Mundo ficciónIniciar sesiónLa Transformación Humillante, una vez certificada, entraron las dos mujeres del spa.
—Vamos a eliminar cualquier impureza —dijo una de ellas, con un tono neutro—. Es importante que la piel respire.
Me obligaron a sentarme en una silla mientras ellas empezaban la depilación de piernas y brazos. Pero el momento de mayor humillación llegó cuando la mujer se inclinó y susurró:
—Señorita, para la higiene íntima y el confort del señor Wilson, debo depilarle también la zona íntima. Es parte del protocolo.
Sentí que el mundo se me venía encima. Mis mejillas ardieron. Era la violación final a mi intimidad.
Cerré los ojos, sintiendo las lágrimas calientes, mientras la mujer aplicaba la cera y la arrancaba con una frialdad profesional.
“Es por mamá, es por mamá”. Me obligué a recordar que esto era solo un cuerpo, y que mi alma estaba con mi madre en el hospital.
Luego vino el estilista. El hombre, con aires de superioridad, comenzó a trabajar en mi cabello, peinándolo en ondas suaves y elegantes que enmarcaban mi rostro. Me aplicó un maquillaje suave pero lujoso, que resaltaba mis ojos.
—Tu piel es hermosa, pero estaba abandonada —dijo el estilista con desdén—. Lucas Wilson no merece nada menos que la perfección.
Esa frase me dolió más que la cera.
Cuando finalmente terminaron, al caer la tarde, me sentí agotada, vacía y extrañamente diferente. Me miré en el espejo, esa no era yo. Mi cabello castaño oscuro caía en ondas sedosas.
Mi rostro, maquillado profesionalmente, parecía el de una actriz. Mi cuerpo, suave y completamente depilado, se sentía... terso. Era la versión brillante y lista para usar que Nora había diseñado.
—Perfecto —dijo Nora, mirándome de arriba abajo con satisfacción. Parecía una inspectora que había aprobado su producto—. Ahora vístete con el camisón de seda negro que dejé en el vestidor. Lucas regresará hoy por la noche.
—Pero usted dijo que regresaría en dos días —balbuceé, sintiendo que el pánico regresaba.
—Cambié de opinión. Hay urgencia, querida. Y ahora que ya estás lista, no veo razón para esperar.
Y con esa determinación, Nora se fue.
Me negué a ponerme el camisón de seda. Yo no era una muñeca. Fui a mi maleta, saqué mi vieja camiseta de algodón de la universidad, esa que usaba para estudiar, y me la puse sobre el cuerpo aseado. Era un acto de rebelión silenciosa.
Quería que Lucas me viera como la chica desesperada que era, no como el producto de lujo que Nora había fabricado. No iba a facilitarles el trabajo.
Me senté en la cama, esperando. Las luces del jardín se encendieron. Cada minuto era una tortura.
Aproximadamente a las once de la noche, escuché el motor de un coche. Era él.
Me puse de pie. La puerta de la habitación se abrió sin previo aviso.
Lucas Wilson entró. Su rostro estaba tenso y cansado. Al verme, su expresión cambió, y sus ojos se clavaron en mi camiseta holgada, un contraste total con el lujo de la mansión.
—Nora me informó que ya estabas lista —dijo Lucas, cerrando la puerta detrás de él.
—Mi madre... la cirugía... ¿cómo salió? —pregunté, yendo directo al grano.
Lucas se quitó la chaqueta y la arrojó sobre una silla y se sirvió un whisky.
—La operación fue exitosa, Ruby. Los cirujanos son de primera línea. Estará en recuperación, tu parte del trato está asegurada.
El alivio fue tan inmenso que mis piernas flaquearon. Mi madre estaba viva.
—Gracias —murmuré, sintiendo una gratitud incómoda.
—No tienes que agradecerme. Es un negocio —dijo él—. Ahora, vamos a la cama.
—No. Espere —dije, sintiendo una oleada de coraje—. No voy a la cama así. No soy una puta.
Lucas se giró, sus ojos peligrosos.
—¿Qué esperabas, Ruby? ¿Un ramo de flores? Esto es lo que firmaste.
—Lo que firmé fue por la vida de mi madre —respondí, elevando la voz—. Yo no soy esa cosa que Nora fabricó hoy.
—Nora te estaba preparando para lo inevitable —dijo él, acercándose—. Ella hizo su trabajo. Ahora yo haré el mío.
Lucas se detuvo justo frente a mí. Me superaba en altura. Extendió la mano y agarró el borde de la tela de mi camiseta.
—Quítate esa camiseta —ordenó, su voz un susurro de autoridad—. O lo haré yo.
Me negué a moverme. Quería aferrarme a esa última pared de dignidad.
Lucas no esperó. Agarró el cuello de la camisa y tiró con fuerza. El algodón se rasgó con un sonido seco, exponiendo mi camisón que me habían obligado a ponerme.
—No me obligues a ser rudo, Ruby —dijo Lucas, dejando caer los restos de la tela al suelo—. Vamos a terminar con esto.
Se quitó la camisa, revelando su pecho esculpido. Su físico era una distracción poderosa.
—Hagámoslo —masculló. Se recostó en la cama, mirándome con impaciencia.
Yo seguía paralizada.
—Ven aquí —dijo Lucas—. ¿Por qué te quedas allí parada?
Desvié la mirada, luego volví a mirarlo.
—Es mi primera vez, señor... —dije, y la voz me falló.
Lucas saltó de la cama. El shock barrió toda su frialdad.
—¿Es en serio lo que dices?
Asentí con la cabeza.
—Soy virgen.
El silencio se instaló. La tensión se había roto, reemplazada por el desconcierto.
—Nora no me comentó este pequeño detalle —susurró, llevándose una mano a la sien—. ¿Nunca has tenido novio?
—Realmente, no —solté.
—¿Quieres tomar algo? —dijo tratando de asimilar lo que le acabo de confesar.
—No quiero nada —respondí con dureza.
Lucas me miró de nuevo. Había una pizca de curiosidad y rareza en su rostro.
—Es muy extraño, porque eres una joven muy hermosa, te lo digo con respeto.
Fruncí el ceño ante el comentario. A pesar de que la palabra respeto saliera de sus labios, un pensamiento amargo invadió mi mente:
"Me respeta tanto que me va a follar hasta embarazarme, ¡joder!" Era una burla cruel.
Lucas debió notar mi incomodidad, porque cambió de estrategia. Señaló una mesa con bebidas cerca del ventanal.
—Ven aquí, Ruby. Vamos a tomar un poco de vino.
Yo estaba confundida, pero me acerqué. Tomé la copa que me ofreció y la bebí de golpe.
—Menos mal que no querías nada —bromeó Lucas.
De pronto, el coraje regresó a mí.
—Ustedes los ricos son muy extraños. Les importa más el dinero hasta llegar al extremo de comprar un vientre de una manera muy particular. No hubiese sido más fácil buscar una madre subrogada, que concebirlo de manera natural estando casado.
—Es la herencia, Ruby. Mi abuelo fue un hombre de tradiciones y desconfianza. En su testamento, la cláusula es explícita: el heredero debe ser concebido por Lucas Wilson y llevar su sangre de forma natural, sin intervención de laboratorios. Si el niño no es concebido de esta manera... la fortuna completa pasa a manos de mi primo. No podemos arriesgarnos con una subrogación que ponga en duda el vínculo biológico. Es una cláusula anticuada, es nuestra prisión.
Su declaración fue cruelmente honesta.
—De igual forma todo me sigue pareciendo una locura —dije y Lucas puso sus ojos en blanco.
—No vamos a ir a la cama esta noche —dijo Lucas, dejando su copa—. No voy a abusar de ti. Es una tregua. Mañana hablaremos por esta noche, duerme tranquila —luego se marchó.
Mi destino, que había parecido sellado, se había suspendido de nuevo. Mi verdugo me había dado una tregua, y eso lo hacía más temible que cualquier monstruo.







