Había metido la pata durante toda la entrevista. Ese hombre parecía decidido a no contratarme y yo estaba al borde del colapso, necesitaba el empleo. Miré sus ojos fríos y se me ocurrió una idea desesperada, no me daría por vencida tan fácil.—Quiero proponerle un trato. Póngame a prueba. Deme un mes y si quiere no me pague. Si al cabo de ese mes no está satisfecho con mi trabajo, renunciaré.Julián Ortega ladeó la cabeza de nuevo y en sus ojos apareció un inesperado brillo de curiosidad, la primera emoción en ese rostro tan serio.—¿Sin paga durante un mes? —preguntó.—Sin paga —confirmé y me abofeteé mentalmente, necesitaba el dinero.—Usted no debería ser periodista, sino negociadora. —Él extendió una mano grande hacia mí, la cual estreché—. Tenemos un acuerdo. Le seré sincero, solo le doy el empleo porque están obligándome desde arriba a hacerlo, pero si en un mes usted no está a la altura, renunciará.Tragué.—En un mes será usted quien me pida que no me vaya.Julián Ortega alzó
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