003. Lo que arde

La camioneta avanzaba como un animal cansado por el camino de tierra, tragándose la niebla densa de la noche cerrada. El motor grave, como un ronquido sordo en medio de la nada.

Florencio manejaba en silencio. Los nudillos tensos sobre el volante. El olor a sal y a pólvora impregnándolo todo.

Selene intentó moverse, pero un tirón en el costado le arrancó un jadeo contenido.

—No hagas fuerza —dijo él, sin apartar la vista del frente.

Un zorro cruzó la ruta y desapareció entre los arbustos.

La camioneta se detuvo en mitad de la nada. No había luces. Ni carteles. Solo la luna colgada, sucia, como un farol enfermo.

Florencio bajó primero. Caminó hasta una verja oxidada y la forzó con un empujón de cadera. El chirrido sonó como un quejido de abandono.

Detrás, la cabaña.

De madera vieja, techo bajo, olor a sal. Un refugio de cazadores. De contrabandistas. De tipos que prefieren esconder cosas.

Selene no preguntó nada. La herida le quemaba. El cuerpo le temblaba como si fuera a romperse… o a transformarse.

Florencio abrió la puerta del acompañante. La levantó sin esfuerzo. La manta resbaló. La piel desnuda se pegó a la camisa de él. El calor de su pecho contra el suyo. El roce del mentón sobre su frente.

La llevó adentro.

🌑 🌊 🐾

El interior olía a humedad, leña y sangre seca. La apoyó sobre un colchón áspero. El contacto le arrancó un escalofrío.

—¿Tenés fiebre? —preguntó, sin cambiar el tono.

Selene respiró hondo, tragándose el ardor.

—Tengo una bala… en el cuerpo —murmuró, casi irónica.

Florencio frunció el ceño.

—¿Qué dijiste?

Ella lo miró, desafiante.

—Que me duele.

Florencio no la creyó, pero no insistió. Fue hasta un mueble podrido, rebuscó en un botiquín. Volvió con una botella de alcohol y una gasa vieja.

Se arrodilló junto al colchón.

—Voy a limpiar esto.

—No te lo pedí.

Él ignoró la réplica.

Levantó la manta hasta descubrir el costado herido. La piel brillaba bajo la linterna. Los pechos tensos, el cuerpo tembloroso. La herida, sucia y tensa, no sangraba como debería. Ardía.

🌑 🌊 🐾

El alcohol quemó como un disparo nuevo.

Selene se mordió el labio. El contacto la hizo arquearse. No era solo dolor. Había otra cosa ahí. Algo que prefería no nombrar.

Un gemido se le escapó entre los dientes.

Florencio lo notó.

La forma en que contenía el aliento, cómo apretaba los muslos, el temblor bajo la piel, los pezones endurecidos por más que fiebre.

—Estás rara —dijo, casi en un susurro.

—Y vos… demasiado cerca.

Él no se movió. La miró con algo más que curiosidad.

—Podría dejarte sola. Pero no lo hice.

—¿Por qué?

—Porque te encontré desnuda, sangrando, y sin miedo. Y no me gustan las cosas que no entiendo.

Selene cerró los ojos. Por dolor. Por orgullo. Por todo.

—No esperes que te lo explique.

Florencio bajó la mirada a la cicatriz en espiral de su clavícula.

La tocó.

No de caricia. De curiosidad.

Selene se tensó.

—Vi cosas raras esta noche —murmuró él—. Y vos estabas ahí. Sin correr.

—Eran lobos —dijo ella.

Florencio apretó la mandíbula.

—No eran perros comunes.

Silencio.

—Entonces no sabés lo que viste.

Florencio dejó la botella sobre la mesa. Se puso de pie. El fusil colgado al hombro. La camisa manchada de sangre.

Selene se sostuvo de costado. El cuerpo vibraba. La fiebre le subía como una marea sucia.

Florencio la miró.

—Dormí. Mañana hablamos.

Selene no respondió.

El aire olía a pólvora, a humedad y a cosas sin nombre.

Antes de cerrar los ojos, murmuró:

—No te acerques mientras duerma.

Florencio no contestó.

Solo apagó la linterna.

Y se quedó en la habitación.

Sentado.

Vigilando.

Porque había visto mujeres desnudas, heridas, y con miedo.

Pero ninguna como ella.

Ninguna con esos ojos plateados que parecían mirar a través de la piel.

🌑 🌊 🐾

La madrugada se deslizó lenta. El viento soplaba como un rumor de cosas viejas.

Selene no durmió del todo.

Tampoco Florencio.

Ambos, rotos a su manera.

Ambos, demasiado parecidos como para no lastimarse.

Pero en la oscuridad, entre cicatrices y hambre vieja, la loba dormida empezó a soñar con fuego.

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