007. Piel, marcas y cosas que no se nombran
La cabaña estaba inmersa en un silencio espeso, un silencio que no pertenecía al amanecer. Afuera, el alba teñía los pastizales de un gris violáceo, desdibujando los contornos del monte que aún dormía bajo la bruma. Selene respiraba con dificultad; el aire húmedo se le pegaba al pecho como una lámina fría. Cada bocanada dolía, pero doler también era vivir. Y a esas alturas, seguir respirando ya era una victoria. La luz de la mañana se colaba por las hendijas de las paredes de madera como un resabio tibio y pálido. Tenía ese color desvaído de los días después de la sangre, de las noches que nadie confiesa. Selene se movió sin apuro, los músculos tensos, cada paso punzando una herida que ya no sabía si era de carne o de otra cosa. Pero estaba viva. Más viva que nunca. La camisa que llevaba puesta, masculina y ajena, estaba manchada, seca, pegada a la piel. Cruzó la estancia y encontró una palangana de piedra en un rincón. El agua quieta, con una película de polvo, olía a viejo. Sumergi
Leer más