Capítulo 7. La Promesa.
Abrí los ojos lentamente. Mi mirada se posó automáticamente en el sofá de color dorado que estaba a mi costado, vacío. El recuerdo de la noche de la consumación—el dolor, la humillación, y sí, la traición de mi propio cuerpo—golpeó mi mente.
Aquella punzada innegable de placer se mezclaba con la culpa, dejándome completamente despierta.
Me levanté perezosamente de la cama. Miré el reloj y marcaba todavía las cinco de la mañana. Yo estaba acostumbrada a levantarme temprano, y esa costumbre era una pequeña armadura contra el lujo opresivo de la mansión.
Con los ojos completamente despiertos, arrastré los pies hasta el baño. Después de una ducha rápida y fría para despejar la mente, me puse unos leggings viejos y una camiseta de algodón, buscando desesperadamente sentirme dueña de algo.
Decidí salir. Necesitaba aire, distancia de la habitación que se había convertido en mi celda. Mis pasos eran ligeros mientras caminaba por el pasillo.
Me dirigí hacia una puerta que conectaba directament