El viejo muelle estaba cubierto por una bruma espesa, restos de la tormenta que acababa de pasar. El olor a sal, a madera podrida y a petróleo se mezclaba en el aire, un aroma tan característico de Delies City que a Tomás le resultaba casi reconfortante. Casi.
El galpón número 17 se alzaba al final del muelle como un monstruo dormido, con la pintura roja cuarteada y paneles metálicos oxidados que parecían dientes rotos. Una lámpara amarilla colgaba temblorosa sobre la entrada, parpadeando como si fuera a morir de un momento a otro.
Elizabeth caminaba a su lado, su mano descansando sobre la culata del arma en su cinturón. Sus ojos verdes estaban concentrados, moviéndose sin parar, evaluando cada sombra, cada rincón. Tomás notó la tensión en sus hombros. A él le pasaba lo mismo, aunque lo disimulaba con su típica sonrisa torcida.
—¿Qué te dijo exactamente tu informante? —preguntó ella en voz baja.
—Solo que el hombre del cuervo estuvo aquí hace un par de noches, reuniéndose con tipos qu