Había metido la pata durante toda la entrevista. Ese hombre parecía decidido a no contratarme y yo estaba al borde del colapso, necesitaba el empleo.
Miré sus ojos fríos y se me ocurrió una idea desesperada, no me daría por vencida tan fácil.
—Quiero proponerle un trato. Póngame a prueba. Deme un mes y si quiere no me pague. Si al cabo de ese mes no está satisfecho con mi trabajo, renunciaré.
Julián Ortega ladeó la cabeza de nuevo y en sus ojos apareció un inesperado brillo de curiosidad, la primera emoción en ese rostro tan serio.
—¿Sin paga durante un mes? —preguntó.
—Sin paga —confirmé y me abofeteé mentalmente, necesitaba el dinero.
—Usted no debería ser periodista, sino negociadora. —Él extendió una mano grande hacia mí, la cual estreché—. Tenemos un acuerdo. Le seré sincero, solo le doy el empleo porque están obligándome desde arriba a hacerlo, pero si en un mes usted no está a la altura, renunciará.
Tragué.
—En un mes será usted quien me pida que no me vaya.
Julián Ortega alzó una ceja, así como la esquina izquierda de su boca.
Me arrepentí de inmediato de mis palabras. Pero ya no había vuelta atrás. Al menos funcionó, porque el hombre de hielo aceptó. Era la nueva asistente del editor en jefe de Libertaria.
Salí del edificio con una sensación extraña, no sabía si debía estar feliz o triste. Tenía el empleo, pero sin paga, y un jefe con el temple de un iceberg que esperaba que yo fallara y renunciara para no tener que echarme él mismo.
En conclusión, tendría que esforzarme mucho si quería demostrar que era capaz, lo cual para ser sincera, no sabía si era cierto.
Apoyé la cara contra el volante antes de arrancar. Por ahí decían que si algo no costaba no valía. Tampoco quería que me regalaran las cosas.
Encendí el motor y salí a la avenida, decidida a reinventarme y dar lo mejor de mí, tal como lo había prometido. Incluso puse música. Don’t stop me now empezó a sonar, era como una señal divina. La voz alegre de Freddie Mercury terminó de subir mi ánimo.
Sí, por fin, Dios me sonreía. Los astros se alineaban, mi vida se encaminaba hacia un futuro brillante que me esperaba al final del túnel oscuro en el que estaba sumergida.
Y entonces recordé que no tenía ropa para ir a trabajar al día siguiente.
Ni dinero para comprarla.
«Mierda».
Solo tenía una opción: Ir a casa y buscar en mi guardarropa mis mejores prendas. Miré la hora en el reloj del carro: las dos de la tarde y era miércoles.
Emilio estaría en el Hospital. No había riesgo de encontrármelo y pasar un mal momento que arruinara mi pequeña victoria.
Giré en el siguiente cruce y tomé la ruta hacia mi antigua casa.
***
No quería permanecer mucho tiempo, así que me estacioné frente al porche en lugar de meter el auto al garage.
Todo lucía exactamente como lo había dejado cinco días atrás. Miles de recuerdos pugnaron por derrumbarme, las lágrimas afloraron a mis ojos. No las dejaría salir. No quedaría atascada en la triste historia de un matrimonio fallido.
Entré a la cocina, me serví agua en un vaso y con él en la mano, subí a mi habitación. Abrí la puerta de mi dormitorio y el vaso se me resbaló, se hizo añicos contra el suelo.
Emilio yacía de espaldas y desnudo en la cama que compartimos durante cinco años. Una joven mujer de piel tostada y lustroso cabello negro y lacio se movía y gemía sobre él. Al notar mi presencia dejó de hacerlo y se cubrió los pechos firmes con las manos.
—¡Camila!
Un par de lágrimas cayeron sin esfuerzo. Empecé a temblar. Algo dentro de mi pecho se volvió muy pesado, tanto que me aplastaba el corazón impidiéndome respirar. Me di la vuelta y caminé unos pasos con las lágrimas corriendo sin control por mis mejillas.
Las piernas me fallaron y tuve que sostenerme de la pared.
—¡Camila, espera! —La voz de Emilio sonó amortiguada, los sonidos llegaban distorsionados.
Su mano se cerró alrededor de mi brazo con fuerza y me giró hacia él.
Sus ojos, que me habían contemplado ilusionados en el pasado, ahora lo hacían llenos de desesperación. Sus labios, que me prometieron la gloria, acababan de besar a otra. Sus manos, que alguna vez fueron suaves al acariciarme, ahora me hacían daño al agarrarme.
Lo abofeteé.
—¡Suéltame!
Avancé unos pasos más sintiendo que vivía dentro de una pesadilla. Él volvió a sujetarme.
—¡No me toques! —grité y me zafé de nuevo—. ¡No me toques nunca más!
Bajé corriendo las escaleras mientras él me seguía solo con el pantalón del pijama puesto.
—¡Te fuiste! ¡¿Qué querías que hiciera?! ¡Soy un hombre! ¡Tengo necesidades!
No podía creer lo que escuchaba. Con cada palabra, Emilio me rompía más.
—Me enviaste un abogado para que firmara el divorcio y ¿ahora te pones así?
—Tenías tiempo engañándome con ella. —No quería llorar, pero era inevitable—. Hubiera deseado que como dijiste fuera una mentira.
Me giré y caminé rápido, no quería verlo nunca más, pero Emilio volvió a agarrarme.
—Camila, podemos arreglarlo. Ella no significa nada. Isa y tú son mi vida.
Los ojos de Emilio me miraban anhelantes y por un momento quise creerle, perdonarlo y empezar de nuevo.
«¿Hasta cuándo seguirás en este bucle de maltrato?» La voz de Charlie sonó en mi cabeza. Tenía que parar, por mí y por Isa. Emilio nunca cambiaría.
—No, Emilio. Ya no tiene sentido. ¿Sabes qué? Quédate con ella y sé muy feliz. Te perdono por todo.
Me solté de su agarre y a pocos pasos de la puerta, Emilio me empujó contra la pared. Al ver su rostro sentí pánico, sus ojos eran un par de brasas enfurecidas.
—¿Y tú sabes qué? Firmé el maldito divorcio. Quiero ver hasta dónde llegas —siseó con rabia—. ¡No eres nada sin mí!
—¡Suéltame, Emilio! —Trataba de zafarme, pero su agarre era muy fuerte—. ¡Déjame!
Se pegó más a mí. Tenía su cara a centímetros de la mía, su aliento golpeaba mi piel.
—No te daré ni un centavo. Tampoco tendrás a Isabella. Dime, ¡¿te estás revolcando con ese Octavio?!
Sus ojos eran los de un loco furioso. Trataba de quitármelo de encima, pero era más alto y más pesado que yo. Me sujetó del cuello y me besó a la fuerza.
Me revolví entre su cuerpo y la pared contra la cual me aprisionaba, pero todo esfuerzo era inútil.
Le di un rodillazo en la entrepierna y Emilio me soltó. Se dobló de dolor y yo aproveché para escapar. Tomé los tacones al lado de la puerta y hui de ahí.
A mis espaldas escuchaba su respiración pesada, venía detrás de mí. Subí al auto temblando de miedo.
—¡Márchate con otro si es lo que quieres, pero mi hija se queda conmigo! —gritó desde el umbral.
Arranqué el auto temblando ¿Cómo las cosas entre nosotros llegaron a ese punto? Era mi culpa lo que sucedía, debí dejarlo mucho tiempo atrás, cuando me empujó por primera vez.
Lloraba y las lágrimas me empañaban la visión. La bocina de un auto me devolvió a la realidad, estuve a punto de chocarlo cuando me pasé la luz roja del semáforo.
Me orillé a un lado de la calle y me entregué al llanto entre espasmos y temblores, hasta que poco a poco fui tranquilizándome. No tenía sentido estar así por él. Estábamos divorciándonos y pronto lo único que tendríamos en común sería Isa. Debía reponerme y seguir adelante.
Respiré hondo un par de veces y me miré en el espejo retrovisor. Este me devolvió el reflejo de una mujer asustada y triste. Con nostalgia observé el collar de perlas. Cuando me lo obsequió significó esperanza, ahora era el recordatorio de todo lo que se había roto entre nosotros, de lo que habíamos perdido.
Deslicé el índice por la superficie lisa y nacarada y de pronto una idea, igual que un rayo, iluminó mi mente.
—¡El collar!
Sí, ese collar seguiría significando esperanza. ¿Cuánto me darían por él?
Si tan solo tuviera los aretes a juego, pero perdí uno la noche que fui a ese bar.
Busqué en G****e la tienda de empeño más cercana, puse la dirección en el GPS y arranqué el auto en su dirección.
***
Lo que me dieron por el collar alcanzó para tres juegos de ropa bastante decentes, pero no para zapatos, así que tendría que continuar con los Prada de aguja negros y soportar el dolor en los pies, el cual seguramente tendría al finalizar cada día.
Llegué a la casa de Charlotte sintiendo que había vivido mil días en un día y todavía el día no terminaba.
Eduardo, el abogado amigo de ella estaba en la sala. Cuando entré, ambos se levantaron.
—¿Qué te pasó? —Charlotte se acercó preocupada y me acarició el rostro—. ¿Por qué estás así? Me dijiste que te fue bien en la entrevista, entonces no entiendo. ¡Has llorado!
Caminé hasta sentarme en el sofá de la sala.
—Fui a casa por ropa y Emilio estaba ahí con una mujer.
—Oh, cariño, Lo siento mucho. —Charlotte apretó mi mano—. Eduardo trae una noticia que te alegrará.
Miré a Eduardo con una pequeña sonrisa, avergonzada de que me viera en ese estado. Él extendió una carpeta hacia mí y sonrió condescendiente.
—Es el documento del divorcio. Emilio lo firmó.
Miré la carpeta y luego a Eduardo.
—¿Cómo hiciste para que lo firmara?
—Lo amenacé con denunciarlo en el hospital por violencia doméstica. Esa sería una malísima publicidad para el Jefe del Departamento de Cirugía, ¿no crees?
—Eras un nerd en la secundaria y ahora eres un abogado sucio. —Charlotte le dio un golpe cariñoso en el hombro mientras reía—. !Me encanta!
Miré los papeles y vi la firma de Emilio, era libre.
Pero no estaba feliz. Mi familia estaba rota, había fracasado.
—¿Podré ir por Isabella?
—Tendremos que ir poco a poco en cuanto a eso. Primero debes tener un empleo estable y demostrar que puedes mantener a Isabella. Creo que podremos introducir la solicitud el próximo mes, luego de tu primer pago.
Sonreí con tristeza, mi pecho dolía. El próximo mes no tendría nada, si es que seguía contratada.
—O puedes buscarte un novio rico y resolveríamos todo este asunto. —Charlotte sonrió como si propusiera ir a la tienda por dulces.
¿De dónde iba a sacar un novio rico?
Tenía que esforzarme para que Julián Ortega no me echara, solo así recuperaría a Isa y un poco de mi vida.