—Es comprensible.
Cuando la vio desde la barra se habia enamorado de ella a primera vista pero creyo que solo era su deseo y su acostumbrado lobo a identificar virgenes para saciar sus necesidades intimas.
La empujó de espaldas sobre la cama, le quitó la ropa antes de abrirle las piernas con rudeza mientras sus feromonas alfa impregnaban todo a su alrededor. Margaret sintió cómo su loba interior gemía de repulsión y miedo, pero también de ira asesina. Dante la empujó a gatas, sujetándola de la cadera. Saco un lubricante del cajón junto a la cama y lo vertió en su pene. —Voy a entrenarte yo mismo. —Su voz era grave, oscura, cargada de deseo y crueldad. Sus ojos y su cuerpo cambiaron a un enorme hombre lobo, Ella quiso gritar de odio, pero solo gimió cuando él la penetró de un solo golpe. Sintió el ardor desgarrándola por dentro, sus lágrimas mojaron las sábanas mientras él gemía con placer. Dante gruñó, su agarre en su cintura era casi doloroso.—Por favor más suave, más despacio...
—Virgen… realmente lo eras… —jadeó con voz ronca, golpeándola con embestidas rítmicas y profundas—. Maldita sea… estás tan apretada… tan malditamente perfecta… —¡Ahhh! ¡Más despacio, por favor!—grita con la cara enterrada en la almohada. Margaret sintió cuando su cuerpo reaccionó involuntariamente. Su loba gritó en su mente, un aullido desgarrado y humillado. De pronto, sintió cómo su canal interno era sellado por algo caliente y pulsante. El nudo de Dante. La había anudado. Su estómago se infló a tal grado de sentirse aterrada. Ella se manifesto dejando salir a su loba interna. Su pelaje blanco perla se impregnó en los ojos de el. —¡Ah… ah… no…! —gimió ella con la voz rota, mientras lágrimas calientes caían sobre sus mejillas— ¡detente! —¡Mierda…! —maldijo él, enterrando su rostro en su cuello mientras su respiración era un gruñido animal—. Nunca… nunca había anudado a una mujer… jamás… ¿Qué me haces, chiquilla? Su lobo interior surgió en sus ojos, brillando con una intensidad plateada mientras sus colmillos arañaban la piel de su hombro. Margaret jadeó cuando sintió un dolor punzante que atravesaba. así cerca de la clavícula. Él la mordió. La había marcado. Pero Dante, cegado por el placer, ni siquiera fue consciente de su acto. Solo siguió empujando dentro de ella como un lobo desenfrenado, gimiendo su nombre como un mantra. —¡Ahh, carajos! ¡Margaret!—¡Duele! ¡Detente por favor!
Fueron tres horas de tortura y nudo. Tres horas en las que Margaret deseó morir. Cuando finalmente se vino dentro abundante mente, al instante se desinfló el nudo, él la apartó como si fuera un juguete usado, derramando semen en su abertura manchada de sangre. El se puso de pie, se limpió con una toalla y sacó una tarjeta de su billetera. —Te espero el lunes en mi despacho. No llegues tarde —dijo con su voz fría y dominante—. Mis hombres te darán un inhibidor para que no salgas embarazada. Aunque… es la primera vez que anudo a alguien. Ninguna mujer me había hecho surgir mi lobo interno por el placer extremo. Es irritante y emocionante a la vez. La miró con detenidamente antes de lanzarle la tarjeta a la cama. Margaret la miró sin mover un solo músculo, su cuerpo adolorido, llena de su semilla, su entrepierna caliente y palpitante por la brutalidad del alfa. Lo que Dante no sabía era que ningún inhibidor serviría después de un anudamiento y una marca. La había reclamado sin querer, sin siquiera saberlo. Y ella quedó embarazada al instante porque estaba ovulando. Margaret cerró sus ojos azul cielo. Sintió el peso de su misión y la maldición de esa marca quemándole el hombro. La loba luna dentro de ella abrió los ojos, y en su mente, un aullido lleno de promesas se alzó en la oscuridad: “Te haré pagar. A ti. Maldito lobo de m****a. A cada uno de tu familia.”