El ruido de la puerta al abrirse fue seco, cortante. Selene no se dio vuelta. Ya había sentido su olor antes de que cruzara el umbral. Madera, cuero, pólvora vieja y hombre. Ese aroma denso que quedaba en la garganta como una amenaza.
Camisa blanca arremangada, manchada de hollín y sangre vieja. Borcegos embarrados. Anillo dorado en el dedo. El pelo desordenado como una melena de león. Y ese perfume maldito a cuero, pólvora y poder sucio. Florencio. Entró como si la cabaña fuera suya y ella no fuera más que un mueble torcido dentro de ella. Con la naturalidad de quien ya te conoce desnuda. Aunque no te haya tocado. Cargaba un bolso y traía una bolsa de tela. El cabello revuelto. La camisa arremangada hasta los codos. Manchada de hollín. Pantalón negro. Cinturón de cuero. El anillo dorado brillando bajo la luz grisácea como un testigo mudo. —Doce horas durmiendo —gruñó, sin molestarse en disimular el tono de reproche. No había preocupación en su voz. Era un reproche envuelto en tono cansado. Selene no respondió. No se cubrió. No se movió. Siguió mirándose en el espejo. Como buscando algo que no aparecía. —Tenés suerte —agregó él—. La bala no fue al corazón. Ella giró lentamente. Los pezones erectos por el frío. El cuerpo firme, aunque dolorido. La espalda recta como una promesa rota. La manta se deslizó sobre su cuerpo como una segunda piel. No por pudor, sino por estrategia. La piel pálida, marcada de barro y sangre seca. Los ojos firmes. —No me parece un consuelo —susurró. Selene miró por la ventana. La línea borrosa donde el mar empezaba y el cielo terminaba. —Menos presidencial sería dejarte morir. Cerró la puerta tras de sí. Dejó su bolso sobre una mesa desvencijada. Se acercó. No la tocó. Pero su presencia llenó la habitación como una sentencia. El ambiente se volvió más espeso. La tensión se acomodó entre las paredes. Se deslizó por la madera vieja como un animal al acecho. —Luna Maris —la nombró, pero sonó como una acusación—. ¿Cómo te llamás en serio? Selene dudó. La mentira de la noche anterior se le había pegado a la lengua. Pero ahora… ya no servía. Ya no alcanzaba. —Es cierto. No es ese mi nombre. Florencio asintió. Sin sorpresa. Como si ya lo hubiera sabido. El silencio se estiró como un hilo tenso. Ni uno retrocedió. Se leían. Se probaban. Florencio se acercó. Muy despacio. —Pero igual… tenés olor a luna. Selene parpadeó. —¿Qué sabés de la luna? —Lo suficiente para saber que algunas mujeres se transforman cuando la miran fijo. Él levantó una mano. No la tocó. Solo la acercó al rostro de ella. Sus rostros estaban a un centímetro. La respiración mezclada. El aire vibraba entre ambos. El deseo era perceptible. Pero no explícito. Tenso. Como una amenaza sin detonar. 🌑 🌊 🐾 Ella lo desafió con la mirada. Él se quedó quieto, los ojos clavados en los de ella. No había pudor. Solo tensión.Lo erótico como otra forma del poder.Florencio dio un paso.—Tenés fiebre —sacó un frasco de vidrio oscuro de un bolso y se acercó a ella—. Esto va a ayudarte. Antiséptico natural. También analgésico. La herida…Selene lo alejó de un empujón.—Sé cómo curarme sola.—Entonces hacelo. Pero primero vestite.Le tendió la bolsa de tela. Selene se la arrancó de las manos con una brusquedad innecesaria. La abrió. Un pantalón viejo de algodón. Una remera gris masculina. Nada más.—No es mucho. Algo mío. Lo más limpio que encontré.Ropa de hombre. Ropa que olía a él.—¿Dónde está mi ropa?El olor de las prendas era inconfundible. Cuero, madera, pólvora, sal… y algo más.Él.—Quemada. Tenía sangre, barro. Olor a bosque, lobos.Selene soltó un bufido.—Gracias —dijo, sin tono.No lo miró.Florencio sonrió, apenas. No por amabilidad. Sino porque reconocía a su propia especie. No a una mujer, sino a alguien como él. Alguien con colmillos guardados.—No sé qué carajo hiciste anoche —murmuró él—. Pero no sos como las otras.Selene se g
Cuando Selene abrió la puerta, encontró a Florencio de pie, apoyado contra la pared del galpón, mirando hacia el mar.—¿Dónde estamos?—Zona de médanos, al sur. Galpón pesquero abandonado. Lo usé más de una vez.—¿Para esconder cuerpos?—Para salvar vidas —respondió él, sin inmutarse.Silencio.Florencio dio un paso hacia ella. Selene se tensó. Él lo notó.—Podés relajarte. No voy a tocarte.—Ya lo hiciste.—Solo lo justo.—A veces, lo justo también deja marcas.Florencio sonrió, apenas. Levemente.—Tenés frases peligrosas para estar herida.—Y vos, ojos suaves para ser un asesino.Él la miró, sin perder la calma. Pero algo en su mandíbula se tensó.—¿Sabés lo que eran esas cosas anoche?Selene no bajó la guardia.—¿Y vos?Florencio suspiró.—Lobos —dijo él—. Pero no comunes. Luisones, los llaman quienes creen en eso. Hombres-lobo. Bestias híbridas. Criaturas malditas. Para mí… solo eran lobos. Pero muy grandes.Selene lo observó con una mezcla de sorpresa y alarma. Disimuló el temblo
La linterna temblaba en la mano de Mar D’Argenti, agotada, con las pilas agotándose y el viento de la costa mojándole el rostro. Cada paso sobre la arena húmeda era un eco de lo que ya no estaba. La niebla de la madrugada apenas le permitía ver a unos metros, y el aire olía a madera quemada, a sal… y a algo más. Un olor terroso, metálico, que se le adhería a la garganta. La playa, donde horas antes había risas, cervezas y música baja de parlante, ahora era un cementerio invisible. La fogata se había extinguido hacía rato. Las carpas estaban desgarradas, los objetos desperdigados como si un animal furioso hubiera pasado devorando historias. Mar no llamó. No gritó. El cuerpo sabía antes que la cabeza. Sabía que la noche se había llevado todo. Agachada, entre ramas partidas, descubrió rastros. Marcas profundas en la tierra húmeda. Zarpazos en la corteza de un árbol. Y entre las piedras, la prenda. Una bombacha negra. Rasgada. Húmeda. Olor a Selene. La alzó. Se la llevó al rostro. La
La linterna se había quedado sin pilas. Mar D’Argenti avanzaba en la oscuridad como un animal herido, guiada solo por el olor. A sangre. A pólvora. A bosque húmedo. La arena mojada se le metía entre los dedos. El viento le pegaba mechones de pelo suelto a la cara. Tenía las manos arañadas de tanto apartar ramas y espinas. La boca seca. Y en el corazón golpeando como una cosa rabiosa. El mismo desde que había visto aquel charco de sangre junto a la fogata arrasada. No había gritado. No había buscado ayuda. La búsqueda de Selene era suya. De nadie más. Había caminado durante horas buscando rastros, entre carpas arrasadas, gritos a medio tragar, y cuerpos que ya no estaban. Se agachó y tocó la tierra, como una reverencia casi absurda. Vio un rastro. Sintió un olor. Siguió caminando. Encontró más huellas. Dos tipos de marcas: unas descalzas, pequeñas, de mujer. Otras de borcegos. Un rastro que contaba una historia muda. Selene no estaba sola. Y no había muerto. Mar tragó
Esa noche, Mar se agazapó tras unos arbustos. Se coló entre los médanos.Y entonces, entre las sombras, la vio.Una cabaña baja. De madera gris, al borde del terreno olvidado por el Estado. Una casa rota por el tiempo y por las cosas que había visto.Vio la camioneta.Y en la galería… colgada como una bandera íntima, una camisa blanca de hombre.🌑 🌊 🐾El galpón apenas iluminado desde dentro. Las rendijas dejaban escapar franjas de luz amarilla. El sonido de una taza golpeando madera. Voces bajas.Vio la camisa de Selene colgada en el porche.Y supo que estaba ahí.Su amiga estaba viva.Pero no sola.Mar no se acercó. No tocó. No llamó.Se quedó mirando desde la oscuridad. El cuerpo tenso. La mano acariciando la bombacha guardada en el bolsillo.El instinto se le agarró al pecho como un animal rabioso. No hizo falta que se acercara. Desde la sombra, invisible, vio a Selene cruzar la cocina. Cabello oscuro suelto, camisa de hombre, piernas desnudas. Ese cuerpo que había mirado de re
La noche en la cabaña se espesaba como alquitrán. No era un silencio quieto. Era un silencio expectante, cargado, casi animal. Selene no lograba dormir.Estaba tendida en una cama que no le pertenecía, con sábanas ásperas que olían a hombre y madera vieja. Afuera, el crujido ocasional de las ramas se mezclaba con el siseo lejano del mar. La chimenea crepitaba en la sala contigua. Sabía que Florencio estaba despierto también. Lo sentía. Como un calor al otro lado del muro. Como si su aliento fuera suficiente para encenderla incluso sin tocarla.Se revolvió entre las sábanas. La camisa blanca que él le había prestado se le pegaba al cuerpo. No llevaba ropa interior. La tela le rozaba los pezones endurecidos. Cada roce era un estímulo involuntario, inevitable. Su cuerpo estaba en alerta, pero no por miedo.Era algo más primitivo.Deseo contenido. Furia convertida en tensión. Un llamado que nacía desde adentro y que ni siquiera la luna podía explicar.Se levantó, descalza, y caminó hasta
A la mañana siguiente, el mar estaba calmo, pero el cielo seguía plomizo. Florencio despertó con el cuerpo tenso y la mente agitada.Soñó con Selene. Soñó que se transformaba. Que lo montaba como una loba. Que le arrancaba el pecho con las uñas.Y aún así, él acababa dentro de ella. Gritando su nombre. Gozando el peligro.🌑 🌊 🐾Selene estaba ya vestida cuando él salió al comedor.Leía un libro. No parecía haber dormido.—Voy a salir —dijo ella.—¿A dónde?—A buscar lo que perdí.—¿Qué?—Parte de mí.—¿Querés que te acompañe?—No.Florencio se acercó.—¿Y si no volvés?—Entonces vas a tener que cazarme.Ella salió. Cerró la puerta con un empujón suave.Florencio quedó inmóvil, con el deseo colgándole del cuerpo como una pregunta sin responder.🌑 🌊 🐾Mar la siguió.A distancia.Como una sombra. Como una perra fiel. Como una mujer enamorada hasta lo enfermo.La observó caminar por la playa, meterse entre las piedras, agacharse y tocar la tierra. La vio llorar en silencio. La vio sa
Mar estaba afuera.Oculta detrás de los arbustos que crecían junto a la cabaña, apenas protegida por la sombra de una parra descuidada. Había estado allí desde que vio entrar a Selene con una toalla. Supo lo que iba a pasar. Lo necesitaba.La ventana del baño tenía una cortina. Pero estaba corrida. No del todo. Justo lo suficiente.Mar se quedó quieta, casi sin respirar.Y cuando la vio, su cuerpo reaccionó como si algo le hubiera lamido el alma.Selene estaba de espaldas, el cabello empapado pegado a la nuca, el agua resbalándole por los muslos. Se acariciaba. No para lavarse. Para recordar que tenía cuerpo. Un cuerpo que era suyo. Un cuerpo que dolía. Un cuerpo que deseaba.Mar se llevó la mano al pantalón, pero esta vez no se bajó la ropa. Se limitó a presionar. A sentir. A mirar.Las piernas de Selene. Su espalda. El temblor mínimo de la cadera cuando se pasaba los dedos por el vientre.Y luego la vio apoyarse contra la pared. Los dedos bajaron. Ella los guió entre las piernas. El