Mundo ficciónIniciar sesiónA sus dieciocho años, Ruby Rodríguez, una estudiante de publicidad con recursos limitados, enfrenta el peor momento de su vida: su madre está en cuidados intensivos debido a una grave insuficiencia renal. Desesperada por costear la costosa operación, Ruby se ve obligada a aceptar vivir en la lujosa residencia de Nora Wilson. Ante su propia infertilidad, Nora ha tramado un plan secreto: convencer a Ruby de concebir un hijo con su marido a través de medios naturales, manteniendo relaciones íntimas con su esposo, Lucas Wilson. La urgencia es monetaria, pues Nora necesita un heredero para que Lucas pueda acceder a una cuantiosa herencia. Atrapada por la necesidad económica, y con la vida de su madre en juego, Ruby se resigna a aceptar la insólita proposición. Sin embargo, lo que se suponía que era un acuerdo puramente transaccional se complica rápidamente. Entre Ruby y Lucas surge una innegable química que prende la llama de un romance prohibido, dejando a Ruby atrapada en un peligroso y apasionado triángulo amoroso.
Leer másEl blanco inmaculado de la sala de hospital era un insulto a la desesperación que sentía. El aire acondicionado siseaba, pero no lograba enfriar el calor que me subía por el cuello.
Las palabras del cirujano, tan precisas y clínicas, habían destrozado cualquier esperanza restante. —Lo siento, Ruby. Tu madre necesita un trasplante de riñón de urgencia. Y el tiempo se agota. Hemos hecho las pruebas: no eres compatible. Tu riñón no puede salvarla. Me llevé las manos a la cara, sintiendo el sabor inquebrantable de la derrota. Mi madre, mi única familia en el mundo, se estaba marchando lentamente en esa cama, y yo era completamente inútil. Era estudiante, trabajaba a tiempo parcial, vivía al límite. No tenía ahorros, ni propiedades para hipotecar, y el sistema público, aunque hacía su mejor esfuerzo, estaba saturado. —¿No hay absolutamente ninguna otra opción, doctor? —pregunté, sintiendo que la rabia se mezclaba con una náusea terrible—. ¿Algún programa de emergencia, algo? El doctor suspiró, visiblemente agotado por la rutina de dar malas noticias. —La única opción real, señorita, es el dinero, y mucho. Necesitamos acceder a listas privadas y pagar por un trasplante de donante compatible de forma inmediata. Hablamos de sumas... considerables. Salí del consultorio sintiéndome afectada y vacía, sentía una urgencia paralizante. Caminé sin rumbo hasta el parque frente al hospital, desplomándome en un banco de hierro frío. ¿Cómo se supone que consigues cien mil dólares cuando apenas puedes pagar el alquiler? La rabia me invadía; era injusto y absurdo. Mientras me sentía al borde del colapso, mi móvil vibró. Era un número desconocido. Daba miedo contestar, pero la intuición me dijo que debía hacerlo. —¿Diga? —¿Hablo con Ruby Rodríguez? La voz al otro lado era grave, perfectamente modulada, sin rastro de emoción, como un robot de servicio al cliente. —Sí, soy yo —respondí, tensando la mandíbula. —Mi nombre es Marcus. Soy asistente legal de un cliente que ha sido informado de su situación crítica en el hospital St. Jude. Hemos estado buscando una solución alternativa para su madre. Me incorporé en el banco, el corazón me latía desbocado contra las costillas. —¿Una solución alternativa? ¿A qué se refiere? —Señorita, hay una familia muy poderosa en Los Ángeles, los Wilson. Están en una situación delicada que requiere discreción y un favor extraordinario, uno que usted podría proporcionar. Si está dispuesta a escuchar y a cumplir, le aseguro que el pago no solo cubrirá todos los gastos médicos de su madre, sino que le cambiará la vida. —¿Qué tipo de favor podría tener yo para ellos? Soy estudiante, no tengo experiencia en nada importante —pregunté, sintiendo un miedo helado. —Ellos le explicarán en persona. Si desea seguir adelante con esta... negociación, marque este número y pida hablar directamente con la Sra. Wilson. Es su única oportunidad, señorita. Tienen urgencia. La línea se cortó. Me quedé mirando el teléfono, sintiendo el peso de la decisión. Si era ilegal, si era peligroso... no me importaba. "Mi madre está primero. Lo que sea necesario. Lo que sea." Pensé. Con los dedos débiles que apenas obedecían, volví a marcar el número. —Mansión Wilson. ¿En qué puedo servirle? —contestó una voz femenina sumamente formal. —Vengo por el... el favor. El señor Marcus Me indicó que llamara. —Muy bien, Srta. La Sra. Wilson y el Sr. Wilson la esperan esta misma tarde. Esté allí a las 19:00 horas en la mansión. *** El viaje a la Mansión Wilson fue una ráfaga de desesperación que me obligó a correr sin pensar. Me puse mi mejor ropa de entrevista y me aseguré de llevar mi mejor cara de dignidad. El taxi se detuvo frente a una fachada que parecía un palacio europeo, no era simple una casa. Al entrar, fui recibida por una ama de llaves rígida y elegante, que me condujo sin preámbulos a un despacho. Allí me esperaba no solo una mujer, sino también un hombre, lo cual me causó un escalofrío sorprendente. La señora Wilson estaba de pie junto a un escritorio imponente, con su atuendo de alta costura y su sonrisa de medio lado, evaluadora. El hombre, su esposo, estaba recostado contra una estantería de libros antiguos, observándome con una calma intensa. Sus ojos azules eran penetrantes, y su traje caro gritaba poder. La señora me dedicó su sonrisa extraña. —Eres puntual, Ruby. Bienvenida a casa. Antes de que yo pudiera responder, Lucas se enderezó y dio un paso hacia mí. Su presencia era abrumadora, su aura, era completamente dominante. —Lo importante no es la puntualidad, Nora —intervino Lucas, su voz era más grave y profunda de lo que imaginaba—. Es la necesidad que te trae hasta este lugar. ¿Por qué estás aquí, Ruby? No hay tiempo para titubeos. Me sentí expuesta ante ambos, como un insecto bajo un microscopio. Era claro que Lucas no era un espectador. —Mi madre está a punto de morir si no consigue una cirugía —respondí con firmeza, intentando sonar más valiente de lo que me sentía—. Busco una solución. Me dijeron que ustedes tienen una. Lucas asintió lentamente, como si yo acabara de confirmar una teoría. Mientras Nora sonrió con suficiencia. —Y la tenemos, Ruby. Pero antes de dártela, te digo: el favor que te pediremos es muy grande. El precio es tu entrega total a cada una de nuestras reglas, sin chistar. "No puedo echarme atrás ahora," pensé. Las paredes altas y los muebles imponentes del despacho me intimidaban. Me sentí diminuta, como si el dinero de los Wilson pudiera aplastarme. Pero la imagen de mi madre en la cama del hospital me dio una fuerza renovada. No importaba lo que pidieran, yo lo haría. —Díganme qué quieren —declaré, dando un paso al frente y mirando a ambos—. Díganme que tengo que hacer.Minutos después de mi desesperada confrontación, el aire ya no se sentía tan tenso por el deber. En cambio, estaba tan cargado de deseo que casi podía morderlo.Habíamos cruzado un umbral peligroso. Lucas no dijo nada. Su cuerpo, respiraba arrebato y excitación, se movió con una intención que trascendía el acuerdo.Me tomó de la cintura con una confianza pecaminosa que me encogió el estómago y me estrelló contra la pared cerca de la puerta de madera.—Mírame —ordenó excitado.Mis ojos se levantaron para encontrarse con los suyos. Eran un pozo oscuro, sin un gramo de la frialdad que solía usar. Me estaba mirando no como su propiedad, sino como si yo fuera la única mujer en el mundo. La intensidad me hizo jadear.Lucas quitó mi camisa con un movimiento brusco, el sonido de la tela al rasgarse fue un grito ahogado. Y yo, con una ferocidad que no me creía, hundí mis manos bajo los pantalones de él.Hoy no estaba presente la presión por el contrato; sino había una necesidad desesperada de
El día había sido largo, consumido por la paranoia del micrófono oculto y la dolorosa revelación sobre Violet.Me sentía agotada, sentada en la cama, fingiendo leer, cuando de repente Violet entró en mi habitación sin siquiera tocar. Su rostro estaba más sombrío y suplicante de lo habitual.—Anda, aséate muy bien —dijo con la voz áspera y baja—, que el señor viene a verte esta noche.Lucas tenía días que no me tocaba. Sentí una extraña mezcla de pánico y una punzada de nerviosismo.A pesar de haber pasado ya dos noches con él, esta sería la tercera, y por primera vez, sabía que él no era solo mi dueño, sino un hombre que había rechazado a otra mujer bajo coacción. ¡Santos cielos!Antes de entrar al baño, miré a Violet de arriba abajo. Mi compasión por ella era genuina, a pesar de que era inseparable de Nora. Sabía que estaba allí por obligación.Ella estaba sobre la cama, arreglando la ropa que Nora quería que yo luciera esta noche, tratando de hacerme ver digna para Lucas.Me duché r
Me disponía a ir a la terraza de cristal para desayunar, intentando ignorar la tensión que se había instalado en cada fibra de mi cuerpo desde que me mudé a este incomodo lugar.La mansión era mi cárcel, y Lucas y Nora eran mis carceleros, pero yo debía pretender normalidad.Me vestí con la ropa que Violet me había obligado a usar: una falda beige y una blusa elegante que me hacían sentir como una muñeca vestida para un escaparate.Mientras caminaba por el ala principal, la paranoia se agudizó. Recuerdo las cámaras. Recuerdo el ultimátum de Nora: “Tu vida me pertenece”.De pronto, un murmullo furioso me detuvo. Provenía del despacho principal de Lucas, cuya puerta estaba entreabierta. Me acerqué, porque la voz era inconfundiblemente la de Nora, y sonaba desquiciada.—¡Tengo que soportar a la odiosa de Ruby, todo por culpa de que Lucas no se quiso acostar contigo y te rechazó como candidata!El aire se quedó atrapado en mis pulmones. La voz de Violet, temblando de miedo, apenas se oyó—
Caminé apresuradamente por los pasillos, ansiosa por encerrarme en mi habitación. Después de la visita a mi madre y el último ultimátum venenoso de Nora en el coche, yo no quería ver ni la sombra de Lucas.Sabía que la mansión estaba llena de ojos y cámaras, ahora con Mark vigilándome también, y mi único trabajo era cumplir el contrato sin darle motivos a Nora para desconfiar o, peor aún, para hacerle daño a mi madre.Justo al girar una esquina, me topé accidentalmente con Lucas. El impacto fue mínimo, apenas un roce de hombros, pero mi corazón dio un salto mortal en mi pecho. Me quedé inmóvil, sintiéndome como un animal sorprendido.—¿Vas a tu habitación? —preguntó Lucas.—Sí —respondí, con la voz apenas un susurro, mirando directamente al piso. No podía verlo a la cara. Sentía que él podía leer el miedo, la rabia y el recuerdo de la noche anterior en mis ojos.Lucas frunció el ceño. Se detuvo por completo, su presencia imponente llenaba el estrecho pasillo.—¿Te pasa algo, Ruby? Par
La hora de visita había terminado. Luego de ver a mi madre a través del cristal, me quedé esperando con una paciencia fuera de la clínica. Mi corazón latía con una mezcla de alivio y tensión por como Nora me estaba tratando últimamente.Cuando el coche de los Wilson llegó, y vi a Nora sentada elegantemente en el asiento trasero, la miré con la misma agudeza que ella solía usar conmigo.Odiaba que Nora me acosara, especialmente cuando me recordaba que yo no era nadie y que estaba por debajo de ella. Sabía que no era tan rica como los Wilson, pero estaba consciente de que ella se estaba pasando de la raya con sus amenazas.La poca admiración que había logrado sentir por la sofisticación de Nora se había esfumado. En el fondo, pensé que, al final, todos los ricos son iguales: miserables con dinero.Abrí la puerta del coche y me senté junto a ella. El aire se cargó de tensión.—¿Puedo venir a ver a mi madre con regularidad? —pregunté, sin rodeos, mirando fijamente a Nora.Ella tardó en co
Subí los escalones del porche y me dirigía hacia el ala de las habitaciones, sintiendo todavía la extraña calidez del breve encuentro con Lucas en el jardín. Mi mente estaba en la promesa de ver a mi madre, pero la tensión se rompió violentamente.—¡Por Dios!, ¿dónde te habías metido, Ruby? ¡Te he estado buscando por toda la casa! Hasta pensé que te habías ido —gritó Nora, apareciendo en el pasillo, con el rostro duro como una piedra.Hice una mueca de fastidio que disimulé con un gesto rápido.—Lo siento mucho, señora. Estaba desayunando.—Y también paseando por los jardines con mi marido, por lo que vi por desde mi ventana hace rato —replicó Nora, su voz era un látigo—. No soy estúpida.—Yo estaba sola. Él llegó por casualidad.—Olvídalo —su voz se suavizó ligeramente, adoptando un tono falsamente cordial—. Ahora date prisa. Quiero que estés lista para ir a ver a tu madre a la clínica. Para que veas que yo sí cumplo mis tratos. —En la última frase, el desprecio regresó con toda su f





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