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Capítulo 9. El Guardián.

La hora de visita había terminado. Luego de ver a mi madre a través del cristal, me quedé esperando con una paciencia fuera de la clínica. Mi corazón latía con una mezcla de alivio y tensión por como Nora me estaba tratando últimamente.

Cuando el coche de los Wilson llegó, y vi a Nora sentada elegantemente en el asiento trasero, la miré con la misma agudeza que ella solía usar conmigo.

Odiaba que Nora me acosara, especialmente cuando me recordaba que yo no era nadie y que estaba por debajo de ella. Sabía que no era tan rica como los Wilson, pero estaba consciente de que ella se estaba pasando de la raya con sus amenazas.

La poca admiración que había logrado sentir por la sofisticación de Nora se había esfumado. En el fondo, pensé que, al final, todos los ricos son iguales: miserables con dinero.

Abrí la puerta del coche y me senté junto a ella. El aire se cargó de tensión.

—¿Puedo venir a ver a mi madre con regularidad? —pregunté, sin rodeos, mirando fijamente a Nora.

Ella tardó en contestar. Me miró con desdén, como si la pregunta fuera una ofensa.

—Está bien —dijo finalmente—. Lo permitiré. Pero recuerda que estás vigilada. Mientras el contrato esté vigente, tu vida me pertenece. Y por si intentaras hacer algo estúpido, quiero que sepas que tengo ojos en todos lados. No podrás ni caminar sin mi consentimiento, ni siquiera dentro de la casa...

Nora rió entre dientes, su risa fue falsa y desagradable. Disfrutaba viéndome en agonía, gozaba con mi vulnerabilidad.

—Y más te vale no volver a buscar a mi marido —añadió, su voz bajando a un susurro glacial, un último dardo envenenado antes de que llegáramos a la mansión.

Apenas el coche se detuvo en la entrada, Nora gritó fuertemente, antes de que el chofer siquiera abriera la puerta.

—¡Violet! Necesito que vengas conmigo. ¡Ahora!

Hice una mueca al ver que Nora se alejaba de mi camino. Pensé que detrás de esa fachada de sofisticación y poder, era un lobo disfrazado de cordero. A pesar de tanta elegancia y el brillo de sus joyas, se escondía una mujer diabólica y sin escrúpulos.

Al estar fuera del alcance de Nora, busqué un lugar seguro. Encontré la cocina, un oasis. El aroma a pan recién horneado y especias era un bálsamo para mi alma.

Allí estaba Carmen, la cocinera, una mujer de unos cuarenta y cinco años, con la misma calidez y sencillez que recordaba de mi propia madre.

—¿Necesitas algo, muchacha? —me preguntó Carmen con amabilidad.

—No, gracias. Pero si quiere, puedo ayudarla. Me gustaría hacer algo útil.

Carmen se apresuró a negar con la cabeza, sus ojos mostraban preocupación.

—No, querida. ¡La señora se enojaría conmigo! Y puede hasta correrme. Yo necesito este trabajo. Puedes quedarte, pero sin hacer nada, solo mirar. Siéntate, por favor.

Me senté en un taburete alto, sintiéndome aliviada de estar lejos de los Wilson por un momento. La curiosidad me ganó.

—Carmen, ¿tú sabes por qué estoy aquí, verdad?

Carmen dejó de batir lo que fuera que tenía en el tazón. Su expresión se endureció ligeramente.

—Señorita Ruby, es mejor no hablar de ese tema. Todos aquí en la mansión hemos firmado un contrato de confidencialidad muy estricto. No podemos hablar de ese tema, ya sabes. Nos cuesta el trabajo.

—Entiendo —dije, sintiéndome estúpida por preguntar.

—¿Quiere un trozo de pastel? Acaba de salir del horno —me ofreció Carmen.

Asentí satisfecha. —Sí, qué rico. Gracias, Carmen.

Con ese gesto de simple bondad, sonreí por primera vez en días. Carmen parecía una buena persona y no un robot como Violet.

El ambiente en la cocina era totalmente diferente al resto de la mansión. Las personas que estaban allí trabajando me sonreían amablemente y hasta me daban para que probara la comida. Por un momento, me sentí bienvenida y protegida.

Pero, mi paz duró poco. Rápidamente, llegó Violet a la cocina. Hizo contacto visual conmigo y me reprendió de inmediato.

—¡Ruby, no aprendes! ¡Ve a tu cuarto o a otro lugar de la mansión! Si la señora te ve hablando con el personal, no solo te meterás tú en problemas; nos meterás en problemas a todos —esbozó Violet, con desesperación.

La rabia me subió por la garganta. Ver el miedo en los ojos de Carmen y los otros me hizo explotar.

—Claro —escupí con naturalidad, ignorando el peligro—, a todos también les tiene amarradas las pelotas con ese estúpido contrato.

Violet no me dio tiempo de decir nada más. Me tomó del brazo y me sacó a empujones. Mientras me arrastraba fuera, los chicos y Carmen se despedían de mí disimuladamente, con una mirada de solidaridad que me conmovió.

Al llegar a la sala de estar, me detuve. Sentado en un sillón de cuero estaba un hombre increíblemente atractivo. Era el escolta que Nora me había asignado.

El mismo que me había llevado y traído de la clínica. Su presencia allí era una clara señal de que la vigilancia de Nora no era simple una amenaza.

Violet me lo presentó sin preámbulos.

—Ruby, él es Mark. Te acompañará cada vez que vayas a ver a tu madre. Es tu única salida permitida fuera de la mansión.

Mark se volvió hacia mí. Era alto, musculoso y sus ojos eran de un verde esmeralda que no prometía amistad.

Yo también lo miré con rareza. Un guardaespaldas. Se sentía muy extraño, como si Nora estuviera más molesta y paranoica de lo que me había imaginado. O, quizás, lo había puesto allí por otra razón: para seguir humillándome.

Sentí que él no era solo un guardaespaldas. Era el nuevo centinela de Nora, la cara visible de mi confinamiento y ahora cada paso que daba estaba monitoreado.

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