecía hablar con el agua, que tenía un aura salvaje y una calma que desafiaba la muerte. Su nombre, creyó después, era Selene. Esa noche, cuando la rescataron, y su cuerpo aún temblaba, Mar no pudo dormir. La imagen de la Loba, se le había grabado en el alma. Una obsesión nacía, silenciosa y profunda. La búsqueda de esa conexión, de ese poder, de esa "loba" que había calmado las aguas y desafiado la muerte. Con el tiempo, esa obsesión se transformó. Se volvió un fetiche por las criaturas antropomórficas, por esa Loba y ese poder que la había salvado del ahogo. Fue en esos años, en la soledad de su habitación, entre dibujos de lobos y sirenas, que Mar empezó a canalizar su frustración, su rabia contra un mundo que no entendía la magia, que negaba lo que ella había visto. Creó un perfil anónimo en redes sociales, "HienaGris64", donde desahogaba su ira, criticando a los políticos, a los poderosos, a los que intentaban controlar el mundo y la naturaleza. Y Florencio Lombardi, con su arrogancia, su pragmatismo y su constante necesidad de "controlar", se había convertido en uno de sus objetivos favoritos, un blanco fácil para sus dardos digitales. 🐾 🌊 🌑 El sonido de un auto en el camino de ripio la sacó de sus recuerdos. Era el jeep de la policía. O quizás el de los mercenarios. No importaba. No podía quedarse ahí, inactiva, mientras Selene estaba en peligro. Salió de la casa, su cuerpo moviéndose con una urgencia renovada. El olor a pólvora, a ceniza, a algo quemado, aún flotaba en el aire, un mapa olfativo de la masacre. Siguió el rastro de las huellas de los neumáticos, las mismas que había visto en el muelle, las mismas que se adentraban en la oscuridad del bosque. Eran las de la camioneta de Florencio. El "cazador". El que se había llevado a su Loba. Mar D'Argenti, con su obsesión y un deseo de "rescatarla" que se mezclaba con una necesidad más oscura de poseerla, decidió seguir el rastro de Selene. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de miedo, excitación y una furia apenas contenida. Sabía que se adentraba en un territorio peligroso, en un juego de sombras y mentiras, pero no le importaba. La Loba la llamaba. Y la hiena, hambrienta de poder y de su manada, estaba dispuesta a responder. En las profundidades de la Sierra de la Peregrina, a kilómetros de distancia, Elio Aurelius, el Alfa de una manada de lobos hambrientos y resentidos, se detuvo en medio del bosque. Levantó la cabeza, sus ojos amarillentos escrutando la oscuridad. Había sentido algo. Una vibración. Una energía extraña. No era la de Selene, no el olor familiar de la loba de plata, sino algo más… disruptivo. Algo caótico. Algo nuevo. La energía de Mar, alterada por el Lugialito, por esa conexión elemental que la había convertido en una criatura de agua y de furia, había resonado en las corrientes subterráneas del mundo sobrenatural, y Elio, en su arrogancia, la había sentido por primera vez. Una nueva pieza acababa de entrar en su tablero de caza. Y el rey lobo sonrió.