Delies City nunca duerme. Sus calles están cubiertas de sombras, salpicadas por la luz sucia de los neones, donde el sexo y la muerte se rozan en cada esquina. Tomás, un joven detective atrevido y despiadado, sabe cómo moverse en ese pantano: seduce, corrompe y dispara sin dudar para encontrar la verdad. O algo que se le parezca. Cuando un cadáver aparece brutalmente mutilado en un callejón olvidado, Tomás se ve arrastrado a un caso tan oscuro como el corazón de la ciudad. La única pista: un tatuaje de cuervo y rumores que huelen a pólvora. Su búsqueda lo llevará a revolcarse —literalmente— entre criminales y traiciones. Especialmente con Rosario, una peligrosa joven con la que comparte noches ardientes y secretos mortales. Pero todo cambia con la llegada de Elizabeth, una detective tan distinta a él que solo podría significar problemas: fría, meticulosa, con una sonrisa capaz de desarmarlo más que cualquier bala. Mientras las sombras se ciernen y el deseo amenaza con consumirlo, Tomás tendrá que decidir hasta dónde está dispuesto a hundirse para resolver el misterio… O si prefiere perderse, entre besos que saben a pólvora y verdades que pueden matarlo.
Leer másEl frío fluorescente de la comisaría tenía una forma particular de meterse bajo la piel. Tomás caminaba por el pasillo principal con el maletín del arma en la mano, sintiendo que cada paso lo alejaba un poco más del calor sucio de las calles. El suelo brillaba con un pulido casi enfermizo, y el aroma a café quemado se mezclaba con sudor y papeles viejos.Elizabeth lo esperaba frente al laboratorio de balística, apoyada contra el marco de la puerta, revisando algo en su celular. Cuando lo vio llegar, levantó la vista. Sus ojos verdes parecían más claros bajo esas luces frías, y por un momento Tomás se distrajo con la forma en que la camisa blanca se ceñía a su torso, apenas húmeda por la llovizna persistente.—¿Listo? —preguntó ella, guardando el móvil.—Listo —respondió él, levantando el maletín. Esbozó una sonrisa torcida—. Vamos a ver si nuestro cuervo tiene la mala suerte de haber dejado su firma en algún proyectil.Entraron juntos. El técnico de balística, un hombre canoso y de mi
El viejo muelle estaba cubierto por una bruma espesa, restos de la tormenta que acababa de pasar. El olor a sal, a madera podrida y a petróleo se mezclaba en el aire, un aroma tan característico de Delies City que a Tomás le resultaba casi reconfortante. Casi.El galpón número 17 se alzaba al final del muelle como un monstruo dormido, con la pintura roja cuarteada y paneles metálicos oxidados que parecían dientes rotos. Una lámpara amarilla colgaba temblorosa sobre la entrada, parpadeando como si fuera a morir de un momento a otro.Elizabeth caminaba a su lado, su mano descansando sobre la culata del arma en su cinturón. Sus ojos verdes estaban concentrados, moviéndose sin parar, evaluando cada sombra, cada rincón. Tomás notó la tensión en sus hombros. A él le pasaba lo mismo, aunque lo disimulaba con su típica sonrisa torcida.—¿Qué te dijo exactamente tu informante? —preguntó ella en voz baja.—Solo que el hombre del cuervo estuvo aquí hace un par de noches, reuniéndose con tipos qu
Habían pasado cuatro días desde la aparición del cadáver en Darvin Alley. Cuatro días de llamadas sin respuesta, de puertas cerradas en la cara, de testigos que juraban no haber visto nada. Tomás empezaba a notar cómo la tensión se filtraba en su propia piel, dejándolo irritable, con un humor tan negro como el cielo que cubría Delies City.Estaba recostado contra su auto, fumando el enésimo cigarrillo del día, cuando Elizabeth apareció en la vereda opuesta. Llevaba un pantalón oscuro, camisa blanca y la chaqueta policial negra que moldeaba su figura con crueldad. Caminaba rápido, con esa seguridad felina que lo tenía tan atrapado.—¿Alguna novedad? —preguntó él sin moverse, soltando una nube de humo.Elizabeth negó con un suspiro. Sus ojos verdes parecían más opacos esa tarde.—Las cámaras del distrito industrial no muestran nada. O alguien manipuló los archivos, o nuestro pájaro negro sabe moverse sin dejar rastro.Tomás apretó los dientes, dejando que el filtro del cigarrillo se con
El sonido de la lluvia golpeando el parabrisas se mezclaba con la estática del celular. Tomás se frotó el puente de la nariz con dos dedos, frustrado. Había pasado la última hora haciendo llamadas a sus contactos: soplones, cantineros, putas de lujo, hasta un viejo informante de la morgue. Todos tenían retazos de historias, rumores, pero nada sólido.—¿Un tipo con un cuervo en el cuello? —se había burlado uno de ellos—. En esta ciudad, Tomás, todos tienen algo muerto tatuado en la piel.Cortó la llamada con un suspiro cansado y miró la pantalla del celular, vacía de mensajes. La noche estaba tan negra como su lista de pistas. Encendió otro cigarrillo, saboreando el amargo consuelo del tabaco. Cada calada era un latido lento que lo mantenía anclado.Miró alrededor. Estaba estacionado frente a un edificio gris, la lluvia resbalando por la chapa. En el asiento del acompañante reposaba un folder con fotos del cuerpo asesinado en Darvin Alley: cortes profundos, una expresión de sorpresa co
La lluvia caía sin tregua sobre Delies City, transformando las calles en un espejo roto de luces rojas y azules. Tomás conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo un cigarrillo casi consumido, mientras el humo bailaba en espirales lentas por el interior del auto.Había algo hipnótico en el modo en que la ciudad se desangraba tras el parabrisas. Goterones golpeaban el vidrio como si fueran dedos ansiosos, intentando entrar. Afuera, un perro famélico husmeaba bolsas rotas de basura. Un par de prostitutas se resguardaban bajo un toldo roto, hablando en murmullos urgentes, con miradas que se escurrían por las sombras.Tomás giró hacia el distrito industrial. Allí, las fábricas viejas se erguían como esqueletos oxidados. Al final de la calle, el cartel de neón de The Hollow parpadeaba en un rojo cansado: un dibujo vulgar de una copa rota con sangre goteando. Sonrió.—Encantador como siempre… —murmuró, apagando el cigarrillo contra el tablero.Al entrar, el olor a cerveza ranc
La lluvia martillaba contra las ventanas polvorientas del pequeño departamento, el repiqueteo constante llenando el silencio apenas roto por respiraciones agitadas. Afuera, Delies City respiraba con un jadeo oscuro: motores rugiendo, risas ebrias, algún grito ahogado que se perdía en la humedad nocturna.Adentro, en cambio, la atmósfera era más densa, más cargada. Como si el mundo entero se hubiera reducido al espacio entre dos cuerpos entrelazados.Tomás la tenía contra la pared, una mano aferrando con rudeza la cintura estrecha de Lía, la joven informante que aceptó el encuentro a cambio de algo más que dinero. Ella arqueó la espalda con un gemido entrecortado, sus uñas se clavaron en los hombros desnudos de Tomás, marcando líneas rojas que casi parecían florecer con cada embestida.—¿Así está bien…? —gruñó él, su voz ronca, cargada de urgencia y dominación.—Sí… sí, Tomás… —gimió Lía, con un tono que se mezclaba entre placer y un tenue miedo. Sus muslos temblaban alrededor de las c
Último capítulo