003. Caza de Sombras

El silencio después de la masacre era espeso.

Florencio frunció el ceño. La mujer frente a él no era una víctima común. Ni una piba asustada. Tampoco parecía drogada.

Había una lógica extraña en sus palabras. Una lógica que él no entendía… pero que lo excitaba sin querer.

No gritaba. No lloraba. No temblaba. Eso le resultaba más extraño que cualquier otra cosa.

Luna Maris, como había dicho llamarse.

El cabello pegado de sudor, la herida bajo la costilla que sangraba raro, lento, como si su cuerpo se negara a descomponerse.

Florencio respiró hondo.

Acomodó otra bala en la recámara.

Desde el bosque, los aullidos se multiplicaban.

—Quedan más —murmuró para sí, y se agachó junto a uno de los cuerpos.

El animal —porque para él eso era, un animal enorme y deforme— aún jadeaba. Las patas parecían humanas, pero Florencio no se detuvo a buscar explicación. No creía en esas cosas. Solo en lo que sangra y se puede matar.

—No vas a hacerme perder el sueño —dijo.

Y disparó.

El cráneo estalló en carne y vapor caliente.

Selene volvió a caer tras oír el disparo. Cerró los ojos. Tal vez por debilidad, tal vez porque su cuerpo no soportaba la mezcla de dolor y furia. Tal vez por el sabor sucio de ese disparo en su memoria.

Florencio recogió los casquillos. No iba a dejar rastros. Había aprendido a limpiar escenas antes de tener un cargo público. Los pecados se entierran mejor en tierra limpia.

Los aullidos se acercaban.

Florencio miró de reojo a Selene.

Se agachó otra vez.

Le tocó el cuello. Estaba tibia. El pecho subía y bajaba rápido. Los músculos vibraban como si algo adentro suyo se resistiera a volver a ser normal.

Le llamó la atención.

No por miedo.

Por rareza.

Había visto a gente hecha pedazos, a muertos con las tripas al aire, a hombres que se cagaban encima de terror. Pero esta mujer…

Esta mujer ni pestañeaba.

Eso sí era inquietante.

Y sin saber por qué, murmuró:

—Tenés ojos de loba.

Selene lo miró.

—Y vos… de león.

Florencio soltó una carcajada seca, arrogante.

Le gustaba la insolencia.

Le gustaba que no temblara.

—Siempre me dijeron que no confiara en mujeres que huelen a bosque.

Selene respiró hondo. El frío le mordía la piel, pero el cuerpo estaba acostumbrado a otras cosas.

—Y a mí, que los tipos que disparan con elegancia son los peores.

Por primera vez, un leve tirón de reconocimiento entre dos bichos rotos.

No deseo.

No atracción.

Instinto.

Florencio se mantuvo cerca, sin tocarla.

Pero estaba ahí.

El olor a cuero, a pólvora, a rabia y a soberanía.

Ella lo sintió.

Y en su cabeza no dejaba de repetirse el cuerpo de Abril tirado en el bosque. Las risas apagadas de Romi. El miedo inmóvil de Mar.

No era momento para dejarse leer.

Florencio bajó la mirada a la cicatriz en espiral de la clavícula.

La tocó, como tanteando un borde antiguo.

Selene se tensó.

El contacto fue leve. No de caricia. De curiosidad.

—Vi cosas raras esta noche —murmuró él—. Y vos estabas ahí. Desnuda. Sin correr.

—No sé de qué hablás.

—Eran lobos enormes. No eran perros. Ni zorros. Ni… nada de lo que me haya cruzado.

Selene sostuvo la mirada.

—Entonces no sabés lo que viste.

Florencio apretó la mandíbula.

Algo no cuadraba. Pero no iba a ponerse a buscar fantasmas.

Solo sabía que la mujer de ojos plateados que se negaba a temblar era lo más parecido a una respuesta que había visto en años.

—Solo sé que te perseguían. Y vos… parecías tenerles más lástima que miedo.

Selene cerró los ojos un instante.

No había respuesta posible.

No sin abrir heridas.

Cuando volvió a mirarlo, habló ronca:

—¿Y vos qué creés?

Florencio bajó la mano.

La dejó ahí, a medio camino.

—Que sos distinta.

Selene tragó saliva.

Pero no dijo nada.

🌑 🌊 🐾

Florencio se enderezó.

El fusil colgado al hombro.

Las cicatrices marcadas en el pecho.

Selene lo miró desde abajo.

El suelo frío. La fiebre en su cuerpo. Y el olor a sangre vieja en el aire.

—Levantate. Nos vamos.

—¿Qué?

—Acá no estás segura.

—¿Y con vos sí?

Florencio se agachó, la miró a los ojos.

—Si quisiera matarte, ya lo habría hecho.

Selene vaciló.

El cuerpo dolía.

El alma también.

Pero algo le decía que estar sola era peor.

Se levantó. Y se desplomó.

Florencio la sostuvo antes de que tocara el suelo. 

—Vamos —murmuró, deslizando un brazo bajo su espalda y otro bajo sus rodillas.

La levantó como si no pesara nada.

—¿A dónde me llevás? —gruñó ella.

—Donde no te maten antes de que me expliques todo.

—Y si no quiero…

—No es una elección.

—Entonces tampoco fue un rescate.

Selene cerró los ojos.

La última imagen antes de que todo se apagara fue la de esos ojos verdes clavados en ella. Sin miedo. Sin odio.

Y sintió, en la herida abierta al costado, algo más que dolor.

El cuerpo se acomodó contra el pecho de ese desconocido.

Y supo que el enemigo ya no eran las bestias.

Era todo lo demás.

🌑 🌊 🐾

Florencio la subió a una camioneta oscura.

La acomodó en la parte trasera, tapándola con una manta militar. Cerró la compuerta.

La luna seguía roja. El mar respiraba hondo.

Los aullidos ya estaban sobre ellos. El bosque ya los traía encima.

Más pisadas. Más carne que matar.

El camino estaba cubierto de niebla.

Florencio cargó el fusil.

Miró hacia los árboles.

Dos pares de ojos lo miraban.

Sonrió, sin miedo.

—Vengan —dijo.

Y aceleró.

La camioneta se perdió en la bruma.

Atrás quedaron los cuerpos, la sangre, el grito de Abril flotando en el aire.

Y al lado suyo, en el asiento trasero, una loba dormida empezaba a soñar con su forma verdadera.

Florencio la miró por el retrovisor.

Y en voz baja, sin saber que ella lo oía, susurró:

—Luna Maris… ¿Qué carajo sos vos?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP