Si no me amas, déjame ir
El padre de Fernando me llamó para avisarme: tenía que hacer que su hijo, el heredero alfa, regresara a casa cuanto antes. Al parecer, ya le habían elegido una pareja para un matrimonio pactado.
Pero Fernando estaba a mi lado, profundamente dormido, el torso desnudo, respirando con la tranquilidad.
Pensé que era una broma, así que lo empujé suavemente con el codo y solté una risa baja.
—Fernando, dicen que ya te encontraron prometida. ¿Qué opinas?
Él alzó una ceja, sin molestarse en abrir los ojos, y me rodeó la cintura con un gesto perezoso.
—Querida, entonces acuérdate de elegirme un traje bonito, ¿sí? Confío en tu gusto. Seguro la dejas impresionada.
Me quedé en silencio, los músculos tensos. Él lo notó. Abrió los ojos y soltó una risita burlona, como si todo fuera un chiste privado.
—Vaya, Ofelia, ¿esa carita qué? No me digas que de verdad pensaste que te iba a hacer mi Luna. Solo somos amantes de cama, ¿no?