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CAPITULO 4: Una camiseta con olor a vómito y un vestido Chanel rojo

Camila

La cabeza me palpitaba dolorosamente. Abrí los ojos y la luz fue una tortura.

Pero peor fue no reconocer donde me encontraba.

—¿Dónde estoy?

Me incorporé de golpe, una toalla resbaló de mi torso, estaba desnuda.

—¡Por Dios!

Aparté la colcha, solo llevaba puesta las bragas. Me levanté y corrí hasta el espejo de la cómoda. Mi cabello lucía despeinado, el maquillaje corrido.

—¡Dios mío! ¡¿Qué pasó anoche?!

Me toqué, me examiné en el espejo sin saber muy bien qué buscaba. Todo parecía en orden. ¿Pero cómo había llegado ahí?

—¡Mierda, m****a, m****a!

Mi ropa estaba doblada sobre la cama. Me la puse a las carreras y vi que la camiseta lucía una gran mancha en el centro… y apestaba a vómito. 

Poco a poco, recordé. Emilio fue a casa de mis padres y se llevó a Isa. La zozobra volvió. Tenía que recuperar a mi niña. 

Recordé qué, decepcionada, quise olvidar. Tomé dos gin-tonics en un bar y había dos hombres. 

Tenía la impresión de que Emilio me sacó de ahí en su auto.

—Lo vomité. Tuvo que ser él quien me bañó. 

No. Algo se sentía mal. Emilio no me hubiera dejado sola en ese hotel. ¿Y si uno de esos hombres que conocí en el bar fue quien me llevó? ¿Y si me abusaron?

La cabeza me dolió más. 

Terminé de vestirme. Busqué los zapatos y recordé que no tenía. Usaba las pantuflas que me prestó mi madre. 

Dejé la habitación y fui a la recepción. 

—Buenos días. —Entregué la llave al encargado con una sonrisa forzada, pero por dentro estaba gritando—. ¿Podría decirme cuánto debo, por favor?

—Buenos días, señorita. La habitación ya fue cancelada. 

—¿Quién la pagó?

—Su acompañante. —El tipo de la recepción me miró como si estuviera loca, no era para menos si no lograba acordarme de con quién había ido.

—¿Me podría decir su nombre, por favor? —pregunté y el encargado me miró con el ceño fruncido y los ojos en rendija—. Verá, anoche tomé de más y no recuerdo casi nada. No sé quién me trajo, ni qué sucedió. 

—Comprendo. —El hombre, muy diligente, revisó el registro—. Julián Ortega.

—Gracias. 

Julián Ortega. Ese nombre no me sonaba de nada.

Sonreí sin ganas y me marché por mi auto, el cual seguía estacionado frente al bar de la noche anterior. Luego busqué un médico, necesitaba saber si había sido abusada. 

Por fortuna no fue el caso. El doctor que me examinó comprobó que no había señales de relaciones sexuales recientes.

Di gracias al cielo, el tal Julián Ortega quizás había sido un ángel enviado para ayudarme, Dios no me abandonaba.

Le entregué  la tarjeta a la secretaria del ginecólogo para pagar la consulta.

—Lo siento su tarjeta aparece como restringida —me informó luego de un par de minutos.

—No, no puede ser. —Sonreí nerviosa—. Pruebe con esta.

La mujer lo hizo con idéntico resultado.

—¿Tiene alguna otra forma de pago?

Rebusqué en mi bolso, tenía un par de billetes. El cambio que me dio la secretaria no alcanzaba para rentar un hotel, ni siquiera para sustituir las pantuflas por zapatos.

Emilio debió cancelar mis tarjetas, a fin de cuentas era su dinero, yo no tenía nada. 

Estuve quince minutos sentada en el coche frente al volante, pensando qué hacer a continuación. No tenía dinero, ni a donde ir, tampoco a mi hija.

Suspiré y le marqué a Charlotte, al segundo timbre contestó.

—Ya te iba a llamar —dijo con voz risueña a modo de saludo—. ¿Qué tal estuvo la noche romántica con Emilio? ¿Seré tía pronto otra vez?

Me quedé callada sin saber qué responder. Habían pasado tantas cosas que no supe por dónde empezar.

—Cami, ¿qué ocurre? —Su tono de voz cambió por uno preocupado—. Tranquila, ya salgo para allá.

—No —dije en medio de un sollozo—. ¿Puedo quedarme unos días contigo, Charlie?

Mi amiga no contestó de inmediato, su silencio se me hizo eterno. Era una mala idea, Charlotte tenía pareja y seguro mi presencia perturbaría su relación. Iba a disculparme por importunarla cuando ella habló:

—El maldito de Emilio volvió a lastimarte, ¿cierto?

—Sí. —La respuesta fue una declaración de mi alma—. No puedo más, Charlie.

—Lo sabía.

Y me quebré.

Lloraba por tantas cosas que demoré en calmarme. En esos minutos Charlotte me consolaba del otro lado de la línea con palabras tiernas.

—Iré a buscarte.

—No. Estoy en el auto, puedo conducir a tu casa.

—¿Estás segura, Cami?

—Sí, estaré allá en diez minutos. —Me sorbí la nariz—. Gracias, Charlie. 

 Charlotte vivía en una urbanización cerrada, muy tranquila, donde la mayoría de los habitantes eran parejas de jubilados y solteros. Tal vez se debía a que las casas, aunque bonitas y confortables, no eran muy grandes.  

Estacioné el auto detrás del suyo y cuando salí, ella también lo hacía de la vivienda. 

Corrió a abrazarme.

—¿Estás bien, cariño? —me preguntó acomodando un mechón detrás de mi oreja.

—Sí. —Sonreí con tristeza—. Te agradezco mucho que hagas esto por mí. Será momentáneo mientras encuentro un lugar.

—Mi casa es tu casa, tonta. ¿Dónde está Isa?

Negué con las lágrimas aflorando a mis ojos otra vez. 

—Emilio se la llevó. 

—¡No es posible! —Mi amiga se enfureció—. ¡Vamos a denunciarlo! No puede hacerte esto!

—En realidad sí puede. No tengo un sitio que ofrecerle . Ni dinero. Tampoco puedo pagar un abogado ahora.

—Camila, yo me encargaré de los gastos.

—¿Cómo lo harás? —Sonreí entre lágrimas—. Estás pagando la hipoteca de esta casa. No puedo sobrecargarte de esa manera. Octavio me consiguió una entrevista. Iré Mañana, es en una revista importante. Obtendré el empleo y contrataré un abogado. 

—Cami…

Charlotte volvió a abrazarme. Se sentía bien contar con alguien al fin. 

—Hueles horrible —dijo cuando nos separamos y yo reí un poco.

—Es vómito.

—¡¿Qué?! ¡Iuck! —Charlotte se limpió la camisa con las manos, con la cara arrugada en una expresión de asco.

—Algo muy raro pasó anoche —dije y ella me miró extrañada. 

—Entremos. Tienes mucho que contarme. 

 ****

Charlotte y yo hablamos al menos durante dos horas. 

—Parece que todavía hay hombres decentes en el mundo —dijo ella luego de que le conté lo que sucedió en el bar y el hotel.

—Me gustaría conocerlo y darle las gracias.

—Ay cariño. Piensa que ese hombre te vio desnuda. Yo tú me muero de la vergüenza si lo conociera. 

Llevé la taza de café a los labios. No había pensado en eso. Era cierto, no me abusó, pero desperté con solo las bragas puestas y una toalla alrededor de mi torso. Él debió limpiarme el vómito y quitarme la ropa. Me mordí el labio inferior, avergonzada. Mejor nunca conocerlo. 

La mañana del día siguiente me llevé una sorpresa: Charlotte llamó a un abogado amigo suyo que aceptó que le pagara más adelante.  

Eduardo y Charlotte fueron novios años atrás, antes de la universidad. Aunque la relación se acabó, ellos quedaron en buenos términos.

Le conté la situación con Emilio y cómo me había agredido, también que se llevó a Isa.

—Esto será pan comido—dijo Eduardo anotando en su tablet.

—¿De verdad, Edu? —preguntó Charlotte, esperanzada.

Eduardo volteó a mirarla con una sonrisa.

—Claro que sí. El divorcio saldrá pronto. A ningún juez de familia le gustan los abusadores 

—Pero todos aman a los médicos y más si tienen dinero —dije yo. Emilio tenía contactos, sabía que no iba a ser fácil.

—No te preocupes —dijo Eduardo levantándose—. En dos días estarás divorciada.

—¿Tan pronto? —preguntó Charlotte abriendo muy grande sus ojos cafés.

—Yo también tengo mis contactos. —Eduardo guiñó un ojo—. Te aviso cuando esté listo el divorcio.

Le agradecí y nos despedimos con un beso en la mejilla.

Cuando Eduardo se fue, Charlotte y yo nos miramos. La sonrisa en mis labios fue espontánea, me fundí en un abrazo con ella.

—Nena, dije que te ayudaría.

—Gracias. —Un par de lágrimas escaparon—. Eres la mejor amiga del mundo.

—Lo sé.

Ambas reímos. Sentí un alivio gigantesco ante la perspectiva de separarme de Emilio. Aunque también, miedo.

Miedo a fallar, a no conseguir empleo y no poder recuperar a Isa. Y por mucho de que no quisiera reconocerlo, miedo a estar sin Emilio. Porque por muy contradictorio que fuera, deseaba alejarme de mi esposo, pero al mismo tiempo sentía que no podría sola.

***

 —Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti, Cami. —Charlotte se llevó un trozo de pollo a la boca, cenábamos—. Verás que mañana durante la entrevista te irá genial.

—Gracias. Eso espero.

Mis esperanzas estaban puestas en conseguir ese empleo, así estaría con mi hija otra vez.

—¿Y ya sabes que usarás mañana? La primera impresión es la que cuenta.

Tragué con dificultad. Habían pasado tantas cosas en solo cuarenta y ocho horas que no me detuve a pensar en eso.

Miré a mi amiga perpleja. Cuando ella lo mencionó me di cuenta de que no tenía nada apropiado qué ponerme.

Después de la cena, revisé la bolsa de viaje con las prendas que metí al azar el día que me fui de casa.

Tenía el pijama de cerezas, dos pantalones chándal, una camiseta de tirantes que ahora olía a vómito, un par de vaqueros ajustados, dos camisetas y una falda tubo negra por encima de la rodilla. Podría usar la falda, solo que no tenía una blusa adecuada para combinarla.

—¡Dios! ¡Esto no es posible! —exclamé al borde del llanto, mirando las prendas desperdigadas en el sofácama en el que dormía.

—Puedo prestarte algo —aventuró Charlotte en voz baja detrás de mí.

Negué con la cabeza y agaché la mirada. Charlotte era más alta que yo por lo menos diez centímetros, también tenía más busto. Toda su ropa me quedaría grande. Me senté derrotada en la orilla de la cama y me llevé las manos a la cara.

—No tengo tiempo para comprar algo, la entrevista es mañana a primera hora. Tampoco tengo dinero.

—¿Qué hay de este vestido?

Quité las manos de mi rostro y miré a mi amiga. Ella observaba el vestido Chanel rojo corte tubo con abertura al frente que había usado la nefasta noche en la que mi vida terminó de irse al caño.

—No creo que sea apropiado —dije—. Es demasiado llamativo.

—¿Y acaso esa no es la idea?—Mi amiga señaló con la mano alrededor, como si se encontrara delante de una audiencia—. Impactarlos a todos. Está muy bonito y tú tienes buena figura. Seguro que luces como una diosa con él.

«¿Por qué estás vestida así? Pareces una zorra». Las palabras de Emilio hicieron eco en mi mente.

—¿No crees que me veré como una…?

—¿Una qué? —Charlotte alzó el vestido para verlo mejor—. Es muy sexy.

Me mordí el labio inferior.

—Tal vez me vea como una mujer fácil con él.

Los ojos de Charlotte de nuevo se achicaron al verme. A los dos segundos estalló en una carcajada.

—A ver, cariño, la idea es que los impresiones —dijo entre risas—, y eso equivale a deslumbrarlos con tu inteligencia y belleza. Hazme caso y ponte esta preciosura.

No estaba muy convencida, pero era el vestido Chanel o la falda negra y la camiseta de tirantes con olor a vómito. 

Al día siguiente me vestí en quince minutos, en otros quince arreglé mi pelo lo mejor que pude y me maquillé de forma discreta. Ya era suficiente con los estilettos negros brillantes y ese vestido para añadirle un maquillaje sobrecargado.

—¿Y bien? —le pregunté a Charlotte cuando estuve lista.

—Creo que estoy dudando de mi heterosexualidad —dijo ella, mirándome de pies a cabeza—. ¡Te ves divina! Hora de arrasar, bebé.

Sonreí no muy convencida. No le di más vueltas a mi atuendo, salí a la sala y tomé mi bolso de piel, lista para la entrevista.

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