Anudada y reclamada.

Margaret maldijo por dentro cuando Dante le sonrió con esa soberbia de alfa intocable.

—Pero van a ver todo lo que hacemos.

—No te preocupes por ellos —dijo con un gesto de la mano hacia los dos guardias betas que seguían parados junto a la puerta—. Están acostumbrados a verme follar.

Ella contuvo un escalofrío de asco y miedo. Su loba gruñó, disgustada. Quería matarlo ahora mismo, pero no era el momento. Debía esperar.

Dante la tomó de la cintura con facilidad, levantándola del suelo como si no pesara nada. Sus manos eran grandes, calientes y fuertes. Margaret quiso morderlo, arrancarle la yugular, pero en vez de eso bajó la mirada, obediente, dejando que su cabello le cubriera el rostro. Sintió cómo la depositaba en la cama king size, cubriéndola con su sombra mientras corría una cortina casi transparente alrededor de la cama, dándoles una falsa privacidad.

Maldita sea. Había esperado estar sola con él para matarlo, pero con esos dos guardias allí, no había forma de que lo matará y saliera viva de allí sin delatarse..

—Necesito ir al baño primero, señor —dijo ella con voz temblorosa.

Debía deshacerse del arma blanca que escondía.

Dante arqueó una ceja, divertido.

—Ve. Pero no tardes.

Margaret asintió y se levantó. El baño estaba al otro lado de la habitación, tras una puerta corredera de cristal esmerilado. Entró sin mirar atrás y al cerrar, apoyó su frente contra la fría superficie. Su respiración era irregular. Miró alrededor buscando una salida. Nada. Sin ventanas. Solo azulejos blancos, un inodoro, un lavamanos de mármol y un gran espejo.

“Maldita sea… estoy en un tercer piso. Si salto me parto las piernas.”

Se giró y alzó la tapa del tanque del inodoro. Con manos temblorosas sacó el pequeño puñal que había escondido en la pretina de su ropa interior. Y otro que metió en su bota. Luego sacó la llave antigua que colgaba de un cordón de plata de entre sus pechos y metió todo junto en el tanque del agua, tapándolo de vuelta

Se miró al espejo. Su rostro estaba pálido, sus ojos azul cielo vibrando de furia contenida. Su loba gruñó en su mente:

—Márcalo. Hazlo desearte, que sea su aire. Y luego la venganza—se repetía a sí misma.

Margaret solo respiró hondo séquito la ropa y salió del baño en ropa interior blanca.

Cuando regresó, el aire se le escapó de los pulmones. Dante estaba completamente desnudo, sentado en la cama con las piernas abiertas como un catre, su erección dura y obscena apuntando hacia el techo. Su torso musculoso brillaba bajo las luces rojas y sus ojos azules la miraban con esa mezcla de hambre y posesión que solo los alfas tenían.

—Ven aquí —ordenó con voz ronca.

Margaret tragó saliva y avanzó lentamente. Su loba gimió de rabia y repulsión, pero ella solo se arrodilló entre sus piernas, obediente. Piensa que por lo menos no se ve tan mal.

—Quiero una felación —dijo él, acariciándole la mejilla con su pulgar áspero, luego arrancó el sujetador para verle los pechos—. Veamos si tu boca es tan inocente como parece.

Margaret cerró los ojos y se inclinó sin saber como carajos hacer algo asi. Sus movimientos eran torpes. Él gruñó, irritado.

—Maldita sea… —murmuró, sujetando su cabello con fuerza y apartándola de su entrepierna—. Eres malísima. 

—Nunca habia echo algo como esto

—Es comprensible.

Cuando la vio desde la barra se habia enamorado de ella a primera vista pero creyo que solo era su deseo y su acostumbrado lobo a identificar virgenes para saciar sus necesidades intimas.

La empujó de espaldas sobre la cama, le quitó la ropa antes de abrirle las piernas con rudeza mientras sus feromonas alfa impregnaban todo a su alrededor. Margaret sintió cómo su loba interior gemía de repulsión y miedo, pero también de ira asesina. Dante la empujó a gatas, sujetándola de la cadera. Saco un lubricante del cajón junto a la cama y lo vertió en su pene.

—Voy a entrenarte yo mismo. —Su voz era grave, oscura, cargada de deseo y crueldad. Sus ojos y su cuerpo cambiaron a un enorme hombre lobo,

Ella quiso gritar de odio, pero solo gimió cuando él la penetró de un solo golpe. Sintió el ardor desgarrándola por dentro, sus lágrimas mojaron las sábanas mientras él gemía con placer. Dante gruñó, su agarre en su cintura era casi doloroso.

—Por favor más suave, más despacio...

—Virgen… realmente lo eras… —jadeó con voz ronca, golpeándola con embestidas rítmicas y profundas—. Maldita sea… estás tan apretada… tan malditamente perfecta…

—¡Ahhh! ¡Más despacio, por favor!—grita con la cara enterrada en la almohada.

Margaret sintió cuando su cuerpo reaccionó involuntariamente. Su loba gritó en su mente, un aullido desgarrado y humillado. De pronto, sintió cómo su canal interno era sellado por algo caliente y pulsante. El nudo de Dante. La había anudado. Su estómago se infló a tal grado de sentirse aterrada. Ella se manifesto dejando salir a su loba interna. Su pelaje blanco perla se impregnó en los ojos de el.

—¡Ah… ah… no…! —gimió ella con la voz rota, mientras lágrimas calientes caían sobre sus mejillas— ¡detente!

—¡Mierda…! —maldijo él, enterrando su rostro en su cuello mientras su respiración era un gruñido animal—. Nunca… nunca había anudado a una mujer… jamás… ¿Qué me haces, chiquilla?

Su lobo interior surgió en sus ojos, brillando con una intensidad plateada mientras sus colmillos arañaban la piel de su hombro. Margaret jadeó cuando sintió un dolor punzante que atravesaba. así cerca de la clavícula. Él la mordió. La había marcado. Pero Dante, cegado por el placer, ni siquiera fue consciente de su acto. Solo siguió empujando dentro de ella como un lobo desenfrenado, gimiendo su nombre como un mantra.

—¡Ahh, carajos! ¡Margaret!

—¡Duele! ¡Detente por favor!

Fueron tres horas de tortura y nudo. Tres horas en las que Margaret deseó morir. Cuando finalmente se vino dentro abundante mente, al instante se desinfló el nudo, él la apartó como si fuera un juguete usado, derramando semen en su abertura manchada de sangre. El se puso de pie, se limpió con una toalla y sacó una tarjeta de su billetera.

—Te espero el lunes en mi despacho. No llegues tarde —dijo con su voz fría y dominante—. Mis hombres te darán un inhibidor para que no salgas embarazada. Aunque… es la primera vez que anudo a alguien. Ninguna mujer me había hecho surgir mi lobo interno por el placer extremo. Es irritante y emocionante a la vez.

La miró con detenidamente antes de lanzarle la tarjeta a la cama. Margaret la miró sin mover un solo músculo, su cuerpo adolorido, llena de su semilla, su entrepierna caliente y palpitante por la brutalidad del alfa.

Lo que Dante no sabía era que ningún inhibidor serviría después de un anudamiento y una marca. La había reclamado sin querer, sin siquiera saberlo. Y ella quedó embarazada al instante porque estaba ovulando.

Margaret cerró sus ojos azul cielo. Sintió el peso de su misión y la maldición de esa marca quemándole el hombro. La loba luna dentro de ella abrió los ojos, y en su mente, un aullido lleno de promesas se alzó en la oscuridad:

“Te haré pagar. A ti. Maldito lobo de m****a. A cada uno de tu familia.”

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