Ella obedeció, sentándose en la silla frente a su escritorio. Sus manos descansaban sobre sus muslos con perfecta sumisión, su espalda recta, su mirada baja.
Dante sacó un puro y lo encendió con un encendedor dorado. Inhaló y soltó el humo con un suspiro de placer antes de sonreírle con picardia. Esa mujer lo encendia como ninguna otra. —¿Cómo te sientes? —preguntó con dulzura. Margaret bajó más la mirada, dejando que su flequillo cubriera su rostro. —Adolorida, señor —susurró con un temblor genuino en su voz. Dante soltó una carcajada grave y profunda que le revolvió el estómago. —Te acostumbrarás. —Su tono no dejaba lugar a duda. Mientras él la observaba, la cámara de seguridad transmitía en vivo a un despacho mucho más oscuro en su casa, donde Matteo Moretti miraba la pantalla con sus ojos llenos de un deseo enfermo y venenoso. Sus manos, enormes y sin callos se movían hacia su centro, sin poder caminar por el accidente que lo dejó en silla de ruedas seis años atrás, temblaban sobre su regazo. Con un gruñido bajo, Matteo imprimió un fotograma de Margaret en la pantalla. Su cabello rubio cayendo sobre su rostro, su cuello cubierto por el parche beige. Imprimió otra imagen: ella caminando por el lobby, su falda ajustada, sus piernas largas. Imprimió otra: su rostro mirándolo directo a la cámara de seguridad en el ascensor. Colocó las fotos sobre su escritorio, su respiración pesada, su entrepierna palpitando con furia. Llevó una mano temblorosa hacia su pantalón de traje negro y lo abrió con dificultad, liberando su erección a medio endurecer. Comenzó a masturbarse con movimientos lentos, casi dolorosos. —Maldito seas, Dante… —murmuró con voz ronca y rota—. Esa mujer… debería ser mía. Es una loba muy hermosa y es mi tipo. Su respiración se volvió jadeante mientras miraba el rostro impreso de Margaret, sus ojos azul cielo inocentes y llenos de terror. Matteo gimió su nombre mientras el placer sucio y solitario lo consumía. “Te haré mía, Margot. Aunque tenga que matarte después y ver como mi hermano se retuerce un rato.”Sobre su marca en la clavícula, un pequeño parche color piel cubría la mordida que le había dejado Dante.
Los guardias y empleados la miraban al pasar por el cristal, algunos con deseo, otros con envidia, pero ella no veía a ninguno. Su mente estaba fría, calculadora. Había llegado el momento de actual en la jaula del lobo para matarlo desde dentro. Dante la saca de sus pensamientos al darle al boton del control remoto que cierra las cortinas en automatico.
Respiró hondo antes de seguir hablando.
—Gracias por la oportunidad.
—Ahórrate las gracias —se escucha la voz grave de Dante.
La oficina era enorme, decorada con mármol negro, muebles de madera de ébano y ventanales en otro extremo que mostraban la ciudad de Las Vegas como un reino bajo su mando. Dante estaba sentado detrás de su escritorio, su mirada azul perforándola con intensidad.
Cuando la vio de arriba abajo, un leve gruñido salió de su pecho. Su lobo aullaba, inquieto.
—Acércate a mi—ordenó con voz baja.
Margaret caminó hasta quedar frente a su escritorio. Dante desvió la vista hacia su cuello, donde el parche se notaba discretamente bajo el collar de la blusa.
—¿Qué es eso? —preguntó, sus ojos volviéndose fríos y amenazantes.
Margaret sintió un escalofrío. Su corazón se aceleró. ¿Lo recordaba? ¿Recordaba que la había marcado?
—Es… es solo un parche —dijo con voz suave, bajando la mirada—. Un insecto me picó y… me dejó una herida fea.
Dante la observó por unos segundos, su ceño fruncido. Su lobo gruñía dentro de él, irritado, impaciente. Pero su mente no lograba recordar mucho de aquella noche excepto fragmentos: su olor, su cuerpo apretado y caliente, y el éxtasis brutal de un placer que nunca había sentido antes. Habia vuelto en si cuando el nudo se deshizo.
—Quítate la ropa —ordenó de pronto.
—¿Aqui?
—Si. Deberas servirme cuando yo quiera ¿acaso no te detuviste a leer el contrato?
Margaret alzó la mirada, sus ojos azul cielo temblando, pero obedeció. Se desabrochó la blusa, se quitó la falda y quedó solo con su ropa interior blanca de encaje.
Dante se acomodó en su asiento, con su erección ya marcando su pantalón.
—Ven aquí. Quiero una felación antes de que revises mi agenda de esta mañana.
Margaret caminó hasta él, se arrodilló frente a su silla ejecutiva y bajó su pantalón. Su miembro salió duro y palpitante, enorme, con venas gruesas marcándolo. Ella lo tomó con torpeza, metiéndolo en su boca con movimientos descoordinados. Él gruñó, lleno de placer y de impaciencia desbordada.
—Maldita sea… relamente eres pésima en esto —dijo con voz ronca, tomándola del cabello y apartándola de su entrepierna—. ¿Qué demonios me hiciste…para gustarme tanto?
Margaret lo miró sin entender. Dante la empujó contra el escritorio, la volteó y bajó su ropa interior con brutalidad. Sin decir nada, la penetró de un solo empujón. Margaret jadeó, su frente chocando contra el escritorio de madera fría mientras él la embestía con fuerza, sus manos sujetando su cintura con posesividad salvaje.
Desde que la olió en el pasillo, su miembro la deseaba con una urgencia desesperada. Su lobo aullaba en su pecho, exigiéndola. No recordaba mucho de aquella noche, solo el ardor dulce de su olor y la sensación de su canal sellándose a su alrededor cuando la anudó.
Quería recrear ese sentimiento. Quería poseerla hasta que su lobo se calmara.
Y entonces sucedió.
Su base se hinchó de nuevo dentro de ella, sellándola con un nudo tan grande que Margaret gritó de dolor y verguenza. Dante jadeó con un gruñido gutural, bajando su torso para cubrirla con su cuerpo. Su respiración era pesada, caliente contra su oído.
—Duele...
—Ten paciencia esto me esta volviendo loco más a mi, que a ti.
Sin pensar, llevó su mano a su barbilla y giró su rostro para mirarlo. Sus ojos azules se encontraron con los de ella y, antes de poder detenerse, la besó.
Fue un beso brutal, hambriento, necesitado. Sus lenguas se encontraron con desesperación, mezclando saliva y gemidos, mientras él se empujaba aún más dentro de su cuerpo. Margaret sintió un estremecimiento de confusión. Era la primera vez que él besaba a alguien. Nunca había besado a ninguna mujer, ni siquiera a la chica con la que perdió su virginidad en la secundaria.
Cuando se separó de sus labios, su respiración estaba agitada. Sus ojos la miraron con desconcierto y furia.
—¿Qué demonios me haces…? —susurró con voz rota antes de eyacular dentro de ella con un gruñido profundo mientras tocaba su vientre abultado por el nudo.
Margaret lloraba en silencio mientras sentía su semilla caliente llenarla por completo por segunda vez, sellada por su nudo. Tardaron casi una hora en separarse. Cuando finalmente su base se desinfló, él la apartó de su cuerpo, sacó una jeringa de su cajón y se la clavó en el muslo sin mirarla.
—Es un inhibidor. No quiero problemas de embarazo—dijo con frialdad.
Margaret gimió suavemente por el pinchazo, con la vista borrosa.
—¿Por qué… por qué mejor no usas protección…? —preguntó con voz temblorosa.
Dante la miró con desprecio mientras se abotonaba los pantalones, luego de limpiarse con una toallita humeda que sacó de su cajon.
—No uso nada de eso. —Su tono era frío y arrogante—. Me aseguro de que las chicas sean seguras y vírgenes antes de follarlas. Así no hay riesgos. Ahora vístete y revisa los contratos y mi agenda antes de mediodía. si necesitas ayuda solo pidela. El baño es esa puerta. Componte y sal de inmediato. Tenemos trabajo que hacer. Dante saca un puro de una caja y se acerca al balcón abriendo el ventanal.
Margaret se quedó temblando sobre el escritorio, con las piernas débiles y su entrepierna ardiendo y palpitando con el semen de aquel lobo maldito. Mientras se vestía, su loba aulló en su mente, llena de odio y sed de sangre:
“Te mataré. Te juro que te mataré.”