Scarlet Simón lo tenía todo planeado: una boda perfecta, una vida estable… hasta que descubrió que su prometido le era infiel. Humillada y furiosa, termina cruzándose por accidente con Derek Lauren, a quien confunde con un simple guardia de seguridad. Pero Derek no es lo que parece. Es el alfa supremo, el líder de los hombres bestia… y acaba de encontrar a su luna. Scarlet es su compañera destinada. Y si no logra completar el vínculo con ella en los próximos dos meses, morirá. Aprovechando la confusión, Derek acepta ser su amante temporal. Pero cuando Scarlet, sobria y avergonzada, intenta alejarlo, la amenaza de su madre enferma de cáncer y la presión social la empujan a hacer lo impensable: casarse con él. ¿Qué hará Scarlet cuando descubra que su “esposo pobre” no solo es millonario, sino también el dueño del laboratorio donde trabaja… y parte de una especie que siempre ha despreciado? ¿Podrá Derek conquistar su corazón antes de que el tiempo se agote? ¿Y será Scarlet capaz de dejar atrás sus prejuicios… o rechazará al único hombre que podría salvarla a ella también?
Leer másLos licántropos son inmortales, pero con una condición: deben marcar a su pareja antes de cumplir 300 años. De lo contrario, la muerte los alcanza.
Su lobo interior comienza a debilitarse por la ausencia de su compañera, y la soledad termina por consumirlos.
Para el alfa supremo, el más fuerte entre los lobos, la resistencia es mayor, pero incluso ellos tienen un límite. Ninguno ha logrado vivir más allá de los 600 años.
Derek Laurent, alfa supremo del norte, está a solo 60 días de cumplir seis siglos. La necesidad de encontrar a su luna no es solo una urgencia emocional… es cuestión de vida o muerte.
Pero encontrarla no resuelve el problema. Si quiere evitar ese cruel destino, debe completar el vínculo sagrado mediante la marca que los une. Y no es tan sencillo como se supone, debido a que la luna debe aceptarlo.
Sin embargo, el problema de Derek no es únicamente la muerte, sino lo que pasaría después de su fallecimiento, ya que es el último de su linaje.
Aunque el padre de Derek aún vive, ya no posee el poder para gobernar a los lobos. Debido a que el día en que Derek tuvo su primera transformación, la marca suprema, aquella que, a ojos humanos, parece un simple tatuaje grabado en el dorso de la mano izquierda, pasó a él mágicamente.
El poder lo eligió, como ha hecho siempre con el primogénito.
Desde entonces, su padre pasó a ser consejero, un observador, y un guía al margen del trono.
Esa marca representa mucho más que poder. Es una llama viva, que a su vez es un llamado silencioso que toda criatura siente en los huesos cuando Derek se acerca.
No necesita alzar la voz. Su sola presencia impone.
Pero ahora… ese poder podría apagarse para siempre.
Si Derek muere sin descendencia, sin alguien que herede el legado supremo, el trono quedará vacío. Y sin un rey, las manadas perderán el control y se convertirán en bestias sin rumbo y sin ley.
Frente al altar ancestral, rodeado de runas que brillaban con una luz tibia, Derek permanecía de pie, con el rostro inexpresivo y las manos en los bolsillos del abrigo.
A su lado, Lioran, su beta, guardaba silencio, sin saber qué decir o hacer para consolar a su rey y amigo.
Dentro de Derek, Yeho, el orgulloso lobo interior, bramaba con temor, pero no temía a la muerte.
Temía no haber vivido. No haber amado. No haber sentido nunca ese fuego que todos los supremos describen al tocar a su compañera por primera vez.
#Quiero vivir#, rugió Yeho por centésima vez.
#Yo también, compañero… pero no solo vivir por vivir. Quiero encontrar a nuestra luna. Saber lo que es pertenecer. Vibrar con otro corazón. Amar, arder, reír… Pero el tiempo se nos va como arena entre los dedos#, respondió Derek, con un dolor que se le enredaba en la garganta.
—Derek… hijo mío.
La voz grave de su padre lo sacó de su tormenta interna.
Derek se giró lentamente, sin perder la compostura, aunque los hombros le pesaban.
—Padre… —musitó, sin energía—. No es común verte en este lugar.
El viejo rey forzó una sonrisa, pero Derek captó el nerviosismo bajo su máscara.
—Espero que no hayas venido con otra idea absurda de meter a una loba fértil en mi cama —advirtió con cansancio.
—No —respondió su padre con una calma inquietante—. Esta vez no. Lo que vengo a proponerte… es nuestra única salida. Hagamos un hechizo antiguo y prohibido.
Derek lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Qué estás diciendo?
—Que realicemos un ritual. Para transferirme de nuevo el mandato supremo.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¡Eso es una locura! El legado solo puede heredarlo el primogénito. Siempre ha sido así, y lo sabes.
—Y, sin embargo… existen registros ocultos. Fórmulas olvidadas. Al menos intentémoslo, ahora que aún queda tiempo —insistió el anciano alfa, con los ojos encendidos por una fe ciega y por una ambición desmedida de volver a acariciar el poder —. No tenemos nada que perder.
Derek sintió cómo algo se rompía dentro.
—¿Y si el precio es el alma? ¿Y si también mueres en el proceso?
—Si perdemos el alma, es un riesgo necesario. De todos modos, estás condenado a morir. ¿Qué importa si al menos intentamos salvar a los nuestros?
Derek respiró hondo, mientras observaba la marca de supremacía.
—No tienes que recordármelo —murmuró, apretando la mandíbula—. Cada noche me lo recuerda mi lobo. Y cada amanecer sin mi luna… Pienso atesorar los días que me quedan como si fueran lo más valioso que he tenido nunca.
—Tus palabras suenan egoístas, Derek. ¿Prefieres atesorar dos meses, que, para un lobo, no son más que un abrir y cerrar de ojos, que intentar algo que podría salvar a nuestra especie?
—No soy solo un alfa. También soy un hombre, ¿recuerdas? Estoy cansado, padre.
—¡Eres un supremo! —gruñó su padre, avanzando un paso—. ¡Y un supremo no se pertenece! Se debe a su manada, y a su estirpe.
Derek bajó la mirada al altar. A la piedra agrietada donde tantos reyes fueron coronados… y enterrados.
—Sabes que, si hacemos eso… iremos contra todo lo que somos. Contra las leyes de la diosa. Sin alma, no hay renacimiento.
—Precisamente por eso debemos actuar —insistió su padre—. Aún conservo el vínculo con tu madre. Sigue intacto. Si el hechizo funciona, el mandato supremo podría regresar a mí. Podríamos intentarlo de nuevo. Tal vez esta vez… tengamos éxito. Porque si este poder de supremacía muere contigo, el caos devorará cada región. Ya lo está haciendo. Las manadas menores se despedazan sin guía. ¿De qué sirve un supuesto renacimiento, cuando no quedará nada nuestro?
Derek no dijo nada.
—¿O es que aún crees que vas a engendrar un hijo en estos dos meses? —preguntó el anciano, con tono amargo.
Derek sintió cómo algo estallaba en su interior.
—¡He intentado todo! ¡Todo lo que estaba permitido… y lo que no! —soltó, alzando la voz por primera vez—. Loba tras loba. Ritual tras ritual. ¿Y crees que no me duele? ¿Qué no me he sentido como un maldito monstruo, buscando desesperadamente un milagro entre cuerpos vacíos?
—Hijo, deja de explicarte. Solo actúa de manera inteligente. Yo soy inmortal, puedo gobernar eternamente. E incluso soy capaz de engendrar un heredero. Si el hechizo funciona… el mandato supremo puede regresar a mí. Podríamos intentarlo de nuevo. Tal vez esta vez…
Derek lo miró, y sus ojos ámbar se volvieron fuego. No sabía si su padre hablaba por desesperación… o por ambición.
Pero ya no importaba. Porque el peligro no era solo su muerte, sino que era el fin de su estirpe.
Y con ella, el fin de todo.
Incluso el de la raza humana… esa que conocía su existencia, esa que los temía, que los señalaba como aberraciones. Que los llamaba hombres bestia.
«No lo hagas. Tu padre solo quiere recuperar el poder. No le creas, Derek. No pongas tu espíritu en juego por su ambición», susurró Lioran, su beta, a través del vínculo mental.
Derek cerró los ojos por un instante.
«Sea por ambición o por destino… si este legado se pierde, los nuestros caerán igual», respondió con la misma serenidad de siempre, aunque por dentro, ardía.
Y entonces, abrió los ojos y los fijó en su padre.
—Si una semana antes de mi cumpleaños no he encontrado a mi compañera… realizaremos ese ritual.
—Hijo, no perdamos tiempo. Esta noche es el momento.
—No, padre. Ya fui claro con mi condición. ¿Lo tomas o lo dejas?
—¿Hijo? ¿En serio… encontraste a tu luna? —preguntó Ana con la emoción como si le acabaran de anunciar que iba a ser abuela.Derek tragó saliva, respiró hondo y activó su don para disimular lo que bullía dentro de él como lava en un volcán a punto de estallar.Negó con la cabeza, con un gesto tan frío y controlado que habría engañado a cualquiera… excepto, quizás, a su madre. Pero no podía decirle la verdad. No aún. Ella compartía un lazo tan profundo con su padre, que si se lo confesaba, era solo cuestión de horas antes de que él también lo supiera. —Lo que están viendo en mí… —comenzó con tono neutro, como si leyera un informe técnico—. Este episodio de fiebre, agitación, y esas cosas… no es por el vínculo real. Es sintético.Mario frunció el ceño como si acabara de oír que su hijo se inyectaba emociones de laboratorio.—¿Eh?—¿Qué? —repitió Ana al unísono—. No te entiendo.Derek chasqueó la lengua con resignación. Estaba claro que mentir no bastaba. Iba a tener que disfrazar su
Esa noche, cuando Derek cruzó los terrenos de la manada y llegó a su residencia, lo recibió el inconfundible y escalofriante aroma a sangre fresca.Apenas abrió la puerta, su madre apareció con una sonrisa sospechosamente maternal… y una sopera de porcelana en las manos.—Hijo, hazlo por mí —rogó, extendiendo el recipiente con un gesto dramático—. Si consumes sangre de vampiro, podrías mantenerte con vida… incluso hasta más de mil años. Todavía hay tiempo. Tienes dos meses para acondicionarte. Muchos lobos han sobrevivido así.Derek arrugó la nariz. El olor le revolvió las entrañas.—¿Estás bromeando? —susurró con voz grave, helada.Su madre no se inmutó. Siguió ofreciéndole la sopa infernal, con la esperanza temblando en los ojos.—La dueña de esta sangre está dispuesta a vivir a tu lado. Sería tu reina. Haría cualquier cosa por ti… y lo sabes.Derek levantó la mano con fuerza y, sin tocarla, la sopera salió disparada por los aires, estrellándose contra la pared.Un baño rojo cubrió
—Scarlet Emilia Simón, te casas o me ves morir. Decídete ahora mismo. ¿Qué harás? —espetó su madre con la teatralidad de una telenovela venezolana, llevándose la mano al pecho como si fuera a desplomarse allí mismo.Scarlet apretó los puños, los dientes… y las ganas de gritar. Temblaba como una tetera al borde del hervor, conteniendo una furia que le chispeaba por los poros.—Ya basta, madre. Estoy cansada. ¡Harta! —exclamó al borde del colapso—. Hoy no me voy a casar por tu capricho, ni aunque convoques a todos los santos del universo.Doña Magnolia, experta en chantajes emocionales, dio un paso dramático hacia adelante. Pero Derek se interpuso como un muro entre ambas.—¿¡Qué clase de madre eres!? —gritó Scarlet, fuera de sí—. ¡Te acabo de decir que el hombre que amaba me engañó... y tú en vez de consolarme me empujas a los brazos de un extraño!El lobo dentro de Derek gimió. Literalmente. Aullaba como cachorro sin huesito.Derek bajó la cabeza, derrotado. No podía hacer nada. Su lu
Derek cerró los ojos, derrotado, y suspiró con fuerza. Estaba desesperado, pero no podía obligarla.—Está bien. Pero… ¿y si al menos fuéramos amigos? No sé… cuando consiga trabajo te invito un café. Para agradecerte por dejarme dormir aquí esta noche. Aunque me tiraste al suelo. Dos veces.Scarlet se quedó en silencio. Estaba dispuesta a decirle que no, que se fuera, que no quería saber nada de ningún hombre… pero se miró a sí misma, recordó que él no la había tocado sin permiso, no le robó nada, y hasta le trajo agua. ¿Y si realmente era buena persona?«Estoy loca por confiar en alguien a primera vista», pensó.—Está bien. Una taza de café no mata a nadie —largó sin pensarlo mucho, cruzándose de brazos mientras lo miraba con el ceño aún fruncido.Derek asintió y buscó su camisa del suelo. Mientras se la abotonaba con toda la calma del mundo, Scarlet no pudo evitar notar que, en su mano izquierda, justo por encima del nudillo, había un pequeño símbolo que parecía brillar levemente co
Derek se quedó congelado. Yeho, dentro de él, gimió con el corazón hecho trizas. Su luna acababa de rechazarlo… así, sin anestesia.Derek desvió la mirada, cerró los ojos y movió la cabeza de lado a lado. Respiró hondo y activó su poder, regulando su temperatura para no delatarse. Tenía que controlarse. Lo último que necesitaba era que ella lo alejara.—No soy un hombre bestia —masculló entre dientes, casi indignado.Intentó inclinarse para besarla. Pensaba que si ella sentía la conexión entre ellos, si tocaba ese lazo que los unía, dejaría de temerle. Pero Scarlet giró el rostro con un bufido y, en su lugar, fijó la vista en sus propias manos.—¿Qué... qué es eso? —preguntó de pronto, señalando algo.Derek siguió su mirada y vio una línea roja incandescente, vibrante y delgada como un hilo de fuego, que se entrelazaba entre sus manos.No los ataba, pero flotaba entre ellos.Derek frunció el ceño.«¿Cómo era posible? Es el vínculo incompleto. Los humanos no pueden ver esa conexión.
Cuando Derek llegó al parqueo arrastrando a Scarlet, que se tambaleaba como una marioneta borracha, encontró a Lioran, su beta, y a Raiden, su primo y actual regente militar de la manada, esperándolo junto a un coche de vidrios polarizados.Ambos la miraron de pies a cabeza. Scarlet, con el vestido torcido, el maquillaje a medio camino de un desastre y una sonrisa bobalicona, parecía todo menos peligrosa.—Es... una humana de lo más normal —murmuró Raiden por el vínculo mental, cruzando una mirada con Lioran—. Ojalá no sea problemática.No lo decía por desprecio, sino por experiencia: los humanos rara vez aceptaban el lazo con un lobo. Más del ochenta por ciento de esas uniones terminaban en rechazo… o en tragedia.—Alfa —dijeron al unísono en voz baja cuando Derek se acercó, pero el gruñido que salió del pecho de su líder los hizo retroceder un paso.#Par de inútiles. No vuelvan a llamarme “alfa” delante de mi luna. Desde este momento, solo soy un hombre desempleado. Un guardia de se
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