La comisaría de Delies City vibraba con un murmullo incesante esa madrugada. Teléfonos sonaban, radios crepitaban, oficiales caminaban con café en vasos descartables y rostros pálidos de sueño. Afuera, la tormenta había regresado, batiendo los ventanales con ráfagas de lluvia que parecían querer romperlos.
Tomás se abrió paso por el pasillo con el ceño fruncido. Detrás venía Elizabeth, revisando su celular con la linterna encendida para leer mensajes de último momento. Ambos caminaban a paso rápido hacia la sala de interrogatorios.
—¿Segura que lo trasladaron sin problemas? —preguntó Tomás, sin mirar atrás.
—El móvil informó que no hubo incidentes —respondió Elizabeth. Sus ojos verdes parecían aún más intensos bajo las luces frías del pasillo—. Está con dos agentes en la sala tres. Vamos a obtener la identificación esta noche, Tomás. Y con eso se termina este juego.
—¿Vos realmente creés que se termina? —soltó él con una sonrisa ladeada—. En Delies City nada termina. Solo cambia de fo