006. Contrapiel

El ruido de la puerta al abrirse fue seco, cortante. Selene no se dio vuelta. Ya había sentido su olor antes de que cruzara el umbral. Madera, cuero, pólvora vieja y hombre. Ese aroma denso que quedaba en la garganta como una amenaza.

Camisa blanca arremangada, manchada de hollín y sangre vieja. Borcegos embarrados. Anillo dorado en el dedo. El pelo desordenado como una melena de león. Y ese perfume maldito a cuero, pólvora y poder sucio.

Florencio.

Entró como si la cabaña fuera suya y ella no fuera más que un mueble torcido dentro de ella. Con la naturalidad de quien ya te conoce desnuda. Aunque no te haya tocado.

Cargaba un bolso y traía una bolsa de tela. El cabello revuelto. La camisa arremangada hasta los codos. Manchada de hollín. Pantalón negro. Cinturón de cuero. El anillo dorado brillando bajo la luz grisácea como un testigo mudo.

—Doce horas durmiendo —gruñó, sin molestarse en disimular el tono de reproche.

No había preocupación en su voz. Era un reproche envuelto en tono cansado.

Selene no respondió. No se cubrió. No se movió. Siguió mirándose en el espejo. Como buscando algo que no aparecía.

—Tenés suerte —agregó él—. La bala no fue al corazón.

Ella giró lentamente. Los pezones erectos por el frío. El cuerpo firme, aunque dolorido. La espalda recta como una promesa rota. La manta se deslizó sobre su cuerpo como una segunda piel. No por pudor, sino por estrategia.

La piel pálida, marcada de barro y sangre seca. Los ojos firmes.

—No me parece un consuelo —susurró.

Selene miró por la ventana. La línea borrosa donde el mar empezaba y el cielo terminaba.

—Menos presidencial sería dejarte morir.

Cerró la puerta tras de sí. Dejó su bolso sobre una mesa desvencijada. Se acercó. No la tocó. Pero su presencia llenó la habitación como una sentencia. El ambiente se volvió más espeso. La tensión se acomodó entre las paredes. Se deslizó por la madera vieja como un animal al acecho.

Luna Maris —la nombró, pero sonó como una acusación—. ¿Cómo te llamás en serio?

Selene dudó. La mentira de la noche anterior se le había pegado a la lengua. Pero ahora… ya no servía. Ya no alcanzaba.

—Es cierto. No es ese mi nombre.

Florencio asintió. Sin sorpresa. Como si ya lo hubiera sabido.

El silencio se estiró como un hilo tenso. Ni uno retrocedió. Se leían. Se probaban.

Florencio se acercó. Muy despacio.

—Pero igual… tenés olor a luna.

Selene parpadeó.

—¿Qué sabés de la luna?

—Lo suficiente para saber que algunas mujeres se transforman cuando la miran fijo.

Él levantó una mano. No la tocó. Solo la acercó al rostro de ella.

Sus rostros estaban a un centímetro. La respiración mezclada. El aire vibraba entre ambos. El deseo era perceptible. Pero no explícito. Tenso. Como una amenaza sin detonar.

🌑 🌊 🐾

Ella lo desafió con la mirada. Él se quedó quieto, los ojos clavados en los de ella. No había pudor. Solo tensión.

Lo erótico como otra forma del poder.

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