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Capítulo 8. La Visita al hospital.

Subí los escalones del porche y me dirigía hacia el ala de las habitaciones, sintiendo todavía la extraña calidez del breve encuentro con Lucas en el jardín. Mi mente estaba en la promesa de ver a mi madre, pero la tensión se rompió violentamente.

—¡Por Dios!, ¿dónde te habías metido, Ruby? ¡Te he estado buscando por toda la casa! Hasta pensé que te habías ido —gritó Nora, apareciendo en el pasillo, con el rostro duro como una piedra.

Hice una mueca de fastidio que disimulé con un gesto rápido.

—Lo siento mucho, señora. Estaba desayunando.

—Y también paseando por los jardines con mi marido, por lo que vi por desde mi ventana hace rato —replicó Nora, su voz era un látigo—. No soy estúpida.

—Yo estaba sola. Él llegó por casualidad.

—Olvídalo —su voz se suavizó ligeramente, adoptando un tono falsamente cordial—. Ahora date prisa. Quiero que estés lista para ir a ver a tu madre a la clínica. Para que veas que yo sí cumplo mis tratos. —En la última frase, el desprecio regresó con toda su fuerza.

En ese momento, entró Violet. Nora ni siquiera la miró, solo le dio una orden tajante:

—Ayúdala a que se vista decentemente y se quite esos trapos que trae puesto. Tu ropa es horrenda, Ruby. Usa la que te compré.

—Sí, señora —asintió Violet, con la inexpresividad de la robotina que era.

Entramos en mi habitación y Violet empezó a jurungar el armario y a buscar entre la ropa cara que Nora había comprado para mí, ropa que no me hacía lucir cómoda, sino disfrazada. Para pasar el mal rato, decidí indagar sobre el enigma que me rodeaba.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

—Diez años. El tiempo que tienen los Wilson de casados.

—Violet, ¿conoces todo de ellos? —pregunté, sintiendo que cruzaba un límite—. A mí no me parecen una pareja normal. Ambos son muy extraños. ¿Qué ocultan?

Violet dejó la blusa de seda que tenía en la mano y me miró a los ojos por un instante. Fue la mirada más humana que le había visto.

—Esa no es una pregunta que pueda responder, Ruby —dijo mientras colocaba en la cama un vestido color marfil.

Suspiré. No podía obligarla a que respondiera, pero a veces pensaba que Violet no era humana, sino una extensión sigilosa del control de Nora.

Violet me ayudó a vestir tal como Nora le ordenó, asegurándose de que el escote y el corte del vestido fueran impecables. Tiempo después, estábamos frente a la habitación de Nora. Violet tocó la puerta con suavidad y ella abrió, escrutándome de arriba abajo.

—Ya Ruby está lista, señora —dijo Violet, con amabilidad obligada.

—Espérame en el auto, Ruby. Yo misma te llevaré a la clínica.

Caminamos en silencio hacia el garaje, donde un coche de lujo nos esperaba. El viaje transcurrió sin una palabra, pero la tensión era notoria.

Camino a la clínica, mis ojos comenzaron a humedecerse. Sentía que todo el sacrificio que había hecho valía la pena; iba a ver a mi madre y constatar con mis propios ojos que ella tuviera los cuidados acordados.

Mi madre había sufrido durante tres años de insuficiencia renal, y yo, por fin, le estaba dando una esperanza.

Al bajar del coche, y sintiendo un impulso que no pude controlar, susurré a Nora:

—Gracias, señora...

Nora se giró. Su rostro, en lugar de suavizarse por mi agradecimiento, se volvió aún más frío.

—Aún no agradezcas, Ruby —dijo con voz venenosa. Se inclinó hacia mí, asegurándose de que el chofer no nos escuchara—. Solo asegúrate de embarazarte lo más pronto posible y cumplir con tu parte.

Sentí un escalofrío. Ella estaba disfrutando de mi vulnerabilidad.

—Escúchame bien, Ruby. Si en dos o tres meses no has dado positivo en la prueba de embarazo, ya sabes lo que le sucederá a tu madre. Así que harás el amor con mi marido todos los días, si es necesario, para que te embaraces lo más rápido posible.

Sentí que algo se hundía en mi interior. Las palabras de Nora estaban cargadas de malicia. Mi breve sensación de alivio se desvaneció, reemplazada por la angustia de la amenaza continua. No elegí discutir. Solo asentí lentamente.

—Ah, y nunca vuelvas a caminar con Lucas por los jardines ni por ninguna parte de la casa que no sea la habitación para follar. Procura cumplir nuestro contrato. Recuerdas muy bien quién eres, querida... Tú simplemente no eres nadie.

Las palabras de Nora sonaron agudas y frívolas. Contuve la respiración. ¿Era posible que Nora estuviera celosa por vernos caminar juntos? Si ella misma era la mente maestra de todo este entuerto. La idea era tan ridícula como aterradora.

***

Entré sola a la clínica. Nora no me acompañó. Se fue con el chofer, quien dijo que en una hora pasaría por mí para llevarme de nuevo a la mansión.

Fui a recepción para preguntar dónde estaba mi madre. La recepcionista me dio la información y me dirigió al octavo piso, donde estaban los cuidados intensivos.

Allí, hice contacto visual con un doctor que parecía estar esperándome.

—Buen día, doctor. ¿Sabe cómo se encuentra la paciente Lourdes Rodríguez?

—Buen día. ¿Tú eres Ruby, la hija de la paciente?

—Sí.

—Muy bien. El señor Wilson habló conmigo esta mañana. Su madre está estable, Ruby. La intervención fue un éxito, y el riñón donado está respondiendo de maravilla. Las atenciones médicas que recibe aquí son las mejores del país; el señor Wilson no escatima en gastos.

—Gracias a Dios. ¿Puedo verla?

—Sí, pero no puede entrar por el momento. Solo a través del cristal.

—Está bien —respondí, con el corazón en la garganta.

Al llegar a la ventana de cristal de la UCI, no pude contener las lágrimas. Allí estaba mi madre, conectada a máquinas, pero viva. Había valido la pena. Pero la alegría se mezcló de inmediato con la culpa.

Me sentía como la prostituta personal de los Wilson, que tenía que acostarse con Lucas para salir embarazada. Sentí que le había fallado a mi madre, quien me había enseñado valores de moral y decencia.

Me apoyé en el cristal, con la cabeza gacha. Mi pesadilla apenas estaba empezando, y ahora, con las amenazas constantes de Nora, no sabía cuánto tiempo podría resistir. Mi madre estaba viva, sí, pero yo estaba muriendo lentamente.

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