Las luces de la ciudad de Las Vegas parpadeaban en la noche como millones de luciérnagas embriagadas. El aire olía a tabaco, sudor, licor y pecado. Margaret Romano Castañeda bajó del taxi con pasos firmes, sus botas negras levantando un leve eco en la acera de concreto. Habían pasado seis años desde la noche en que su mundo murió. Seis años desde que su padre, Vittorinox Romano, cayó frente a ella con un disparo en el pecho. Desde entonces, su vida se convirtió en un entrenamiento constante. Marco, su guardaespaldas, la llevó a diferentes países, escondiéndola en cabañas, montañas, desiertos y suburbios oscuros donde nadie preguntaba quién eras si pagabas a tiempo. Por suerte ellos buscaban a un chico no a una chica. Fue Marco quien la entrenó. Le enseñó a disparar, a matar con un cuchillo sin hacer ruido, a desaparecer en un mar de rostros y a leer las auras alfa, beta y omega que cualquier loba podía percibir. A los veintiún años, su naturaleza lunar despertó por completo. Se con
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