266. El Cazador de Fantasmas
La aparición de Julio Mesinas en el estudio de Blandini no fue la de un guardaespaldas. Fue la de un erudito entrando en una biblioteca. Se movía con una calma académica que contrastaba brutalmente con la tensión depredadora de la habitación. No miró a Elio con miedo. Lo miró con una curiosidad fría, casi analítica, la de un biólogo frente a una especie rara y peligrosa.
—Blandini, veo que has encontrado a los especímenes más interesantes —dijo Julio, su voz tranquila, pero con un filo de acero debajo—. Pero me parece que estás jugando a un juego cuyas reglas no terminás de comprender.
—Julio, mi joven y brillante asesor en "asuntos anómalos" —respondió Blandini con una sonrisa untuosa—. Siempre tan oportuno. Te presento a Elio Aurelius, rey de los caídos en desgracia. Y a Mar D'Argenti, la reina del agua con sal.
Elio gruñó ante el insulto, pero la presencia de Julio lo mantenía a raya. Había algo en ese humano, en su falta de miedo, que lo desconcertaba.
—¿Asesor? —preguntó Mar.