Él lo tenía todo: fama, dinero y el mundo a sus pies. Pero el pasado nunca se olvida… y cuando su carrera se tambalea, un viaje inesperado lo lleva de vuelta a donde todo comenzó. Ella fue su primer amor, la única mujer que logró hacerle creer en el "para siempre", pero también la que más lo lastimó. Ahora, el destino los obliga a enfrentarse de nuevo. Lo que empieza como un reencuentro incómodo se convierte en un huracán de emociones, recuerdos y verdades ocultas. ¿Podrán resistirse a lo que aún arde entre ellos o el amor que dejaron ir volverá con más fuerza que nunca?
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Dicen que uno nunca debe mirar atrás. Que el pasado es mejor dejarlo donde pertenece: atrás. Y yo, hasta hace unas semanas, creía firmemente en esa idea.
Pero aquí estoy. De vuelta en el único lugar al que juré no regresar jamás.
La carretera serpentea entre colinas cubiertas de árboles, y a medida que el auto avanza, la sensación de encierro se vuelve más sofocante. Años acostumbrándome a los flashes de los paparazzi, a las luces brillantes de Los Ángeles y a los hoteles de cinco estrellas… para terminar aquí, en este maldito pueblo donde cada esquina me recuerda quién fui antes de ser lo que soy.
Antes de convertirme en el actor de moda. Antes de que mi nombre estuviera en las marquesinas de los cines. Antes de que cada paso que diera se convirtiera en carne fresca para la prensa sensacionalista.
—No tienes opción, cabrón —gruño en voz baja, golpeando el volante con los dedos.
La verdad es que esto no es un viaje de placer. No es que haya decidido venir a reencontrarme con mis raíces o hacer turismo nostálgico. No. Estoy aquí porque, después del escándalo que casi me destruye, mi agente pensó que desaparecer por un tiempo era lo mejor para mi imagen.
«Vuelve a tu casa, relájate, mantente alejado del escándalo», dijo con su tono profesional y condescendiente. Como si la simple idea de regresar a este pueblo no me revolviera el estómago.
Pero no tuve alternativa.
La última película que protagonicé, la que supuestamente me consolidaría como el mejor actor de mi generación, terminó convirtiéndose en un infierno. No por el guion, ni por el director. No. Fue por mi coprotagonista, la actriz a la que, según los tabloides, había seducido… y después destrozado.
El problema es que no era cierto. Bueno, no del todo.
Salimos un par de veces, sí. Nos besamos en lugares públicos, también. Pero nunca le prometí nada. Nunca le di razones para que creyera que yo sería su próximo gran amor. Pero en este negocio, la verdad importa poco cuando la mentira vende más.
Y la mentira que vendió la prensa fue que yo era el cabrón sin corazón que jugaba con las mujeres y las dejaba tiradas.
Así que, en un intento desesperado por limpiar mi imagen, terminé aquí. De vuelta en el pueblo del que escapé hace más de una década.
La entrada no ha cambiado. El viejo letrero con el nombre del pueblo sigue ahí, inclinado, con la pintura descascarada. Las casas bajas y las calles tranquilas, el ritmo pausado, las mismas fachadas de siempre. Todo parece exactamente igual… y, sin embargo, siento que estoy entrando en un lugar desconocido.
Porque el que regresa no es el mismo que se fue.
Porque yo ya no pertenezco aquí.
Y porque aquí sigue ella.
Me entero apenas cruzo la avenida principal, cuando me detengo en un semáforo y mis ojos, sin querer, se desvían hacia la acera. Un grupo de mujeres conversa frente a una cafetería. Ríen, gesticulan. Y entre ellas… está ella.
El tiempo se detiene.
El tráfico, la música baja de la radio, el sol filtrándose por el parabrisas. Todo desaparece. Todo se reduce a esa silueta, a esa mujer que no he visto en años pero que aún podría reconocer en medio de una multitud.
Su cabello, su forma de moverse, la manera en que se lleva una mano al cuello mientras se ríe. Todo es ella.
Todo es un maldito recordatorio de lo que dejé atrás.
Y de lo que nunca volví a tener.
Mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro. Aprieto el volante con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. Contengo la respiración sin darme cuenta. El instinto me dice que arranque el auto y me largue de ahí antes de que…
Demasiado tarde.
Ella me ve.
Nuestros ojos se cruzan, y el efecto es inmediato. Un golpe directo al pecho, como si me hubieran vaciado un cubo de agua fría en plena espalda.
No sé qué esperaba. Tal vez indiferencia. Tal vez que desviara la mirada y siguiera con su vida como si yo no estuviera ahí.
Pero no.
Sus labios se separan apenas. Sus ojos, enormes y oscuros, se clavan en los míos. Y por un segundo —uno maldito segundo— creo ver algo en su expresión. Sorpresa. Dolor. Rabia.
Después, parpadea y todo desaparece. Su rostro se endurece. Sus hombros se tensan. Y sin más, se da la vuelta y se mete en la cafetería sin dignarse a mirarme otra vez.
Un claxon me arranca del trance. El semáforo ha cambiado y los autos detrás de mí empiezan a impacientarse. Maldigo entre dientes y acelero, alejándome de ahí lo más rápido que puedo.
El corazón me golpea en el pecho. Los pensamientos se me arremolinan en la cabeza.
M****a.
Todo era más fácil cuando ella era solo un recuerdo lejano. Cuando podía convencerme de que lo que sentimos alguna vez ya no existía.
Pero ahora lo sé.
Ignorarla no va a ser tan fácil como creía.
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NICOLÁSNunca me había costado tanto mantener la compostura como esta noche.Las luces del escenario ya estaban encendidas, el murmullo del público llenaba el salón y mis compañeros caminaban de un lado a otro, bromeando, haciendo como si todo fuera normal. Pero yo no podía pensar en otra cosa. No podía pensar en otra persona. Porque en cuanto la vi entrar, supe que la noche iba a ser un desastre para mi equilibrio emocional.Camila.Estaba ahí. De pie, junto a su hermana o una amiga —no lo pude distinguir bien desde mi lugar tras bambalinas—, vestida con un conjunto sencillo que aun así la hacía resplandecer como si tuviera luz propia.
CAMILAA veces me pregunto si no estaré rota por dentro. Si esa parte de mí que alguna vez creyó, que soñó, que se entregó sin miedo, ya no existe. Porque, aunque los días pasan y la rutina debería ser un bálsamo, lo cierto es que me siento más fuera de lugar que nunca. Como si no importara lo que haga, siempre me faltara algo. O, peor aún, alguien.Y odio admitirlo, pero ese alguien sigue siendo Nicolás.No debería ser así. Después de todo lo que pasó, de todo lo que dolió, de todas las promesas rotas y de las lágrimas que nunca se vieron… no debería. Pero lo es.Cada vez que su
NICOLÁSVolver al pueblo no fue una decisión racional. No fue algo que pensé, planifiqué y ejecuté como parte de una estrategia para lavar mi imagen después del escándalo mediático. Al menos, no del todo. En parte, sí. No voy a mentirme. Pero si me detengo un segundo a escarbar entre los motivos, me doy cuenta de que había algo más. Algo que no quise nombrar por miedo, por orgullo… por cobardía.Camila.Siempre fue ella.Pero ahora, después de tantas idas y venidas, después de miradas rotas, palabras afiladas y silencios ensordecedores, entiendo que no puedo seguir orbitando alrededor de su rechazo como si mi vida
CAMILAEl sonido del reloj marcando las horas se convirtió en el único testigo de mi insomnio. Cada tic-tac era un recordatorio de que, a pesar del tiempo, el dolor seguía ahí, latente, como una herida que nunca terminó de cerrar. Me levanté de la cama, incapaz de seguir fingiendo que el sueño vendría por sí solo. La cocina me recibió con su s
NICOLÁSLo recuerdo con una claridad que a veces me asusta. El sonido seco de la puerta cerrándose tras de mí. La expresión herida de Camila. La forma en que sus ojos se llenaron de lágrimas y, al mismo tiempo, de una determinación feroz. Ese fue el momento en que todo se rompió. El momento en que la perdí. No cuando me fui del pueblo. No cuando empecé a salir con otras mujeres para llenar un vacío que nunca se llenó. No cuando decidí quedarme en la ciudad, fingiendo que lo tenía todo bajo control. No. La perdí ese día, con esa mirada. Y aunque pasaron los años, ese recuerdo sigue siendo la piedra que no puedo quitarme del zapato. Me tortura. Me pesa. Y, joder, me hace arrepentirme cada segundo de mi vida.Ahora la tengo cerca. No como antes, claro. Está cerca en distancia, pero a años luz de mí emocionalmente. Y lo entiendo. Me odia, me teme, desconfía de mí. Tiene todas las razones del mundo para hacerlo. Pero eso no hace que mi deseo de enmendar las cosas desaparezca. Al contrario.
CAMILANo me reconozco.No soy la mujer segura que juré ser cuando Nicolás se marchó de mi vida. No soy la Camila que se prometió a sí misma que nunca más dejaría que él tuviera poder sobre sus emociones.Soy un desastre.Y todo por su culpa.No importa cuánto intente convencerme de que lo mejor es alejarme, de que todo esto solo me llevará al mismo dolor de antes. Mi cabeza lo sabe, pero mi corazón… mi corazón está empezando a traicionarme.Cada vez que lo veo, cada vez que su mirada se clava en la mía con esa intensidad que me desarma, siento que todo mi esfuerzo por mantenerlo a raya se desmorona. Nicolás no e
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