La sangre mojaba la tierra. El viento traía consigo un aullido de garganta rota, deshaciéndose entre los árboles. La luna roja colgaba baja, sucia, como un testigo impúdico.
Selene Maris no era del todo humana cuando abrió los ojos. La penumbra era densa, cortada por un haz de linterna que le quemó la retina. Entornó los párpados. El cuerpo dolía. La carne, entre medias formas, se contraía, buscando memoria. Y una voz, grave y seca, como una orden, la arrastró de nuevo hacia la superficie. —Respirá. Tardó en enfocar. Ahí estaba. Un hombre. Fusil en mano. Pelo rubio revuelto como melena de león, saco oscuro manchado de tierra, camisa blanca salpicada de sangre. Un anillo grueso de oro brillaba sucio en la penumbra. Y esos ojos verdes… fríos, atentos, como los de un animal viejo.Florencio Lombardi. El candidato más joven a Presidente de la Nación. El maldito político al que todo el país amaba odiar. Y el que había disparado esa bala.🌑 🌊 🐾
Selene jadeó. Apenas podía moverse.
Intentó alzarse, pero la punzada en el costado la clavó al suelo. Florencio la miró. No como a una mujer. Ni como a una víctima. La miró como quien se encuentra algo que no esperaba. Como quien creía haber cazado una bestia y descubre, demasiado tarde, que sangra distinto. —Mierda… —masculló, sin levantar mucho la voz. Selene no respondió. El viento frío le mordía la espalda, la herida le ardía, pero no era miedo lo que sentía. Había algo en ese tipo. Algo reconocible. Algo que había visto antes, en otros ojos. De los buenos no. Florencio se agachó. La linterna oscilaba colgada de un árbol. Todo alrededor olía a pólvora y carne quemada. Ella sintió el impulso de atacarlo. De morder. De reclamar su parte de furia. Supo que debía matarlo. Que si él sabía, si había visto… pero por el modo en que la miraba, entendió que no. No entendía. No podía. Florencio estiró una mano. Selene dudó. Pero la tomó. El tacto fue un golpe seco. Como si los dos reconocieran, sin saberlo, el mismo filo en la mirada del otro. Florencio apretó su mano y la ayudó a levantarse. La oscuridad rugió a lo lejos. Aullidos. Sombras deformes. Florencio frunció el ceño. Para él eran lobos. Hambrientos. Demasiados.Rodeándolos.🌑 🌊 🐾
Selene sintió un tirón en la boca del estómago. No por temor. Por memoria.
Los jóvenes. Los idiotas hambrientos que Elio soltaba para que se hicieran hombres con sangre. Florencio levantó el fusil. —Agachate —ordenó. Disparó. El disparo voló a una bestia hacia atrás en un estallido de hueso y carne. El segundo cayó entre aullidos desgarrados. El tercero retrocedió. Florencio sonrió de costado. —No eran tan bravos. Selene no pudo dejar de mirarlo. No por atracción. Por asombro. Porque ese hombre, que no temblaba frente a la muerte ni frente a la sangre, tenía en los ojos el mismo color sucio que había visto en los cazadores que una vez borraron su apellido de la tierra. Pero no tuvo tiempo de más. Otro disparo. Otro cuerpo. Florencio caminó despacio entre los cadáveres. Para él eran lobos grandes, bestias deformes por quién sabe qué razón. No sabía de clanes. No sabía de luisones. Solo sabía matar. Selene cerró los ojos. La herida ardía. Pero había otra cosa. Algo latiendo bajo la piel. Un incendio contenido hacia ese fusil. Hacia su forma de matar como quien apaga cigarrillos. Florencio se acercó. La miró de arriba abajo. El cabello pegado al rostro, la piel cubierta de barro, los muslos tensos. La entrepierna vulnerable, humana… pero no del todo. Y ella, a la vez, desafiante. Había algo en ella que no calzaba. —Te sacaron la ropa —aventuró. Selene sostuvo la mirada. —No —dijo, ronca—. Me la saqué yo. Florencio la miró como si acabara de hablarle en un idioma extinto. Una mueca apenas perceptible cruzó su cara, mezcla de extrañeza y algo parecido al respeto. —¿Por qué harías eso? Ella apretó los dientes. No iba a explicar que bajo la luna roja debía desnudar la piel antes de romperse. Que el cuerpo no soportaba el límite humano. —No te importa. Florencio sonrió, apenas. Una mueca seca, sin humor. Como si en el fondo respetara la insolencia. —Tenés frases peligrosas para estar así. Selene se sostuvo de pie. El cuerpo temblaba, la herida ardía. Florencio no la ayudó. Pero tampoco apartó la mirada. Y por un segundo, ninguno dijo nada. El aire seguía denso, cargado de pólvora y hierro. Un regusto metálico se le pegó en la garganta, como si hubiera mordido la muerte. Selene sabía que no debía confiar. Y sin embargo, algo en ese hombre… algo viejo, algo roto. Era peor que cualquier enemigo. Porque a los enemigos se los mata. A lo que se parece a uno… no siempre.🌑 🌊 🐾
La noche se cerró un poco más.
Florencio tensó el fusil al hombro. —Te vas conmigo. Selene entrecerró los ojos. —¿Y si no quiero? Florencio se agachó, la miró a los ojos. —No te estoy preguntando. Selene vaciló. El cuerpo dolía. El alma también. Pero algo le decía que estar sola era peor. Se tambaleó. Florencio la sostuvo antes de que cayera. —Vamos —gruñó, deslizando un brazo bajo su espalda y otro bajo sus rodillas. La levantó como si no pesara nada. Selene no protestó. La luna se deslizó sobre las olas. Florencio avanzó hacia una camioneta oscura. A su alrededor, los cadáveres de los lobos se enfriaban. El olor a sangre se mezclaba con el salitre. Selene apoyó la cabeza contra su pecho. La última imagen antes de cerrar los ojos fue la de esa luna inmunda colgando sobre sus cuerpos. Y supo, como se sabe lo que no se dice, que esa noche no había terminado. Todavía no.