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El blanco inmaculado de la sala de hospital era un insulto a la desesperación que sentía. El aire acondicionado siseaba, pero no lograba enfriar el calor que me subía por el cuello.
Las palabras del cirujano, tan precisas y clínicas, habían destrozado cualquier esperanza restante. —Lo siento, Ruby. Tu madre necesita un trasplante de riñón de urgencia. Y el tiempo se agota. Hemos hecho las pruebas: no eres compatible. Tu riñón no puede salvarla. Me llevé las manos a la cara, sintiendo el sabor inquebrantable de la derrota. Mi madre, mi única familia en el mundo, se estaba marchando lentamente en esa cama, y yo era completamente inútil. Era estudiante, trabajaba a tiempo parcial, vivía al límite. No tenía ahorros, ni propiedades para hipotecar, y el sistema público, aunque hacía su mejor esfuerzo, estaba saturado. —¿No hay absolutamente ninguna otra opción, doctor? —pregunté, sintiendo que la rabia se mezclaba con una náusea terrible—. ¿Algún programa de emergencia, algo? El doctor suspiró, visiblemente agotado por la rutina de dar malas noticias. —La única opción real, señorita, es el dinero, y mucho. Necesitamos acceder a listas privadas y pagar por un trasplante de donante compatible de forma inmediata. Hablamos de sumas... considerables. Salí del consultorio sintiéndome afectada y vacía, sentía una urgencia paralizante. Caminé sin rumbo hasta el parque frente al hospital, desplomándome en un banco de hierro frío. ¿Cómo se supone que consigues cien mil dólares cuando apenas puedes pagar el alquiler? La rabia me invadía; era injusto y absurdo. Mientras me sentía al borde del colapso, mi móvil vibró. Era un número desconocido. Daba miedo contestar, pero la intuición me dijo que debía hacerlo. —¿Diga? —¿Hablo con Ruby Rodríguez? La voz al otro lado era grave, perfectamente modulada, sin rastro de emoción, como un robot de servicio al cliente. —Sí, soy yo —respondí, tensando la mandíbula. —Mi nombre es Marcus. Soy asistente legal de un cliente que ha sido informado de su situación crítica en el hospital St. Jude. Hemos estado buscando una solución alternativa para su madre. Me incorporé en el banco, el corazón me latía desbocado contra las costillas. —¿Una solución alternativa? ¿A qué se refiere? —Señorita, hay una familia muy poderosa en Los Ángeles, los Wilson. Están en una situación delicada que requiere discreción y un favor extraordinario, uno que usted podría proporcionar. Si está dispuesta a escuchar y a cumplir, le aseguro que el pago no solo cubrirá todos los gastos médicos de su madre, sino que le cambiará la vida. —¿Qué tipo de favor podría tener yo para ellos? Soy estudiante, no tengo experiencia en nada importante —pregunté, sintiendo un miedo helado. —Ellos le explicarán en persona. Si desea seguir adelante con esta... negociación, marque este número y pida hablar directamente con la Sra. Wilson. Es su única oportunidad, señorita. Tienen urgencia. La línea se cortó. Me quedé mirando el teléfono, sintiendo el peso de la decisión. Si era ilegal, si era peligroso... no me importaba. "Mi madre está primero. Lo que sea necesario. Lo que sea." Pensé. Con los dedos débiles que apenas obedecían, volví a marcar el número. —Mansión Wilson. ¿En qué puedo servirle? —contestó una voz femenina sumamente formal. —Vengo por el... el favor. El señor Marcus Me indicó que llamara. —Muy bien, Srta. La Sra. Wilson y el Sr. Wilson la esperan esta misma tarde. Esté allí a las 19:00 horas en la mansión. *** El viaje a la Mansión Wilson fue una ráfaga de desesperación que me obligó a correr sin pensar. Me puse mi mejor ropa de entrevista y me aseguré de llevar mi mejor cara de dignidad. El taxi se detuvo frente a una fachada que parecía un palacio europeo, no era simple una casa. Al entrar, fui recibida por una ama de llaves rígida y elegante, que me condujo sin preámbulos a un despacho. Allí me esperaba no solo una mujer, sino también un hombre, lo cual me causó un escalofrío sorprendente. La señora Wilson estaba de pie junto a un escritorio imponente, con su atuendo de alta costura y su sonrisa de medio lado, evaluadora. El hombre, su esposo, estaba recostado contra una estantería de libros antiguos, observándome con una calma intensa. Sus ojos azules eran penetrantes, y su traje caro gritaba poder. La señora me dedicó su sonrisa extraña. —Eres puntual, Ruby. Bienvenida a casa. Antes de que yo pudiera responder, Lucas se enderezó y dio un paso hacia mí. Su presencia era abrumadora, su aura, era completamente dominante. —Lo importante no es la puntualidad, Nora —intervino Lucas, su voz era más grave y profunda de lo que imaginaba—. Es la necesidad que te trae hasta este lugar. ¿Por qué estás aquí, Ruby? No hay tiempo para titubeos. Me sentí expuesta ante ambos, como un insecto bajo un microscopio. Era claro que Lucas no era un espectador. —Mi madre está a punto de morir si no consigue una cirugía —respondí con firmeza, intentando sonar más valiente de lo que me sentía—. Busco una solución. Me dijeron que ustedes tienen una. Lucas asintió lentamente, como si yo acabara de confirmar una teoría. Mientras Nora sonrió con suficiencia. —Y la tenemos, Ruby. Pero antes de dártela, te digo: el favor que te pediremos es muy grande. El precio es tu entrega total a cada una de nuestras reglas, sin chistar. "No puedo echarme atrás ahora," pensé. Las paredes altas y los muebles imponentes del despacho me intimidaban. Me sentí diminuta, como si el dinero de los Wilson pudiera aplastarme. Pero la imagen de mi madre en la cama del hospital me dio una fuerza renovada. No importaba lo que pidieran, yo lo haría. —Díganme qué quieren —declaré, dando un paso al frente y mirando a ambos—. Díganme que tengo que hacer.






