La loba luna reaparece.
Las luces de la ciudad de Las Vegas parpadeaban en la noche como millones de luciérnagas embriagadas. El aire olía a tabaco, sudor, licor y pecado. Margaret Romano Castañeda bajó del taxi con pasos firmes, sus botas negras levantando un leve eco en la acera de concreto.
Habían pasado seis años desde la noche en que su mundo murió. Seis años desde que su padre, Vittorinox Romano, cayó frente a ella con un disparo en el pecho. Desde entonces, su vida se convirtió en un entrenamiento constante. Marco, su guardaespaldas, la llevó a diferentes países, escondiéndola en cabañas, montañas, desiertos y suburbios oscuros donde nadie preguntaba quién eras si pagabas a tiempo. Por suerte ellos buscaban a un chico no a una chica.
Fue Marco quien la entrenó. Le enseñó a disparar, a matar con un cuchillo sin hacer ruido, a desaparecer en un mar de rostros y a leer las auras alfa, beta y omega que cualquier loba podía percibir. A los veintiún años, su naturaleza lunar despertó por completo. Se convirtió en la loba luna que su padre siempre temió que fuera.
Una loba imposible de someter.
Terminó la universidad en psicología con los ahorros que su padre dejó a marco en una cuenta fantasma, en caso de emergencia, mientras entrenaba de noche con Marco y trabajaba de Barista en una pequeña cafetería del pueblo en donde vivían, aprendiendo a preparar todo tipo de bebidas a base de café.. Sus estudios eran un arma más: conocía las mentes humanas, las leía, las manipulaba y las destruía si era necesario mientras hacía creer que era social.
Ahora, con veinticinco años, regresaba a Las Vegas para cobrarse la vida que le arrebataron.
Su cabello rubio, antes corto, y desordenado, ahora caía como seda hasta la mitad de su espalda. Sus ojos azul cielo, fríos y vacíos, podían paralizar a cualquiera que los mirara directamente. Su cuerpo era esbelto y fuerte, ahora se pueden notar sus enormes pechos y la curva de su trasero, cada músculo trabajado con disciplina militar. Era hermosa, pero no como las chicas de revista. Su belleza era salvaje, peligrosa, como un arma sin seguro.
Cruzó la calle y llegó a la entrada de Club Puf, uno de los antros más exclusivos de la ciudad. Luces neón rosadas iluminaban su fachada, y la fila para entrar serpenteaba por la acera como una víbora ansiosa de música y alcohol.
Margaret no se formó en la fila. Caminó directo hacia el gorila de seguridad, un beta enorme con tatuajes en el cuello y gafas negras.
—¿Lista de invitados vip? —preguntó él, con voz grave.
—No estoy en la lista, cariño —respondió Margaret, bajando la vista con timidez calculada—. Es mi primera vez… solo quiero… perder mi virginidad con alguien especial esta noche mientras ganó mucho dinero por eso, porque mi novio se fue con mi mejor amiga.
El beta la miró de arriba abajo mientras la tela de su pantalón se tensaba. Su ropa era modesta: una blusa blanca de encaje, una falda larga de mezclilla y un suéter beige. Lucía como una chica de pueblo, inofensiva y dulce, justo lo que algunos alfas buscaban para satisfacer sus perversiones a cambio de unos miles de dólares.
El beta sonrió, enseñando sus dientes con un diente de oro asomándose en su boca.
—Pasa, muñeca. Hoy los alfas están de suerte. Si no logras conquistar a nadie ven cuando termine mi turno. Puede que no tenga tanto dinero, pero mi polla de seguro te va a satisfacer toda la noche.
—Lo tomaré en cuenta.
Margaret inclinó la cabeza y entró sin agradecer. Dentro, el lugar era un templo al hedonismo. Hombres y mujeres danzaban bajo luces púrpuras y verdes, cuerpos sudorosos frotándose unos contra otros, mientras el olor a feromonas alfa saturaba el aire. Margaret casi gruñó. Su loba interior odiaba esos aromas, eran vulgares y animales, nada que ver con la pureza de la luna.
Se dirigió a la barra y se sentó. Pidió una cerveza. Necesitaba mantener su mente clara. Su plan era simple: ubicar a Matteo Moretti, seducirlo, hacerlo suyo y matarlo cuando estuviera más vulnerable. Había investigado durante años todo sobre él. Sabía que le decían Casanova, que le gustaban las vírgenes, que era un alfa cruel y posesivo, y que nunca dormía dos veces con la misma mujer.
—Dame una cerveza—le dice al barman.
Dante Moretti. Es el gemelo idéntico. El que ahora lideraba la mafia como un lobo implacable y sin escrúpulos, pero para ella y el resto del mundo solo había un Moretti.
Margaret respiró hondo y observó el club. Su objetivo no había cambiado, su misión era la misma de hace años. Si eliminaba a Matteo, acabaría con la cabeza visible de los Moretti y dejaría a su legado vulnerable para el resto de las familias mafiosas. Era un sacrificio estratégico.
—Cerveza… qué aburrido —dijo una voz masculina a su derecha.
Giró el rostro con lentitud, dejando que su cabello rubio se moviera como un velo seductor. Sus ojos azul cielo se encontraron con unos azules, brillando bajo las luces de la barra.
El hombre que la miraba era el alfa más atractivo que había visto en su vida. Tenía el cabello oscuro, corto a los lados y ligeramente largo arriba, peinado con elegancia. Tenía rato mirandola. Sus cejas gruesas, su mandíbula afilada, sin barba le daban un aire de salvaje refinado. Vestía un traje negro impecable y desprendía una feromona alfa tan intensa que su loba interior gimió de alerta. Era el mismo olor de aquel día en donde perdió a su padre.
Para ella era el hombre que mató a su padre, era Matteo.
—No estoy aquí para emborracharme. Soy una loba herida del corazón —dijo Margaret, bajando la mirada con timidez.
—¿Y para qué estás aquí? —preguntó él, inclinándose hacia ella. Su voz era grave, aterciopelada, cargada de autoridad.
Margaret se sonrojó. O al menos, fingió hacerlo. Mordiéndose el labio inferior, desvió la vista hacia la pista de baile, donde una pareja prácticamente fornicaba frente a todos.
—Es… mi primera vez aquí en las vegas—susurra—Solo estoy aquí para buscar un trabajo y relajarme un poco.
El alfa alzó una ceja. Sus ojos brillaron con un destello de hambre, pero también de diversión. Ella olía a virginidad. Ella sabía que él disfrutaba corrompiendo inocencias. Había leído suficientes reportes para conocer su patrón.
—¿Primera vez? ¿Qué sabes hacer? —pregunta, con su voz descendiendo en un ronroneo amenazante.
—Me gradué de psicología, hice cursos de secretariado computarizado y sé inglés, italiano y español—respondió Margaret, mirándolo con una mezcla de miedo y curiosidad, interpretando a la perfección el papel de virgen asustada en busca de una oportunidad en la vida—. Realmente necesito dinero...mi tío está muy enfermo. Soy huelfana y él me crió. Le debo todo lo que soy. Estoy...vendiendo mi virginidad.
El hombre se inclinó hasta que su aliento caliente rozó su oreja.
—Parece que caíste como anillo al dedo...soy ceo en mi propia empresa. Estoy necesitando una secretaria "Completa" pero debo hacer yo mismo el examen de ingreso. Debe complacerme en todo. ¿Estás dispuesta a hacer todo para lograr complacerme? Si no me gustas te pagaré por tu virginidad y si me gustas te pagaré y te daré empleo permanente.
—Si eso me va a asegurar el empleo...estoy deseosa de pasar su examen. ¿No es difícil?
—Te lo puedo mostrar… si confías en mí. Puedo ser muy paciente contigo. ¿Dices que eres virgen?
Margaret sintió un escalofrío en la nuca. Su loba interior gruñó con furia, recordándole que ese hombre era parte de la familia que destruyó su vida. Pero ella sonrió con dulzura y asintió.
—Si soy virgen.
Él rió suavemente. Tomó su barbilla con sus dedos grandes y la obligó a mirarlo.
—No deberías andar por ahí ofreciendo tu tesoro por dinero, en este mundo hay hombres despiadados.
Margaret tragó saliva. No debía mostrar miedo verdadero, solo sumisión y deseo tímido. El hombre la tomó de la mano y la guió a través de la multitud hacia las escaleras que llevaban al segundo piso, donde estaban las habitaciones privadas.
Mientras subían, cuatro guardias de seguridad subieron detrás de ellos y dos más estaban en la puerta de la habitación. Margaret sintió el peso de la llave antigua que colgaba de su cadena bajo la blusa. Era fría y pesada contra su pecho. No sabía aún qué abría, pero sí sabía que los Moretti la querían. Si Matteo era igual de codicioso que su familia, tarde o temprano intentaría quitársela. Solo necesita una oportunidad para matarlo.
El alfa abrió la puerta de la habitación privada y la empujó suavemente hacia adentro. Margaret miró alrededor. Era un cuarto elegante, con sofás negros, luces rojas tenues y un enorme ventanal que mostraba la ciudad de Las Vegas iluminada como un diamante maldito.
Dos guardias de seguridad entraron y uno de ellos cerró la puerta con seguro y se quedaron de pié. Dante se acercó y sus feromonas alfa llenaron el cuarto como humo venenoso. Margaret bajó la mirada y retrocedió hasta que su espalda tocó la pared. Sintió cómo su loba interior se tensaba, lista para atacar si algo salía mal. Ese aroma la sofocaba obligándola a sacar sus feromonas Omega.
—¿Cómo te llamas, pequeña? —preguntó él, desabrochándose el primer botón de su camisa negra.
—Margaret… —susurra —pero mis amigos me llaman Margot.
—Margaret… —repitió, saboreando su nombre con un tono que le heló la sangre—. ¿Sabes quién soy?
Ella negó suavemente haciéndose la inocente. Él sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de un depredador que encuentra a su presa indefensa.
—Soy Dante Moretti.
Su corazón dio un vuelco.
¿Dante? ¿acaso escucho mal aquel día? ¿Acaso lleva por segundo nombre Matteo?
No estaba equivocada en cuanto a su aroma lo recordaba claramente.
El es el alfa que ahora dirigía la mafia. Su loba gruñó con odio, pero Margaret bajó la mirada y se mordió el labio con fingida vergüenza. No sabe porqué él se hace llamar Dante.
"Tal vez se cambió el nombre"— piensa ella.
—Encantada… señor Moretti.
Dante dio un paso hacia ella y colocó su mano grande sobre su garganta. No apretó, pero el mensaje era claro. Dominio. Control. Poder.
—Esta noche serás mía. Si me satisfaces tendrás el puesto, si no lo haces te daré unos cuantos miles de dólares. —dijo sin apartar la mirada, su voz era un gruñido bajo antes de besarla.
Margaret tembló. No de miedo, sino de rabia contenida. Esa noche comenzaba su cacería. Si todo salía como planeaba, Dante Moretti moriría antes de que el sol saliera.
—Ellos...¿no van a salir? —le dice refiriéndose a los dos guardias betas con cara de ogros.
—No. Casi nunca estoy solo. Acostumbrate.
Lo que no sabía era que Matteo, desde su mansión en silla de ruedas, observaba las cámaras del club con sus ojos llenos de furia y celos. Porque aunque ya no podía tener sexo normal con una mujer, aquella chica parecía muy inocente para su hermano Casanova.
Por un momento deseó ser su hermano, deseó ser él mismo el que la penetrara, y en su familia, lo que Matteo quería, Matteo lo obtenía.