En el despiadado mundo de la mafia italiana de Licantropos, Margaret Romano jura vengar el asesinato de su padre Alfa infiltrándose en la vida del implacable Dante Moretti, un CEO Alfa encantador y mujeriego que controla un imperio criminal junto a su enigmático hermano gemelo, Matteo, un estratega letal en las sombras. Pero cuando ambos hombres lobos Alfas idénticos se ven atrapados por su belleza e inteligencia, la línea entre el odio y el deseo se difumina. En un triángulo donde nadie es lo que parece y cada movimiento es mortal, Margaret descubrirá que cazadores y presas pueden intercambiar sus papeles en un abrir y cerrar de ojos. En esta guerra de seducción, feromonas, vínculos, engaños, un embarazo de trillizos y venganza, ¿quién traicionará a quién cuando la verdad salga a la luz?
Leer másMargaret Romano Castañeda se encontraba sentada frente a su padre, sonriendo mientras sostenía la copa de vino tinto que él le había servido para celebrar su primer día en la universidad.
—A tu futuro, figlia mia —dijo Vittorinox Romano con su voz profunda, llena de orgullo. —Salud, papá —respondió Margaret, chocando suavemente su copa con la de él. Era un hombre imponente incluso sentado, con su cabello oscuro peinado hacia atrás, sus ojos verdes brillando con inteligencia y su traje gris hecho a la medida destacando sus anchos hombros. Su sola presencia llenaba el comedor de la mansión Romano, un palacete de mármol blanco situado a las afueras de Milán, rodeado de jardines y fuentes danzantes que parecían sacados de un cuento de hadas. Margaret siempre había sido su princesa. Había crecido rodeada de sirvientas que la peinaban y vestían cada mañana, chefs que cocinaban lo que ella pidiera y guardaespaldas que la seguían discretamente incluso cuando salía con sus amigas a tomar café. Era la única hija de Vittorinox Romano, líder de una de las familias mafiosas más poderosas de Italia, y aunque su madre había muerto al darla a luz, su padre se encargó de darle todo lo que necesitaba. Excepto la verdad. Porque aunque Margaret sabía que su padre era un hombre rico, nunca imaginó el alcance real de su poder ni la profundidad de su propio linaje. Para el mundo, Vittorinox era un empresario respetado; para la mafia, un lobo alfa implacable. Para ella, era su héroe. Margaret había heredado su sangre. No era una humana común. Su padre le había dicho desde niña que en su interior dormía una loba luna, la descendiente directa de una antigua línea de licántropos bendecidos por Selene, la diosa lunar. No era un secreto en la familia, pero él le había prohibido transformarse o usar su naturaleza hasta que cumpliera los veintiún años, para protegerla de los alfas enemigos que querrían someterla o matarla. No debía manifestarse como luna. Ahora, con diecinueve años, Margaret se sentía orgullosa de su herencia, aunque nunca la hubiera manifestado. Parecía un chico. Porque vestía como chico. —¿Te gustó tu primer día, tesoro? —preguntó, dándole un sorbo a su vino, mientras apuntaba en su agenda el siguiente lugar de las Vegas a donde tenía que ir.. —Sí, papá. Todos son muy amables. —Margaret sonrió, pensando en sus nuevas amigas de filosofía y literatura—. Aunque me costó encontrar las aulas… la universidad es enorme. —Te acostumbrarás. —Él la miró con un brillo nostálgico en los ojos—. Tu madre estaría muy orgullosa de ti. Margaret bajó la vista, sintiendo un nudo en la garganta. En ese momento tenía el pelo muy corto, y nunca usaba maquillaje, le gustaba el color lila y el color oscuro, además era amante de todo lo que tuviera que ver con el estilo metalero, anillos de carabelas, collares de púas y muchos brazaletes. Siempre le dolía que su madre no estuviera para compartir esos momentos, pero también se sentía feliz de tener a su padre, que la consentía con desayunos sorpresa, viajes a París y Nueva York, y joyas que valían más que un apartamento de lujo. Era su héroe, su rey. De pronto, uno de los guardaespaldas entró corriendo al comedor. Su rostro, siempre impasible, estaba tenso como un cable eléctrico. —Signore Romano, debemos irnos. Ahora. Vittorinox frunció el ceño. —¿Qué sucede? —Están aquí. Margaret miró confundida de uno al otro. —¿Quiénes están aquí? El guardaespaldas no la miró. Solo se mantuvo atento a su jefe. —La seguridad ha sido vulnerada. Sus hombres están muertos o heridos. Hay disparos en la entrada principal, así que debemos sacarlos de aquí. El silencio que siguió fue tan pesado como una lápida. Margaret sintió que el corazón le martillaba el pecho. Su loba interior gimió, inquieta. Podía oler el miedo en el ambiente, el sudor ácido de los hombres armados y la furia de su padre. —Papá… —susurró. Vittorinox se levantó de golpe. Su silla cayó hacia atrás con estrépito. El aire se llenó de una tensión helada cuando él rodeó la mesa y tomó su mano con fuerza. —Escúchame bien, Margaret. —Su voz era dura, autoritaria, la voz de un alfa—. Vas a ir con Marco ahora mismo. Te llevará al tunel para sacarte de la mansión y tomarán el coche blindado que está cruzando la calle y de ahí a un lugar seguro. Sabes lo que debes hacer. Pronto te voy a alcanzar. No digas una palabra a nadie de quien eres en realidad, le dije a tu madre antes de morir que te cuidaria y criaria fuera de esta vida. No mires atrás. Y no le des esto a nadie ¿Me entendiste? Le entrega una llave antigua. —¿Pero qué pasa? —preguntó, sintiendo un temblor recorrerle la espalda—. ¡Papá! —¡Margaret! —rugió él, sus ojos verdes incendiados de rabia y miedo—. Haz lo que te digo. Dos disparos sonaron desde el vestíbulo. Margaret gritó. El guardaespaldas desenfundó su pistola al tiempo que otro hombre entraba al comedor, con el rostro cubierto por un pasamontañas negro y un fusil semiautomático en sus manos. —¡Tírate al suelo! —gritó Marco, empujándola detrás de la mesa mientras disparaba. El ruido era ensordecedor. Margaret cubrió su cabeza con los brazos, temblando mientras sentía su loba interior golpearle el pecho, exigiendo salir y defenderlos. El olor a pólvora llenó la habitación, mezclándose con el aroma metálico de la sangre. Un grito gutural resonó, y cuando levantó la vista, vio al guardaespaldas desplomarse con un agujero humeante en la frente. El atacante giró su fusil hacia ella, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Vittorinox le disparó tres veces en el pecho. El hombre cayó hacia atrás como un títere al que le cortaron los hilos. —¡Vamos! —rugió su padre, tirando de su brazo. Corrieron por el pasillo mientras el eco de los disparos retumbaba en las paredes de mármol. Margaret apenas podía ver entre lágrimas. Sus tacones se resbalaban sobre la sangre derramada. Por cada esquina aparecían hombres vestidos de negro, disparando contra los guardaespaldas de su padre. Era una guerra. Llegaron al vestíbulo principal. Las puertas de cristal estaban destrozadas y el suelo cubierto de casquillos y cuerpos caídos. Margaret gritó al ver a Giuseppe, el viejo mayordomo que la había criado como un abuelo, tendido en un charco de sangre. —¡Papá, no! ¡Giuseppe…! —¡No lo mires! —gritó Vittorinox, sujetándola con más fuerza. De pronto, tres hombres armados entraron desde el jardín antes de tomar el tuner. Margaret vio en sus ojos un brillo frío, inhumano. Su padre se interpuso frente a ella y disparó con furia. Dos cayeron, pero el tercero fue más rápido. El estruendo del disparo le perforó los oídos. Vio a su padre retroceder un paso, con los ojos muy abiertos. Un círculo rojo se formó en su pecho, expandiéndose rápidamente. Margaret soltó un grito desgarrador. Su loba interior que dormía,aulló de rabia y dolor. —¡Papá! Él la miró con un dolor indescriptible, su rostro pálido y tembloroso. Movió los labios, intentando decir algo, pero solo salió un susurro ahogado. Sus rodillas cedieron, y cayó frente a ella, con los ojos fijos en el techo. —No… no… papá… —sollozó Margaret, cayendo de rodillas a su lado. El hombre que lo había matado se quitó el pasamontañas. Tenía el cabello oscuro y corto, ojos azul grisáceo y un rostro atractivo, bastante joven para su destreza, casi angelical, pero su mirada era tan fría como el mármol. Sus feromonas Alfa impregnaron el aire con una intensidad asfixiante. Margaret tragó saliva. Nunca había sentido un aura tan dominante como la de él. —Matteo… —susurró uno de los atacantes detrás de él. Margaret lo escuchó y grabó su nombre en su mente con odio. Matteo. El alfa asesino de su padre. Él la miró por primera vez. Sus ojos azul grisáceo se clavaron en los suyos con una intensidad peligrosa. Fue como si una serpiente se enrollara alrededor de su cuello. Sintió que el aire la abandonaba. Matteo bajó su pistola y habló con voz calmada, casi aburrida. —Llévenselo. Debe saber cómo abrir la caja de seguridad. —¿Qué haremos luego con él, Alfa? —No lo sé aún. Pero es un lobo astuto. No lo mates hasta que cante. Sería un desperdicio. Margaret no tuvo tiempo de gritar. Un golpe seco en la nuca la sumió en la oscuridad. Pero de repente Marco entró disparando los hombres de dispersaron, logro tomar a la chica y huir por el tuner escondido en el jardín. Por suelte ella no pesaba nada. Despertó en el asiento trasero de un coche. El motor rugía mientras avanzaban a toda velocidad. Su cabeza latía con un dolor punzante, y al abrir los ojos en el asiento de atrás, lo primero que vio fue el reflejo de su rostro en la ventana. Sus ojos estaban hinchados por el llanto, su cabello corto rubio revuelto, y su corazón apretado. Nunca había estado tan deshecha. —Tranquila, signorina. —La voz de Marco, su guardaespaldas favorito, habló desde el asiento del conductor—. Todo estará bien. —¿Dónde está mi papá? —preguntó, con la voz quebrada. Marco no respondió. Sus manos, grandes y fuertes, apretaban el volante con tal fuerza que sus nudillos estaban blancos. —¡Marco! —chilló—. ¿Dónde está mi papá? Él tragó saliva, sus ojos fijos en la carretera. —Lo siento, signorina. No pude salvarlo. Margaret sintió que algo dentro de ella se rompía. Era como si su pecho se abriera en dos, dejando salir un dolor tan grande que no cabía en su cuerpo. Se llevó las manos al rostro y gritó, un grito de ira, de desesperación, de horror. Su padre estaba muerto. Su mundo estaba muerto. —¿Quién… quién hizo esto? —preguntó, con la voz rota. —Los Moretti —dijo Marco, su voz cargada de odio—. Esa familia nos odia. Ellos lo ordenaron. Es lo más seguro. Su padre eliminó a gran parte de su familia. Y robó algo que no debió tener. Margaret cerró los ojos con fuerza, grabando ese apellido en su mente y en su corazón. La familia Moretti debe pagar por su dolor. Se los repetiría cada día de su vida hasta que pudiera borrarlos de la faz de la tierra. Mete la mano en su bolsillo y saca la llave sin saber que hacer con ella. O qué abría exactamente. El coche dobló por un camino de tierra, alejándose de la ciudad de las vegas. Marco giró para mirarla por el espejo retrovisor. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que no se atrevía a derramar. —¡Quiero vengar a mi padre! —Te juro, signorina, que la mantendré a salvo. Su padre me lo pidió. Moriré antes de dejar que te encuentren. Si desea venganza le enseñaré todo lo que sé. Margaret no respondió. Solo miró el cielo nocturno a través de la ventana. Las estrellas brillaban indiferentes, como si nada hubiera cambiado, como si el mundo no hubiera perdido a un hombre bueno. Sintió un vacío infinito en su pecho y, en ese instante, supo que su vida nunca volvería a ser la misma. Ahí, en la oscuridad del coche, en medio del desierto, la princesa murió. Y nació una loba luna cazadora. Una cazadora con un único objetivo: destruir a la familia Moretti, aunque en el camino tuviera que destruirse a sí misma.—Por favor… no quiero esto… no puedo tenerlo…La doctora suspiró y revisó su pantalla.—Hija… no puedes abortar. —Margaret la miró sin entender—. Tu embarazo está atado a tu vida por la gracia de Selene, diosa de los licántropos. Tu cuerpo y el feto comparten un vínculo lunar. Si lo pierdes… morirás. Esto solo durará unos meses. Debes soportarlo. Ya si no quieres a la criatura al nacer puedes darlo en adopción.Margaret sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Sus lágrimas cayeron sin control.—¿Por qué…? —gimió— ¿Por qué la luna permite esto? ¡Es producto de una violación!La doctora la miró con compasión, pero con frialdad profesional.—La luna no distingue pecado de destino. Solo cumple su ciclo. —escribió algo y le entregó unas recetas—. Te veré en dos semanas para un seguimiento. Te recomiendo ver a una psicóloga clínica.Margaret sacudió la cabeza con rabia.—No necesito psicólogas.Salió del consultorio secándose las lágrimas. Mientras caminaba a la salida, vio a Kaise
Margaret sintió un temblor en su pecho, pero se obligó a sonreír.—Gracias por decírmelo.—De nada. —respondió Gina, encogiéndose de hombros—. Nos vemos, Margot.Durante su almuerzo, Gina se sentó con ella y le soltó más chismes. Margaret asentía en silencio mientras comía una ensalada de atún que no tenía sabor a nada.Por la tarde, mientras tomaba un café para aguantar el dolor de su cuerpo, un hombre se acercó a la máquina dispensadora. Era alto, con cabello castaño oscuro, traje azul marino y ojos verdes claros. Sonrió con un aire de galán.—Hola, no te había visto antes. Soy Philly Santonini, jefe de marketing. ¿Cómo te llamas?Margaret levantó la vista y sonrió suavemente.—Margaret. Trabajo en dirección general.Philly le iba a responder algo coqueto cuando de pronto su rostro se tensó y palideció. Sus ojos se quedaron clavados detrás de ella. Margaret frunció el ceño, girándose lentamente.Dante estaba parado a unos metros, sus ojos azules eran fuego helado, su mandíbula marca
Margaret salió del baño de la oficina con pasos lentos y la vista nublada. Cada músculo de su cuerpo le dolía como si hubiera sido atropellada por un camión. Se sentó en su nuevo escritorio frente a la oficina de Dante, era como una antesala antes de entrar a la oficina del ceo, ella revisó los contratos que Dante le había dejado sobre la mesa y respiró hondo. Sacó de su bolso un frasco pequeño con pastillas, tragó un relajante muscular y un tranquilizante, y bebió agua con las manos temblorosas.“No puedes quebrarte, Margaret”, se dijo en silencio. “No ahora.”Acomodó su falda, se peinó rápidamente con sus dedos y comenzó a leer cláusula tras cláusula. Necesitaba concentrarse, ignorar el ardor que sentía en su intimidad y el dolor punzante en su marca.Cuando alzó la vista, notó que afuera, en la puerta de vidrio esmerilado, había dos nuevos agentes de seguridad. No eran los mismos betas vulgares del club. El primero, un hombre de unos cuarenta años, alto, fornido, con cabello casta
Ella obedeció, sentándose en la silla frente a su escritorio. Sus manos descansaban sobre sus muslos con perfecta sumisión, su espalda recta, su mirada baja.Dante sacó un puro y lo encendió con un encendedor dorado. Inhaló y soltó el humo con un suspiro de placer antes de sonreírle con picardia. Esa mujer lo encendia como ninguna otra.—¿Cómo te sientes? —preguntó con dulzura.Margaret bajó más la mirada, dejando que su flequillo cubriera su rostro.—Adolorida, señor —susurró con un temblor genuino en su voz.Dante soltó una carcajada grave y profunda que le revolvió el estómago.—Te acostumbrarás. —Su tono no dejaba lugar a duda.Mientras él la observaba, la cámara de seguridad transmitía en vivo a un despacho mucho más oscuro en su casa, donde Matteo Moretti miraba la pantalla con sus ojos llenos de un deseo enfermo y venenoso. Sus manos, enormes y sin callos se movían hacia su centro, sin poder caminar por el accidente que lo dejó en silla de ruedas seis años atrás, temblaban sobr
Margaret se desmayó por algunos minutos, aún sentía el olor de las sábanas impregnadas con el aroma de Dante cuando abrió los ojos. La habitación estaba oscura, iluminada solo por las luces de la ciudad filtrándose a través del ventanal. Dante se estaba vistiendo. Su espalda ancha y musculosa se movía con serenidad mientras abotonaba su camisa negra y se colocaba su reloj de lujo en la muñeca izquierda.Ni siquiera la miró cuando terminó de arreglarse. Sin embargo dentro de el su lobo aullaba. Sabia que habia sido muy duro con ella y eso le molestaba. No sabe porque la compadece.—Te quiero el lunes en mi despacho. Quédate aquí. Mis hombres saben qué hacer contigo. Firmarás un contrato cuando estes en mi empresa.Fue lo único que dijo antes de salir de la habitación, dejando tras de sí un silencio pesado y el aroma de su feromona alfa flotando en el aire, pegajosa como miel podrida.Margaret no se movió. No quería moverse. Sentía su entrepierna inflamada, palpitante y dolorida. El nud
Margaret maldijo por dentro cuando Dante le sonrió con esa soberbia de alfa intocable.—Pero van a ver todo lo que hacemos.—No te preocupes por ellos —dijo con un gesto de la mano hacia los dos guardias betas que seguían parados junto a la puerta—. Están acostumbrados a verme follar.Ella contuvo un escalofrío de asco y miedo. Su loba gruñó, disgustada. Quería matarlo ahora mismo, pero no era el momento. Debía esperar.Dante la tomó de la cintura con facilidad, levantándola del suelo como si no pesara nada. Sus manos eran grandes, calientes y fuertes. Margaret quiso morderlo, arrancarle la yugular, pero en vez de eso bajó la mirada, obediente, dejando que su cabello le cubriera el rostro. Sintió cómo la depositaba en la cama king size, cubriéndola con su sombra mientras corría una cortina casi transparente alrededor de la cama, dándoles una falsa privacidad.Maldita sea. Había esperado estar sola con él para matarlo, pero con esos dos guardias allí, no había forma de que lo matará y
Último capítulo