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Capítulo 7. La Promesa.

Abrí los ojos lentamente. Mi mirada se posó automáticamente en el sofá de color dorado que estaba a mi costado, vacío. El recuerdo de la noche de la consumación—el dolor, la humillación, y sí, la traición de mi propio cuerpo—golpeó mi mente.

Aquella punzada innegable de placer se mezclaba con la culpa, dejándome completamente despierta.

Me levanté perezosamente de la cama. Miré el reloj y marcaba todavía las cinco de la mañana. Yo estaba acostumbrada a levantarme temprano, y esa costumbre era una pequeña armadura contra el lujo opresivo de la mansión.

Con los ojos completamente despiertos, arrastré los pies hasta el baño. Después de una ducha rápida y fría para despejar la mente, me puse unos leggings viejos y una camiseta de algodón, buscando desesperadamente sentirme dueña de algo.

Decidí salir. Necesitaba aire, distancia de la habitación que se había convertido en mi celda. Mis pasos eran ligeros mientras caminaba por el pasillo.

Me dirigí hacia una puerta que conectaba directamente con el ascensor. Bajé en silencio y, al salir, me encontré de golpe con el imponente jardín.

El aire fresco de la mañana fue un alivio inmediato. Caminé por un sendero de piedra y me hallé frente a una enorme y elegante piscina de bordes infinitos, tan azul y serena como solo había visto en revistas.

Más allá, había un gran salón de fiestas de cristal, y los jardines eran frondosos y amplios, con diversas flores exóticas.

—Esta gente es inmensamente rica —murmuré para mí misma, sintiendo el peso de la brecha social. Eran dueños de un mundo que a mí solo se me permitía mirar.

De pronto, la voz aguda y nerviosa de Violet me interrumpió desde atrás.

—¡Ruby, Señorita! ¿Qué hace despierta a estas horas?

Me giré. Violet se acercó apurada, su rostro reflejaba solo pánico.

—Necesitaba salir y tomar aire fresco. ¿Acaso mi contrato me prohíbe respirar, Violet?

Ella susurró, bajando la voz a nivel intrigante.

—Tienes que descansar. Estás en pleno período de ovulación, la Dra. Helen fue muy clara. La señora Wilson se puede molestar muchísimo al verte fuera.

—¿Qué tiene que ver la ovulación con salir a caminar? —pregunté, cruzándome de brazos.

—¡Por Dios, muchacha! —exclamó Violet, su voz era casi un chillido ahogado—. Serás la futura madre sustituta del bebé Wilson. ¡No lo eches todo a perder, firmaste un contrato!

Sentí la punzada de rabia y le respondí tajantemente:

—Querrás decir el vientre comprado, Violet. ¿No es eso lo que soy?

Violet se puso pálida y me agarró del brazo.

—Ven conmigo, por favor. Vuelve a la cama. No hagas preguntas que no debes.

—No iré a ningún lado, Violet. Mejor ve tú a descansar. Estás muy fatigada.

Ella me soltó, su derrota era visible.

—Eres una chiquilla muy terca —dijo con frustración, y dándose por vencida, se marchó nerviosa, no sin antes mirar hacia la mansión con aprensión.

***

Al irse Violet, no pasaron ni diez minutos cuando alguien me llamó por detrás.

—Ruby, acompáñeme por favor.

Me quedé pasmada. La voz era inconfundible. Me giré para encontrar a Lucas Wilson. Él estaba a unos pocos metros, vestido con pantalones de chándal grises y una camiseta negra. El atuendo deportivo lo hacía ver más joven, relajado y, peligrosamente, mucho más guapo.

—Buen día, señor —saludé, asintiendo cortésmente. Caminé lentamente hacia él, sintiéndome vulnerable.

Lucas estiró los brazos con amplitud, disfrutando del aire de la mañana.

—Por lo visto, eres madrugadora. En eso te pareces mucho a mí.

Jugueteaba nerviosamente con mis dedos. No podía deshacerme del recuerdo de lo que hicimos aquella noche cada vez que mis ojos chocaban con los suyos. El placer prohibido se mezclaba con la pena, creando un cóctel que me desestabilizaba.

—Ven, vamos a dar un paseo por los jardines —murmuró Lucas.

Tragué saliva. Lucas se detuvo, luego, sin preguntar, tomó mi mano para que yo caminara a su lado. La calidez de su mano contrastaba con la frialdad del amanecer. Me quedé en silencio, pero de repente, como si me diera cuenta de la intimidad del gesto, me solté inmediatamente.

—Vamos —susurró Lucas, sin inmutarse por mi rechazo.

—Señor Lucas, no me lo tome a mal —dije con cuidado, mientras caminábamos—. Pero la señora Nora estaría muy enojada si nos viera platicando a solas y paseando sin su consentimiento.

Lucas simplemente se encogió de hombros, ignorando a su esposa.

—No quiero que nada empañe el tratamiento de mi madre —expliqué, forzando la conversación de vuelta al trato.

Lucas se detuvo y me miró seriamente. Su voz se hizo grave, pero había una extraña suavidad en ella.

—Tranquila, Ruby. De tu madre me estoy encargando yo personalmente. Y no dejes que Nora te meta miedo. Ella solo maneja el protocolo, yo manejo las decisiones. Es más, voy a hablar con el doctor para que en un rato vayas a verla.

Mis ojos se abrieron, llenos de incredulidad y una esperanza feroz.

—¿En serio?

—Sí, Ruby. Aunque sea a través del cristal. Tu madre sigue delicada, pero la noticia de su mejoría te vendrá bien.

La emoción fue demasiado. Olvidándome de Nora, del contrato y de la deuda, me lancé hacia él. Lo abracé con fuerza, enterrando mi rostro en su hombro.

Él, de igual forma, correspondió al abrazo, clavando su nariz en mi cabello y respirando mi aroma. Fue un instante de contacto humano y puro, una tregua emocional que ambos necesitábamos.

—Gracias, señor Lucas —murmuré, con la voz quebrada por las lágrimas acumuladas.

Lucas me separó suavemente, volviendo a su papel de jefe, pero una chispa de ternura permaneció en sus ojos.

—Necesito que entiendas algo: Yo no soy Nora. Y tranquila, Ruby. De tu madre me estoy encargando yo personalmente. Su cuidado no está en manos de Nora; está bajo mi protección. Ahora, regresa. Desayuna algo y espera mis instrucciones.

Y con esa promesa, Lucas me dio la espalda y se alejó hacia la mansión, dejándome sola en el jardín. Mi corazón latía por el alivio de la noticia, pero lo que me asustaba era la extraña atracción que sentía por el hombre que me tenía atrapada.

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