La cerradura giró con un leve chasquido y Tomás empujó la puerta de su departamento. Cerró con llave de inmediato. A pesar del cansancio y el dolor que se le acumulaban en la espalda, el sobre que llevaba entre las manos le hervía en los dedos. Su corazón latía con fuerza, con esa mezcla de ansiedad, miedo y esperanza que precede a un gran descubrimiento.
Se sentó frente a la mesa, encendió la lámpara de escritorio y dejó el sobre sobre la madera. Lo miró como si fuera un animal dormido. Respiró hondo, tragó saliva y lo abrió.
Primero cayó una foto, desgastada en los bordes. En ella aparecía un grupo de hombres, algunos uniformados, otros no. Pero su mirada se centró rápidamente en uno de ellos. No llevaba uniforme, pero su postura dominante y el leve gesto de arrogancia en su rostro destacaban entre los demás. El rostro de un líder. El rostro de un depredador.
Tomás volteó la foto. Tenía una nota escrita con letra temblorosa: “C.A. — El cuervo blanco. Te dije que todo llega.”
Frunció