La lluvia caía sin tregua sobre Delies City, transformando las calles en un espejo roto de luces rojas y azules. Tomás conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo un cigarrillo casi consumido, mientras el humo bailaba en espirales lentas por el interior del auto.
Había algo hipnótico en el modo en que la ciudad se desangraba tras el parabrisas. Goterones golpeaban el vidrio como si fueran dedos ansiosos, intentando entrar. Afuera, un perro famélico husmeaba bolsas rotas de basura. Un par de prostitutas se resguardaban bajo un toldo roto, hablando en murmullos urgentes, con miradas que se escurrían por las sombras.
Tomás giró hacia el distrito industrial. Allí, las fábricas viejas se erguían como esqueletos oxidados. Al final de la calle, el cartel de neón de The Hollow parpadeaba en un rojo cansado: un dibujo vulgar de una copa rota con sangre goteando. Sonrió.
—Encantador como siempre… —murmuró, apagando el cigarrillo contra el tablero.
Al entrar, el olor a cerveza rancia, sudor y humo viejo lo recibió con la familiaridad de un amante decrépito. El lugar estaba apenas iluminado por bombillas desnudas y tiras de neón. Hombres enormes jugaban al pool mientras mujeres con poca ropa servían tragos y promesas que no durarían hasta el amanecer.
Tomás avanzó hacia la barra. Sus pasos resonaron sobre el piso pegajoso. A su alrededor, las conversaciones bajaron un tono, algunos lo miraron con recelo. Sabían quién era. Y algunos sabían que ese detective no jugaba limpio.
—Un bourbon —pidió, lanzando un billete arrugado sobre la barra.
El cantinero, un tipo con un ojo de vidrio, asintió sin hablar. Cuando volvió con el vaso, Tomás bebió sin pausa, dejando que el ardor bajara quemándole la garganta y avivándole el pulso.
—Busco a alguien con un tatuaje de cuervo en el cuello —dijo entonces, sin mirarlo.
El cantinero siguió secando un vaso, como si nada.
—Acá hay muchos pájaros… algunos vuelan, otros cantan. ¿Vos cuál sos?
Tomás dejó el vaso sobre la madera con un golpe seco, luego sonrió.
—El que dispara.
Por un momento se hizo silencio. Luego el hombre chasqueó la lengua y señaló con un leve movimiento de la cabeza hacia el fondo del local.
—Probá suerte con Cris, juega al póker en la mesa grande. Tiene amigos… con plumas.
Tomás asintió y comenzó a caminar, pero algo lo hizo detenerse. Un perfume dulce, con un dejo a tabaco y algo más, como flores marchitas.
Giró el rostro y entonces la vio.
Sentada en un sofá gastado, con una pierna cruzada y un cigarrillo entre los dedos rojos como su vestido, estaba Rosario. Su cabello oscuro le caía en ondas sensuales sobre los hombros, y sus ojos brillaban con una luz pícara que era puro veneno. Tenía la mirada clavada en él, como si lo hubiera estado esperando toda la noche.
Tomás sintió un cosquilleo en la nuca. Ella sonrió apenas, un gesto que mostraba un atisbo de dientes perfectos. Luego se mordió el labio inferior, lento, antes de soltar el humo del cigarrillo por la nariz.
—¿Detective? —su voz era un ronroneo que bailaba entre el humo y el pecado—. ¿Venís por trabajo… o por placer?
Él se acercó despacio. Cada paso se sentía como si el suelo pudiera desaparecer bajo sus pies. Cuando estuvo frente a ella, Rosario alzó la vista sin perder esa sonrisa ladeada.
—¿No pueden ser las dos cosas? —replicó Tomás, metiendo las manos en los bolsillos con una postura relajada, aunque por dentro su pulso martillaba.
—Tal vez —dijo ella, inclinándose un poco hacia adelante, lo suficiente para que el escote del vestido mostrara un atisbo tentador—. Pero cuando se mezclan, suelen terminar mal.
Tomás no contestó enseguida. Sus miradas se engancharon como anzuelos. Había un fuego en los ojos verdes de Rosario, uno que prometía noches sin dormir y mañanas llenas de arrepentimiento. Sintió el deseo subirle como un golpe de calor. Pero también sabía que ella era peligrosa. Todos en The Hollow sabían quién era Rosario. Y cuántos habían terminado arruinados por cruzarse con su sonrisa.
—Busco a un tipo con un cuervo en el cuello. —Al fin habló, con un tono duro que rompió el momento.
—Ah, pero qué lástima… —Rosario hizo un puchero fingido, luego se inclinó aún más, tan cerca que su perfume lo envolvió por completo—. Yo que pensaba ofrecerte otro tipo de pistas.
—¿Qué clase de pistas? —preguntó él, aunque la sonrisa torcida en su boca decía que ya lo sabía.
Ella se levantó sin aviso, se pegó a su cuerpo, con sus manos frías deslizándose por el pecho abierto de Tomás. Su aliento le acarició el oído.
—De esas que se buscan con la lengua, detective… —susurró. Luego se apartó de golpe y comenzó a caminar hacia una escalera estrecha al costado del salón—. ¿Venís o vas a seguir buscando pájaros?
Él dejó escapar una risa seca.
—Siempre supe que eras un maldito problema.
—Y vos siempre pareciste un hombre que disfruta los problemas —respondió ella desde la escalera, antes de desaparecer entre las sombras.
Tomás miró un segundo hacia donde estaba la mesa de póker. Luego alzó los hombros, se pasó la lengua por los labios y siguió a Rosario.
---
El cuarto al que ella lo llevó era pequeño, con una cama deshecha, un espejo manchado y cortinas pesadas que no dejaban entrar la luz de la calle. Rosario cerró la puerta con llave y se dio vuelta, con una mirada que era pura pólvora.
—¿Qué querés de mí, Rosario? —preguntó Tomás, sin moverse.
—Lo mismo que vos —dijo ella, mientras se acercaba despacio, soltando un tirante del vestido, que cayó sobre su hombro.
Cuando estuvo a su alcance, Tomás la tomó con fuerza de la cintura y la estrelló contra la pared, besándola con una furia que le arrancó un gemido ronco. Sus manos exploraron el cuerpo de Rosario con una urgencia cruda, arrancando tela, sintiendo la piel caliente debajo. Ella le devolvió el beso con dientes, mordiéndole el labio hasta hacerlo sangrar.
Se movieron hasta la cama, tropezando. Rosario lo empujó y se montó sobre él, sus caderas ondulando con un ritmo que era una amenaza y una promesa.
—¿Todavía querés hablar del hombre del cuervo? —jadeó, bajando para morderle el cuello.
—En este momento… —gruñó Tomás, sus manos enterrándose en las nalgas de ella—… me importa una m****a.
El sexo fue duro, rápido, casi violento. Sus cuerpos chocaron una y otra vez contra el colchón barato, haciendo que la cama crujiera como si fuera a romperse. Rosario se movía sobre él con una sonrisa salvaje, como si disfrutara tenerlo completamente rendido, aunque sabía que con Tomás nunca sería tan simple.
Cuando terminaron, quedaron respirando entrecortados, piel pegada con sudor. Rosario lo acarició con una delicadeza inesperada, su dedo dibujando líneas en el pecho de Tomás.
—El tipo que buscás estuvo aquí hace dos noches. Juega alto… y paga con sangre. —Sus ojos brillaron, oscuros—. Si lo encontrás, dale recuerdos de mi parte.
Tomás la miró, con una mezcla de deseo y peligro que se reflejó en su sonrisa torcida.
—Claro… pero después vas a tener que darme más que un nombre.
Rosario se inclinó y lo besó despacio, un beso que fue pura dinamita suave.
—Siempre vas a volver por más, Tomás. Ese es tu problema… y mi placer.
---
Cuando salió del cuarto, con la ropa arrugada y el sabor de Rosario todavía en la boca, Tomás se sintió más vivo que nunca. Afuera, Delies City seguía esperando, con sus secretos empapados de lluvia y pecado.
Y él estaba listo para ensuciarse otra vez.