Desnuda Ante La Venganza
Desnuda Ante La Venganza
Por: Matías R Cisneros
001. Luna de Sangre

La luna no era blanca.

Estaba roja. Sucia. Como si la hubiesen arrastrado por el barro de una historia prohibida y ahora colgara sobre el cielo de Mar del Plata como una amenaza personal. Mordía la oscuridad con su filo plateado, turbio, y bajo su luz enferma todo se movía distinto. El viento olía a sal, a madera vieja y a cosas que preferían no ser nombradas. Las olas rompían contra los acantilados como advertencias que solo algunos sabían escuchar.

Selene Maris no necesitaba mirar al cielo para sentirlo. La luna le raspaba la sangre, le mordía los huesos. Le hablaba en un idioma antiguo que entendía con el cuerpo entero.

Se arrodilló junto a la fogata enclenque que resistía las ráfagas del mar. El resplandor anaranjado le dibujaba destellos sobre la piel pálida, sobre su cabello tan negro que a veces parecía azul. Detrás de ella, Romi y Abril se reían entre vino barato y chismes de ciudad, despreocupadas. Solo Mar D’Argenti no se reía. Estaba apartada, con una botella en la mano y el pelo castaño enredado por el viento. Y la miraba.

Como se mira lo que no se puede tocar.

Selene evitó sostenerle la mirada. Ya había notado en los últimos meses un deseo oscuro, sucio, enfermo, que crecía en los ojos de su mejor amiga. Lo había sentido en las manos de Mar cuando se emborrachaba y se le acercaba demasiado. En las miradas largas cuando se bañaban en la laguna. En las insinuaciones envueltas en bromas.

Pero esa noche había otra cosa. Algo pesado en el aire. Como un rumor viejo, y los aullidos.

Hacía rato que los escuchaban.

—Che… ¿escuchan eso? —susurró Romi, encendiendo un cigarrillo.

Un aullido largo, grave, rompió la noche. Selene se paró sin pensarlo. Mar dejó caer la botella.

🌑 🌊 🐾

Selene caminó descalza hacia la orilla del campamento. La tierra húmeda se le metía entre los dedos. El frío le endurecía los pezones debajo de una camisa fina, sin corpiño, pero no le importó. El cabello azabache, con reflejos plateados bajo esa luna impura, le caía desordenado sobre los hombros. En la médula, algo sabía lo que venía.

Los aullidos se multiplicaron.

Seis. Tal vez siete. Demasiado cerca.

—¿Selene? —la voz de Mar quebró la oscuridad.

No respondió. Caminó hasta los arbustos. El mar estaba negro, sin movimiento. No susurraba. Amenazaba.

🌑 🌊 🐾

Volvió al campamento sin decir una palabra. Tomó la mochila.

—Nos vamos.

—Dale, boluda… estamos re lejos del bosque —intentó burlarse Romi, pero su voz ya no era broma.

Cuatro chicas. Cuatro carpas. Una fogata mal hecha, cerveza tibia y un parlante descompuesto. Jugaban a escaparse de sus vidas. A ignorar que el mes de abril les había traído una luna llena que no sabían leer.

Pero Selene no jugaba.

Desde que pisó esa tierra, algo la llamaba desde abajo. Desde el barro. Desde las raíces. Desde la memoria de los huesos.

No era una noche común.

Entonces lo sintió en el aire. En los latidos ásperos en la garganta. En la piel erizada.

Era tarde. Demasiado tarde.

Una sombra cruzó el claro.

El crujido de unas ramas.

Nada.

Después un aullido seco, corto. No animal. No humano.

Y luego, un grito en el bosque.

—¡Ayudaaa!

La voz de Abril. Quebrada. Aguda. De esas que no querés escuchar así.

Romi corrió hacia los arbustos. Mar tropezó y cayó.

—Corré, Mar. ¡Corré, carajo! —gritó Selene, pero Mar se quedó paralizada.

Selene la tomó del brazo y tiró de ella. Corrían como si se les fuera la vida. La linterna se perdió en algún lado. Los aullidos llenaron la costa. El viento ya traía olor a sangre.

El campamento había cambiado. Ya no había noche. Había espera.

Otro grito. Más desgarrado.

Seguido, ese silencio espeso. El que pesa como un tajo que no sangra.

Y un clamor que se quebró.

🌑 🌊 🐾

Selene soltó a Mar y corrió hacia los árboles.

El bosque se abrió como un cuerpo. Ramas que arañaban, viento que tiraba del pelo. La luna la empujaba desde adentro, encendiéndose bajo la piel.

La tierra olía a hierro. Y el aire… ya olía a muerte.

Cuando llegó al claro, todo era rojo.

El cuerpo de Abril abierto como una flor rota. El vientre reventado sobre la tierra. Intestinos desparramados bajo la luna. Los ojos fijos en el cielo, como si todavía suplicaran.

Selene no lloró.

Sintió el calor subiéndole por la piel, el rugido en las vértebras, la memoria de su cuerpo activándose.

Corrió sin pensar. Tropezó en una raíz, cayó, rodó por una pendiente.

Y el mar la recibió.

Oscuro. Frío. La luna sucia brillando sobre la playa rota.

Luego, el sonido de patas acercándose.

Lo vio.

Un lobo enorme. Pelaje gris ceniza. Ojos amarillos.

Un olor conocido. Desagradable. Rival.

La bestia emergió entre los árboles, su respiración era vapor en el aire helado.

No era un animal. Selene lo supo.

Era un luisón.

Y había otros.

Se desnudó despacio, como si cada prenda fuera una confesión.

El frío le mordió los pezones. Se bajó el pantalón.

No era deseo.

Era rito.

El vello se erizó. Los músculos vibraron. La garganta se le llenó de gruñidos.

Se dejó caer de rodillas.

—Hacelo —susurró.

Y el cambio inició.

🌑 🌊 🐾

Fue un latigazo desde la columna. Sangre, huesos, piel. El cuerpo queriendo rearmarse. Distinta. Completa.

Selene gritó. Pero no fue humano. Fue otra cosa.

La piel hervía desde adentro. Las uñas se alargaron. La mandíbula crujió. El vello estalló sobre la carne. Sus ojos azules se volvieron plateados.

Sintió el poder romperle las costillas. El aire en los pulmones era otra cosa. El mundo olía distinto.

Por un segundo, supo que nadie podría tocarla. La loba dentro suyo abrió los ojos.

Y entonces…

¡BANG!

Un disparo.

Preciso. Frío.

La transformación se quebró justo cuando la bestia asomaba.

Selene se desplomó de costado.

La bala le quemó el abdomen, bajo la última costilla.

Había esperado ese dolor desde antes de nacer.

Plata.

Lo supo por cómo ardía. Por cómo su cuerpo la rechazaba. No con sangre. Con ceniza.

El proceso retrocedió.

Las garras a medio formar, los ojos partidos.

Pasos.

Un crujido.

Una sombra.

Y una voz:

—¿Qué carajo…?

Y todo se cerró como la boca de un lobo.

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