004. Mi Bala, tu Herida
La sangre empapaba la tierra alrededor de los cuerpos con una obscenidad silenciosa. No era el rojo brillante de un corte limpio; era espesa, casi negra bajo esa luna podrida que seguía colgada sobre la costa marplatense. El viento, ahora más calmo, arrastraba un olor denso, una mezcla profana de salmuera, carne rota y el perfume dulzón de la masacre. Y, sobre todo, el hedor metálico de la pólvora, un aroma que a Florencio Lombardi siempre le había olido a trabajo bien hecho. A orden restaurado. Estaba de pie, imponente, entre los cadáveres de las bestias. La culata de su fusil de asalto aún tibia contra su cadera. Había abatido a tres. No, cuatro. El último había intentado huir hacia la oscuridad del bosque, pero una ráfaga certera le había partido la espina dorsal con un chasquido que, incluso a la distancia, sonó satisfactorio. Miraba a los lobos sin asco, sin una pizca de emoción en ese rostro tallado a cincel. Eran enormes, de un tamaño que desafiaba la biología convencional, co
Leer más