Camila huye de un matrimonio tóxico, pero deja atrás lo más valioso: su hija. Para recuperarla, debe demostrar que puede darle un hogar estable y un futuro seguro. La oportunidad llega cuando empieza a trabajar en la prestigiosa revista Libertaria, bajo las órdenes de Julián Ortega, un jefe frío, exitoso… y tan atractivo como inaccesible. Él está contra las cuerdas: si no demuestra ser un hombre dulce y con pareja estable, perderá el puesto por el que ha sacrificado todo. Ella necesita una casa. Él necesita una novia falsa. El trato parece perfecto… hasta que las mentiras empiezan a confundirse con sentimientos reales. ¿Podrán mantener la farsa sin que sus corazones los traicionen?
Ler maisLa recepcionista de Libertaria, igual que el día anterior, vestía en la escala de grises. En cuanto me acerqué, me observó por encima de sus gafas.—¿Qué desea, señorita? —preguntó.—Soy la nueva asistente del señor Julián Ortega —dije con una amplia sonrisa y extendí la mano hacia ella—. Un gusto.—Pero ayer usted no se presentó a la entrevista.—Claro que sí —dije—. Fui la última en llegar, ¿recuerda?Entonces la mujer alzó ambas cejas y su boca pintada de carmín dibujó una «O».—¡Claro! ¡La chica del vestido rojo que llegó tarde! ¡Ay, es que ahora te ves… Diferente! —La mujer rio divertida, yo tragué con la sonrisa vacilando en los labios—. Dime cuál es tu nombre para verificarlo.—Camila Rivas.La mujer buscó en el ordenador de su escritorio y confirmó mi identidad.—Bienvenida, Camila. Tu oficina está al lado del señor Julián. En cuanto puedas, pasa por Recursos humanos en el tercer piso—. Luego la mujer hizo una expresión extraña: me contempló como si estuviera condenada a muert
Había metido la pata durante toda la entrevista. Ese hombre parecía decidido a no contratarme y yo estaba al borde del colapso, necesitaba el empleo. Miré sus ojos fríos y se me ocurrió una idea desesperada, no me daría por vencida tan fácil.—Quiero proponerle un trato. Póngame a prueba. Deme un mes y si quiere no me pague. Si al cabo de ese mes no está satisfecho con mi trabajo, renunciaré.Julián Ortega ladeó la cabeza de nuevo y en sus ojos apareció un inesperado brillo de curiosidad, la primera emoción en ese rostro tan serio.—¿Sin paga durante un mes? —preguntó.—Sin paga —confirmé y me abofeteé mentalmente, necesitaba el dinero.—Usted no debería ser periodista, sino negociadora. —Él extendió una mano grande hacia mí, la cual estreché—. Tenemos un acuerdo. Le seré sincero, solo le doy el empleo porque están obligándome desde arriba a hacerlo, pero si en un mes usted no está a la altura, renunciará.Tragué.—En un mes será usted quien me pida que no me vaya.Julián Ortega alzó
CamilaEl GPS indicó «Giré a la izquierda en doscientos metros». Así lo hice y el edificio de cuatro pisos y ladrillos rojos donde funcionaba la revista apareció frente a mí. La urgencia por llegar a tiempo hizo que olvidara mis nervios, pero ahora que me estacionaba estos volvían y hacían estragos. Me miré en el espejo retrovisor y verifiqué mi maquillaje y mi cabello. Exhalé un par de veces para tranquilizarme, tomé el bolso y salí del auto.Libertaria era una revista de actualidad, pero con un corte rebelde que le había ganado tanto fans, como detractores. Yo era una de sus fans. Admiraba el estilo directo y valiente de la mayoría de sus artículos y lo que menos pensé fue que un día trabajaría con ellos. Estar ahí no solo era una segunda oportunidad, también era el sueño de la periodista en la que deseaba convertirme.Una que, si obtenía el puesto, iría más cómoda a trabajar. Luego de varios pasos, la abertura al frente de mi vestido rojo se subió peligrosamente. Lo bajé y me ac
CamilaLa cabeza me palpitaba dolorosamente. Abrí los ojos y la luz fue una tortura.Pero peor fue no reconocer donde me encontraba.—¿Dónde estoy?Me incorporé de golpe, una toalla resbaló de mi torso, estaba desnuda.—¡Por Dios!Aparté la colcha, solo llevaba puesta las bragas. Me levanté y corrí hasta el espejo de la cómoda. Mi cabello lucía despeinado, el maquillaje corrido.—¡Dios mío! ¡¿Qué pasó anoche?!Me toqué, me examiné en el espejo sin saber muy bien qué buscaba. Todo parecía en orden. ¿Pero cómo había llegado ahí?—¡Mierda, mierda, mierda!Mi ropa estaba doblada sobre la cama. Me la puse a las carreras y vi que la camiseta lucía una gran mancha en el centro… y apestaba a vómito. Poco a poco, recordé. Emilio fue a casa de mis padres y se llevó a Isa. La zozobra volvió. Tenía que recuperar a mi niña. Recordé qué, decepcionada, quise olvidar. Tomé dos gin-tonics en un bar y había dos hombres. Tenía la impresión de que Emilio me sacó de ahí en su auto.—Lo vomité. Tuvo que
JuliánCada vez que gritaban en el fondo del bar, los ojos de Santiago se deslizaban hacia la pantalla que transmitía el juego. Demoraba un rato tratando de ver si algún equipo había anotado y después volvía a mirarme. —Ajá, entonces los viejos de la junta directiva de la revista quieren que te cases. —Mi hermano estalló en una carcajada y yo rodé los ojos. —No es gracioso —dije fastidiado.—Claro que lo es. —Volvió a reír—. Aunque si lo piensas, tiene sentido. Sí el serio editor en jefe con pinta de verdugo está casado con una dulce mujer, mejoraría la percepción actual de la revista.—Es absurdo, Santiago. —Bebí un trago de mi cerveza—. Mi vida sentimental no tiene por qué afectar la credibilidad de la revista. «Goooooool».El bar entero pareció venirse abajo. Mi hermano olvidó nuestra conversación, se levantó y empezó a gritar como un loco. El Barsa había anotado.Cinco minutos después recordó que estaba conmigo y que hablábamos.—Ajá, entonces… ¿En qué estábamos? Ah, sí, tu mat
CamilaMe levanté de la alfombra. Había sido una estúpida por creer que podía solucionar algo. El corazón me dolía, tenía el alma en pedazos.Tomé una decisión. Agarré una bolsa de viaje y empaqué algunas prendas de ropa. Busqué mi cartera, guardé las tarjetas de crédito y el poco efectivo que tenía y salí del dormitorio. Hubiera deseado ser más fuerte y no temblar de pies a cabeza. Una neblina enturbiaba mi mente, no podía pensar con claridad. Toqué la puerta del cuarto de Isabella.—¿Cami, estás bien? —Diana se me acercó con la angustia pintada en rostro—. Escuché los gritos. No sabía si salir. No quería empeorar las cosas. No pude mirarla a la cara. La vergüenza no me lo permitía. Otra vez lo mismo. ¿Cuántas peleas había presenciado Diana? Yo seguía siendo la estúpida de siempre y ella lo sabía, todos a mi alrededor lo hacían. Observé a Isabella entre las lágrimas que me empañaban la visión. Tenía que ser fuerte por ella. —¿A dónde irás? —me preguntó Diana.—No lo sé. No sé q
Último capítulo